La Promesa Del Ángel

El Renacer del Fuego

El cielo y la tierra ardían al unísono. El abismo, abierto como una herida viva, vomitaba fuego oscuro y gritos antiguos. Dos luces se alzaban dentro de aquel caos: una, de sombra y rencor; otra, de pureza rosada y misericordia. Eran el mismo ser, reflejado por el pecado y el amor. Eran los dos rostros de Uriel.

El falso, con alas negras y mirada hueca, giraba su espada como una extensión del odio. El verdadero, de alas rosadas, resplandecía con la serenidad de quien ya aceptó su destino. Sus cuerpos chocaron en el aire y el tiempo se fracturó. Las estrellas se apagaron y el universo contuvo la respiración..Cada golpe generaba relámpagos que atravesaban el tejido de la creación.

—¡No puedes destruirme! —rugió el impostor— ¡Soy la mitad que te mantiene vivo!

Uriel respondió sin miedo, su voz como el eco de mil amaneceres:

—No necesito una mitad que nació del miedo.

El falso Uriel levantó su espada de fuego negro y la lanzó con un rugido que desgarró la realidad. Uriel la detuvo con las manos desnudas; la oscuridad ardió contra su piel.
Una llama rosada se encendió entre sus dedos y consumió el filo negro hasta hacerlo polvo.

—Tu fuerza es el odio —dijo Uriel—. La mía, el amor que perdiste.

Su luz se expandió, llenando todo el abismo. El fuego rosado atravesó las columnas de sombra, y el reflejo gritó, retrocediendo, su cuerpo desmoronándose en destellos de hollín. Intentó huir, pero Uriel lo alcanzó, su mirada ardiendo con compasión y furia.

—No hay redención sin humildad.
Clavó la espada de luz en su pecho.

El falso Uriel cayó de rodillas. Su cuerpo comenzó a resquebrajarse, liberando un humo denso.

—Tú… crees que el Padre te perdonará por haber amado —murmuró.

—No busco perdón —respondió Uriel— Busco paz.

Y el fuego lo consumió. Durante un instante, todo quedó en silencio. La oscuridad se disolvió en chispas que ascendían hacia el firmamento, como si las estrellas hubieran nacido otra vez. El abismo dejó de rugir.

Uriel flotó entre los restos del caos. Su armadura estaba rota, su espada, reducida a un fragmento de cristal incandescente.
Respiraba con dificultad. Y entonces lo sintió: una presencia suave, luminosa, acercándose desde la bruma. El alma de Asmodeo descendió, envuelta en un fulgor azul pálido. Su forma era transparente, pero sus ojos conservaban la calidez de siempre. Uriel tembló. Extendió la mano, pero no pudo tocarlo.

—Amado mío —susurró Asmodeo— me duele dejarte, pero no puedo quedarme.

Detrás de él, la luz del Padre se abría como un amanecer eterno. Una voz dulce resonó, acariciando el alma de Uriel:

Tu fuego purificó la sombra, pero no puedes purificar el amor. El amor debe regresar a mí, para renacer contigo algún día.

Asmodeo lo miró por última vez. Una lágrima de luz cayó de sus ojos y tocó el corazón de Uriel, marcándolo con un brillo azul. Luego se elevó, lentamente, hacia el resplandor..Uriel lo siguió con la mirada hasta que desapareció en la inmensidad. El abismo se cerró con un suspiro.

Uriel cayó de rodillas y gritó. No era un grito de guerra, sino de alma desgarrada. Su voz atravesó el mundo, cruzando mares, montañas y desiertos. Y en cada rincón de la Tierra, los humanos lloraron sin entender por qué. El dolor del arcángel se había fundido con la respiración de la creación.

La luz rosada cubrió el planeta..Donde había ruinas, surgieron bosques..Los mares se limpiaron de la oscuridad. Las ciudades renacieron, bañadas por un brillo nuevo. Los animales, las flores, los hombres todo respiraba esperanza. Uriel extendió las alas y su fuego recorrió la atmósfera..Cada pluma suya era una oración. Cada lágrima, un nuevo amanecer. En lo alto, Gabriel y Rafael contemplaban desde el umbral del cielo. Gabriel habló con voz temblorosa:

—Lo logró.

Rafael inclinó la cabeza.

—Pero el precio fue su corazón.

Uriel, desde la Tierra, levantó la mirada. El cielo estaba despejado. La voz del Padre no se escuchaba..Y en ese silencio comprendió que su tarea aún no había terminado. El fuego en su pecho, donde Asmodeo había tocado, seguía ardiendo. Era un fuego distinto, suave, melancólico. Cada vez que el viento soplaba, podía oírlo: la risa de su amado, el eco de un amor que nunca moriría.

Caminó entre los hombres, invisible, silencioso. Las mujeres que rezaban sintieron una caricia tibia. Los niños miraron al cielo y vieron una aurora rosada. Los poetas escribieron sobre una tristeza que no podían nombrar. El mundo había sido restaurado, pero con un dejo de nostalgia sagrada. La herida del amor eterno había quedado impresa en la creación. Uriel se detuvo frente a un lago. El agua reflejaba su rostro, pero por un instante creyó ver el de Asmodeo. Sonrió con ternura.

—Te encontraré de nuevo —susurró—Porque ningún fuego se apaga solo cambia de forma.

El reflejo se desvaneció en ondas suaves. El viento llevó su voz más allá del horizonte. El sol comenzaba a ocultarse cuando el cielo cambió. Una vibración profunda recorrió la Tierra. El aire se volvió espeso, pesado, lleno de presagios. Uriel levantó la mirada. Las nubes adoptaron un tono violáceo. Y, en la línea del horizonte, una grieta de luz negra se abrió, derramando una energía desconocida.

De aquella fisura surgió un resplandor que no era divino ni infernal. Era algo nuevo, inhumano, imposible. El eco de una voz desconocida retumbó en la atmósfera:

El amor te dio poder, Uriel.pero el dolor le dio forma al olvido.

Una figura sin rostro emergió del resplandor oscuro. Sus alas eran grises, su luz neutra. Ni sombra ni fuego. Era algo intermedio. Algo que no debía existir.

Uriel retrocedió un paso, sintiendo su esencia temblar. Gabriel y Rafael, desde el cielo, percibieron la alteración y se miraron horrorizados.

—¿Qué es eso? —susurró Gabriel.
Rafael respondió con el alma encogida.

—No lo sé, pero no pertenece ni al Padre ni al abismo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.