La Promesa Del Ángel

El Reino de las Sombras

El cielo callaba. Después del resplandor glorioso de la victoria divina, un silencio antiguo se extendió entre las nubes. Pero bajo ellas, la tierra ardía. Desde los océanos hasta los desiertos, el mundo se consumía en un fuego que no era celestial ni infernal: era el fuego del falso Uriel, la distorsión de la purificación.

Las ciudades eran cenizas suspendidas en el aire. Los mares se teñían de negro. Las voces humanas se apagaban una a una, reemplazadas por el rugido de un ejército que no respiraba. La luz del Padre no llegaba a esos lugares. Solo quedaban las sombras y un trono hecho de ruinas. Sobre él, el falso Uriel observaba su dominio. Sus alas eran negras con bordes dorados, su espada un reflejo invertido de la que había portado el verdadero arcángel..Su mirada brillaba con una serenidad perturbadora.

—El Padre los abandonó —susurró, su voz extendiéndose como un eco por todo el mundo —El cielo los salvó a ellos, no a ustedes. Ahora yo seré su redentor.

Detrás de él, miles de guerreros oscuros alzaron sus lanzas. Sus cuerpos eran humo con corazones de fuego negro. Sus voces se unieron en un rugido que estremeció los cimientos del planeta. Así comenzó el Reino de las Sombras. En las ruinas de una antigua catedral, el verdadero Uriel, junto a Asmodeo, Gabriel y Rafael, contemplaba el horizonte cubierto de fuego. El viento traía consigo el olor del azufre y la desesperación. Gabriel apretó los dientes.

—Miles de ciudades han caído. París, Jerusalén, Kyoto, Roma todos los santuarios se han convertido en polvo.

Rafael, con el báculo en mano, cerró los ojos.

—Cada alma purificada por ese falso Uriel se convierte en una sombra obediente. No están muriendo… están cambiando de forma.

Asmodeo dio un paso al frente. Su mirada ardía.

—Ese impostor no purifica… devora. Está robando la esencia misma de la creación.

Uriel permanecía en silencio. Su expresión era de piedra, pero su mirada un huracán.

—Está usando mi nombre —dijo finalmente— Cada vez que dice ‘redención’, el mundo cree que soy yo.

—Entonces debes detenerlo —replicó Gabriel.

—No puedo hacerlo solo —respondió Uriel, con voz grave— Esta guerra no será ganada por la fuerza, sino por el alma.

Asmodeo lo miró fijamente.

—Entonces será una guerra de amor, no de luz.

Uriel asintió.

—Y los cuatro la libraremos juntos.

La noche cayó sobre la tierra como un eclipse eterno. Los cuatro se desplazaron entre los escombros, guiados por la última llama divina que sobrevivía dentro de Rafael: un fragmento de la energía del Padre. Cada paso los acercaba al corazón del caos, donde el falso Uriel había erigido su trono de fuego negro: las ruinas de Babilonia. Desde allí, gobernaba la oscuridad. Gabriel fue el primero en detenerse. Su mirada se alzó hacia el cielo encendido.

—¿Lo sienten? —susurró— Una vibración recorrió el suelo. El aire se volvió pesado.

Rafael apretó el báculo.

—Nos ha encontrado.

De entre las sombras surgieron las huestes negras. Eran miles. Sus cuerpos brillaban con energía corrupta, sus ojos, vacíos como el olvido. Asmodeo desplegó sus alas, extendiendo su fuego azul.

—No retrocedan. No tienen alma. No sienten dolor.

Uriel alzó su espada, y su voz resonó en el campo devastado.

—Yo soy el fuego que el Padre forjó, y no hay sombra que soporte su nombre.

El primer choque fue una tormenta. Los cielos se encendieron con relámpagos dorados y llamas azuladas. Gabriel giraba su lanza con precisión celestial, abatiendo a los enemigos con una furia contenida. Rafael curaba con una mano y destruía con la otra, su energía violeta repeliendo la corrupción. Asmodeo combatía con poder puro, su fuego azul chocando contra las lanzas negras.

Y Uriel…...Uriel avanzaba como una tormenta viva, cada golpe suyo era una plegaria, cada herida que recibía, una redención. En lo alto de su trono, el falso Uriel observaba.
Sonrió.

—Así que el verdadero finalmente vino a morir.

Extendió su mano y el cielo se oscureció aún más. Los truenos se tornaron rojos. Y entonces bajó, rodeado por su guardia de sombras. Sus ojos se encontraron con los del verdadero. Dos versiones de una misma alma..Dos voluntades, una divina y otra rota.

—Tú eres la mentira —dijo el falso.

—Y tú, mi error —respondió el verdadero.

Las espadas chocaron, y la tierra tembló. El impacto levantó torres de fuego que atravesaron el cielo.

Asmodeo, Gabriel y Rafael continuaron la batalla, pero la fuerza del enemigo crecía..Por cada sombra destruida, dos más nacían.
Rafael cayó de rodillas, exhausto. Gabriel lo sostuvo, con sangre celestial recorriéndole el rostro.

—¡Uriel, hazlo ahora! —gritó Asmodeo— ¡Él está absorbiendo la luz!

Uriel intentó lanzar su fuego, pero el falso Uriel lo detuvo con una sola mano. El suelo se abrió bajo ellos. Ambos fueron engullidos por la tierra ardiente. Asmodeo gritó, extendiendo sus alas, intentando alcanzarlos.

—¡Uriel!

Pero era demasiado tarde. La grieta se cerró.
El cielo retumbó. Y una ola de oscuridad cubrió todo el continente. En las profundidades del mundo, Uriel abrió los ojos. Estaba rodeado por columnas de fuego negro y un silencio absoluto. Frente a él, el falso Uriel lo esperaba, sentado sobre un trono hecho de huesos y cristal.

—Bienvenido a mi reino —dijo, con una sonrisa helada — Aquí soy el único dios.

Uriel apretó su espada. Su mirada ardió con luz pura.

—Entonces, por fin sabrás lo que siente uno al ser purificado.

El fuego volvió a rugir. Y el infierno se encendió con la ira del cielo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.