La Promesa Del Ángel

El Reflejo Del Espejo

El amanecer no llegó. Solo un resplandor enfermo se extendía sobre la ciudad muerta, como si el sol se negara a mirar lo ocurrido. Entre el humo y las ruinas, los ángeles permanecían de pie, exhaustos, cubiertos de heridas que no sangraban con sangre sino con luz..Uriel respiraba con dificultad. Su espada, ahora apagada, yacía clavada en el suelo. Asmodeo estaba a su lado, arrodillado, con las manos aún temblando; su aura celeste fluctuaba, quebrándose como un cristal a punto de romperse.

—Lo sentimos, pero no lo destruimos —susurró Gabriel, su voz rasgada por el esfuerzo— Solo lo dispersamos.

Rafael levantó la mirada hacia el cielo cubierto de nubes negras.

—No lo dispersamos lo despertamos. Ahora tiene rostro, voluntad y deseo. Lo peor que puede tener algo sin nombre.

Uriel cerró los ojos. Lo escuchó. Un murmullo lejano. Una voz idéntica a la de Asmodeo llamándolo.

"Uriel."

Abrió los ojos de golpe. Asmodeo seguía allí, a su lado, pero el llamado no provenía de él. Venía desde todas partes. Desde el aire, desde el suelo, desde dentro de su propia mente. El enemigo lo había imitado. Y lo había hecho a la perfección.

Esa noche, el refugio donde se ocultaban los sobrevivientes fue envuelto por una calma extraña. Los humanos dormían, ajenos al temblor divino que había rozado su mundo. Uriel no podía descansar. Caminaba entre las sombras, observando el horizonte que aún ardía en tonos rojizos. Su silueta se reflejaba en los charcos de lluvia mezclada con ceniza.

Asmodeo lo siguió, silencioso. Durante un instante, parecieron solo dos hombres caminando entre ruinas, no un ángel y un príncipe redimido.

—¿Qué escuchas, Uriel? —preguntó Asmodeo con suavidad.

—Mi nombre —respondió sin mirarlo—. Pero no en tu voz.

Asmodeo lo observó en silencio. Sus ojos, de un azul antinatural, parecían más apagados que de costumbre. Había algo distinto en él un matiz imperceptible, una vibración apenas fuera de lugar. Uriel lo notó. Su corazón se contrajo. El enemigo había dicho que se usaría a sí mismo.

—Asmodeo… — susurró, con el filo del miedo entre los dientes.

Asmodeo giró lentamente hacia él. La mirada era la misma, pero había una sombra detrás, un reflejo oscuro superpuesto a su iris.

—Dijiste que el amor nunca se apaga… —murmuró— Pero, ¿qué ocurre cuando arde demasiado?

Uriel retrocedió un paso. La voz sonaba igual, pero tenía un segundo tono, un susurro doble.

—No eres él.

—¿No? —El falso Asmodeo sonrió— Él está aquí, Uriel. Dentro. Soñando. Pidiendo que lo escuches.

Una ráfaga de energía oscura se extendió desde su cuerpo. El suelo se fracturó y un viento gélido cubrió las ruinas. Uriel desenvainó su espada, ahora envuelta en fuego rosado, pero el reflejo la detuvo con una simple mirada. El poder del enemigo había evolucionado. Ya no era sombra. Era imitación. Una falsificación perfecta del amor.

—¿Sabes qué me alimenta ahora? —dijo la criatura con la voz entrelazada de Asmodeo y del propio Uriel—. La duda.

Uriel atacó, pero su espada atravesó solo una imagen. El aire se llenó de espejos que reflejaban infinitas versiones de Asmodeo: herido, sonriente, caído, besándolo, muriendo. Uriel gritó, el eco retumbando hasta quebrar los cristales.

Cada espejo se hizo polvo, y en ese instante vio, por un segundo, al verdadero Asmodeo. Encadenado en una caverna de cristal líquido, suspendido en la oscuridad.

"No me olvides, Uriel."

El enemigo rió con su voz distorsionada.

—¿Lo ves? No lo destruiste. Lo convertiste en prisión. Y ahora, tú serás mi guardián.

Uriel alzó la espada, y su luz ascendió hasta el cielo, partiendo las nubes en dos. Gabriel y Rafael sintieron el estallido desde kilómetros de distancia. La batalla aún no había terminado. Solo acababa de mutar. Gabriel llegó primero, con las alas bañadas en fuego dorado.

—¡Uriel! ¿Dónde está Asmodeo?

Uriel no respondió. Solo miró hacia el horizonte donde la lluvia comenzaba a caer otra vez. Cada gota parecía un fragmento de espejo que reflejaba su propio rostro.

—Está prisionero —susurró—. Pero no en el infierno. En algo peor.

Rafael llegó segundos después, su energía violeta envolviéndolos.

—¿Dónde?

Uriel levantó la mirada. Una lágrima de luz recorrió su mejilla.

—Dentro de mí.

El trueno resonó, y el cielo volvió a abrirse, no por ira divina, sino por la promesa de una guerra que ahora sería interior.

Esa noche, en algún lugar entre la Tierra y el abismo, Asmodeo abrió los ojos dentro de su prisión de cristal. Frente a él, una figura lo observaba con sus mismos rasgos, pero de mirada vacía. El reflejo habló primero:

—Yo soy lo que queda cuando él deja de creer.

Asmodeo sonrió, con sangre en los labios y fuego en la voz.

—Entonces prepárate para morir, porque yo soy lo que nace cuando él ama.

El cristal se resquebrajó.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.