La Promesa Del Ángel

La Prisión del Corazón

El cielo sangraba auroras. Eran luces rojas, doradas y azules que se entrelazaban como venas sobre el firmamento, latidos visibles del alma del mundo..En ese silencio sagrado, Uriel se mantuvo de pie sobre las ruinas, con la espada aún envuelta en ceniza divina, sin notar que el fuego que antes lo obedecía ahora lo devoraba desde dentro.

Gabriel lo observaba a distancia, con una inquietud que jamás había sentido antes.
Rafael intentaba sanar sus heridas, pero la luz que brotaba del cuerpo de Uriel no era pureza era desorden..Una llama que se resistía a toda curación.

—No es su cuerpo el que se quiebra —murmuró Rafael, con la voz baja, casi temerosa— Es su alma.

Uriel, inmóvil, respiraba con dificultad. Cada inspiración traía consigo destellos de recuerdos que no eran suyos: risas, caricias, un aroma de mar, el calor de unos labios que lo habían llamado luz mía. Eran recuerdos de Asmodeo. Y algo dentro de él gritaba.

La primera noche después de la batalla, Uriel soñó con un jardín. El cielo estaba en calma y una fuente de cristal emanaba una melodía serena. Asmodeo estaba allí, descalzo, con el cabello suelto y la mirada tranquila.

—Estás soñando —dijo, sonriendo con dulzura.

—¿Dónde estás? —preguntó Uriel, acercándose con el pecho ardiendo.

—Dentro de ti.

Uriel lo miró sin comprender.

—Eso es imposible.

Asmodeo extendió la mano, tocando su pecho. Al hacerlo, la piel de Uriel se volvió transparente: bajo ella, una prisión de cristal líquido palpitaba, y dentro se movía un resplandor azul. El corazón. Y dentro del corazón, una figura encadenada: el verdadero Asmodeo.

—Él me atrapó contigo —susurró Asmodeo, retrocediendo— Usó nuestro vínculo como ancla. Lo que sellaste con tu poder… también me arrastró a ti.

El aire del sueño se quebró, y el rostro de Asmodeo se distorsionó en una mezcla de amor y miedo. Uriel intentó tocarlo, pero su mano atravesó el cuerpo del amado como si fuera humo.

—No me dejes aquí… —pidió Asmodeo, mientras su voz se desvanecía— No dejes que me consuma la oscuridad.

El jardín se tornó en una tormenta de espejos rotos. Uriel cayó de rodillas, y su propio reflejo lo miró desde cada fragmento.
En todos, sus ojos eran negros.

Despertó con un grito. El suelo bajo su lecho estaba marcado con símbolos ardientes.
Gabriel y Rafael entraron corriendo, alertados por la luz que brotaba del cuarto.

—¡Uriel, basta! —exclamó Rafael, tratando de contener la energía desbordada— Estás abriendo un portal interno. ¡Vas a romper el equilibrio!

Uriel jadeaba, sujetando su pecho, donde un resplandor azul y rosado pulsaba con violencia.

—Él está ahí. Lo veo cuando cierro los ojos. Puedo oírlo. Está sufriendo.

Gabriel lo tomó de los hombros, firme.

—Si entras en esa conexión sin control, podrías perderte tú también.

—Entonces que así sea —respondió Uriel, con voz quebrada— Si debo ir al abismo de mi propio corazón para traerlo de vuelta, lo haré.

Rafael lo miró con compasión.

—Esa no es una misión del cielo… es una misión del alma.

Uriel asintió. Se arrodilló en el centro del símbolo, apoyó la espada contra el suelo y cerró los ojos. Un resplandor celestial lo envolvió, y su cuerpo comenzó a desvanecerse como ceniza bajo la luz.

En el interior de su alma, el paisaje era un laberinto de cristales flotantes. Cada uno contenía un recuerdo: la primera mirada, la caída, la redención, el beso..Pero entre ellos, se movía algo oscuro una sombra con el rostro de Asmodeo. Uriel caminó, sintiendo el peso de su propia culpa..Cada paso resonaba como un trueno en su mente.

—Asmodeo… —susurró— Si puedes oírme, guíame hacia ti.

Una voz respondió desde la distancia.

—¿Y si el que me escuchas no soy yo?

De la oscuridad emergió el enemigo, adoptando nuevamente la forma del amado.
Sus ojos eran pozos vacíos, y su sonrisa, una herida.

—No puedes salvarlo sin destruirte —dijo con suavidad— Porque tú eres su prisión, Uriel. Cada latido tuyo lo encadena más.

Uriel apretó el puño, y su espada apareció en su mano, hecha de pura luz del corazón.

—Entonces romperé mi corazón si es necesario.

El enemigo rió, extendiendo las manos. El cielo del laberinto se partió, y una lluvia de espejos descendió como cuchillas. Pero Uriel no retrocedió. Cerró los ojos y pensó en Asmodeo: no en su forma, sino en su voz, en su risa, en su amor. El laberinto vibró..Los espejos se quebraron. Y detrás de la última pared de cristal, Asmodeo abrió los ojos.

Asmodeo levantó la mirada, cubierto de heridas de luz, mientras el cristal se resquebrajaba. A través de la grieta, vio la silueta de Uriel avanzando hacia él, envuelto en llamas rosadas. Pero detrás de Uriel, una sombra lo seguía era él mismo, con alas negras y ojos vacíos..Dos Uriel. Uno guiado por el amor. El otro, por la duda. Y ambos extendieron la mano al mismo tiempo.

El cristal estalló.




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