El amanecer sangraba en tonos violáceos..La tierra, antes restaurada, respiraba con un silencio tenso. Los bosques recién nacidos se estremecían bajo un viento helado, y el reflejo del sol parecía huir del agua, como si temiera su propia luz. Uriel permanecía inmóvil frente al horizonte, con las manos aún ardiendo una, rosada; la otra, gris. El fuego puro y la herida del vacío convivían en su interior, latiendo como dos corazones que no podían unirse ni separarse.
—¿Qué eres? —susurró, mirando el punto del cielo donde la figura había desaparecido — ¿Y qué soy yo ahora?
No hubo respuesta. Solo el murmullo del viento que, al pasar, parecía pronunciar un nombre que no era el suyo. En los cielos, Gabriel y Rafael flotaban sobre las nubes, observando la Tierra con angustia. El firmamento vibraba, alterado. La grieta que se había abierto en el horizonte seguía allí, delgada pero viva, como una herida que no terminaba de cicatrizar.
—No es sombra ni luz — dijo Rafael, analizando la energía con su báculo— Es un eco. Un residuo del fuego que Uriel liberó… pero sin alma, sin propósito.
—Entonces es más peligroso que la oscuridad —respondió Gabriel, apretando su lanza— Porque lo que no tiene propósito… solo busca uno.
Ambos intercambiaron una mirada. Sabían lo que eso significaba. La creación, en su pureza, había dado origen a algo que no respondía a las leyes divinas ni infernales: el Olvido.
En la Tierra, Uriel caminaba entre ruinas que aún olían a renacimiento. Los hombres ya no lo veían, pero lo sentían: su paso hacía que las flores se abrieran y las aves callaran. Su fuego rosado sanaba; el gris, marchitaba.
Era el ángel y el antiángel de sí mismo.
A medida que avanzaba, escuchaba voces lejanas en su mente. Al principio, dulces. Luego, distorsionadas.
Eran los recuerdos de Asmodeo, transformados por la energía del Olvido.
¿Me recordarás cuando el amor se apague? ¿Qué harás cuando mi luz no te guíe más?
Uriel se detuvo, con la respiración entrecortada.
—Basta… —susurró, presionando el pecho— No eres él.
Pero las voces se multiplicaron..De las sombras de las calles destruidas comenzaron a surgir figuras translúcidas: réplicas de Asmodeo, hechas de humo gris.
Cada una sonreía con la dulzura que él amaba pero sus ojos estaban vacíos.
—¿Quieres salvarme otra vez, Uriel? —dijeron al unísono.
El fuego rosado del arcángel se encendió, reaccionando a la blasfemia . Su luz envolvió las copias, desintegrándolas una por una, pero cada una, al morir, dejaba tras de sí un susurro.
El amor también puede corromperse.
El cielo volvió a rugir. La grieta se expandió como un relámpago invertido, y del interior surgió la figura sin rostro. Esta vez su forma era más definida: tenía alas completas, y una túnica de polvo y ceniza. En su mano, sostenía algo que brillaba: una llama gris. Uriel la reconoció al instante..Su propia lágrima. La que Asmodeo había dejado en su corazón antes de ascender.
—No puede ser… —murmuró— Esa lágrima era su promesa.
La entidad asintió sin boca, su voz resonando directamente en su mente.
El amor que dejaste atrás me dio cuerpo. No soy tu enemigo, Uriel. Soy el fin que el amor no quiso aceptar.
El suelo tembló. Los árboles se secaron. Las nubes giraron sobre ellos, formando un vórtice oscuro. Uriel levantó su espada quebrada, ahora mitad de cristal y mitad de ceniza.
—Entonces eres mi última lección.
El ser extendió su mano, y la llama gris se transformó en una lanza luminosa. El impacto entre ambos estremeció la Tierra. Desde el cielo, Gabriel y Rafael descendieron a toda velocidad. El fuego y el vacío chocaban con tal fuerza que los continentes mismos se desplazaban. El mar se levantó como una muralla viva; los relámpagos formaban espirales en torno al combate. Rafael gritó:
—¡No puede luchar solo! ¡El fuego herido está devorándolo!
Gabriel alzó su lanza, dispuesto a intervenir, pero una voz los detuvo. Era profunda, insondable. Venía desde el Trono mismo.
Nadie puede salvar al fuego, salvo aquel que lo encendió.
Ambos se arrodillaron..Sabían que el Padre había hablado. Uriel estaba arrodillado en el centro del cataclismo. Su cuerpo ardía, mitad luz, mitad ceniza. El ser sin rostro lo observaba, inclinando la cabeza con una curiosidad casi humana.
¿Por qué sigues resistiendo, cuando todo lo que amas ha vuelto al Padre?
Uriel levantó la mirada, su voz serena, aunque el fuego le consumía la garganta.
—Porque mientras el amor exista, habrá algo que proteger.
El ser retrocedió, confundido. Por un instante, pareció dudar. Y fue suficiente.
Uriel clavó la espada en el suelo..El fuego rosado brotó, extendiéndose como una red de energía viva que se conectó con cada raíz, cada piedra, cada molécula de aire. La Tierra respondió..El planeta entero se iluminó como un corazón latiendo.
—El amor no muere —susurró Uriel—. Solo cambia de forma.
La figura gritó. Su luz gris se quebró, su cuerpo dividiéndose en mil fragmentos que se elevaron al cielo, donde fueron absorbidos por la aurora.
El abismo se cerró..La calma volvió. Uriel cayó de rodillas, exhausto. El fuego en su pecho seguía ardiendo, pero ahora su color era distinto: un resplandor blanco, puro, sin dualidad. La marca azul, el último regalo de Asmodeo, brilló con fuerza antes de desvanecerse lentamente. Gabriel y Rafael descendieron.
—¿Lo venciste? —preguntó Rafael, incrédulo.
Uriel sonrió débilmente.
—No se puede vencer al olvido. Solo recordarlo para que no regrese.
El viento sopló con suavidad..Las flores volvieron a abrirse..El cielo se despejó, y por primera vez en eras, no había fuego ni sombra. Pero en el horizonte, donde el mar tocaba el sol, algo pequeño brilló. Una chispa. Ni rosada, ni gris. Blanca. Uriel levantó la vista y sintió un escalofrío. La chispa comenzó a crecer, formando un nuevo resplandorby dentro de él, una silueta femenina con alas de cristal se materializó lentamente, con una voz suave como el eco de un sueño: