La noche cubría toda la ciudad; las luces se difuminaban entre la cortina de lluvia, convirtiéndose en un mar de reflejos dorados.
Las calles, limpias y brillantes por el agua, reflejaban faroles, autos que pasaban de prisa y sombras apresuradas bajo los paraguas.
Ariana caminaba encogida, cruzando la intersección con paso rápido.
Trabajaba en una cafetería del viejo distrito del centro, donde las luces de neón parpadeaban y el aire húmedo olía a café y gasolina.
Ya estaba acostumbrada a esa soledad nocturna… pero esa noche, la lluvia se sentía más fría que de costumbre.
Una ráfaga de viento sopló. Ella levantó la mano para acomodarse el cabello, pero se detuvo al doblar la esquina.
Bajo una farola parpadeante, un hombre permanecía de pie.
La luz caía sobre él, su silueta contrastaba con el fondo de la ciudad, como si no perteneciera a ese mundo.
La lluvia corría por su cabello, pero él no se movía; simplemente miraba hacia adelante, inmóvil.
El corazón de Ariana dio un vuelco. Por un instante, todo el ruido del entorno se desvaneció, dejando solo el sonido de la lluvia.
El hombre giró lentamente la cabeza. Sus miradas se encontraron.
Era una mirada imposible de evitar: fría, pero con una chispa de familiaridad.
—¿Puedes… oírlo? —dijo con voz grave, como un eco en la lluvia.
—¿Oír qué? —preguntó ella sin pensar.
Él guardó silencio un momento; luego, una leve sonrisa cruzó sus labios.
—Así que… aún es demasiado pronto.
Antes de que Ariana pudiera responder, el hombre movió la mano, y una pequeña gema transparente cayó de entre sus dedos.
Era un cristal que brillaba con un resplandor azul pálido al tocar el suelo mojado.
Ella, sorprendida, se agachó para recogerlo.
En el instante en que sus dedos rozaron la superficie fría, el mundo pareció detenerse.
Cuando volvió a levantar la vista… el hombre ya no estaba.
Solo quedaba la lluvia y la farola oscilante.
El agua corría por su cabello mientras el cristal emitía un suave resplandor en su palma.
La ciudad seguía viva, pero algo en ella había cambiado.
Esa noche, Ariana escuchó una voz en su interior:
—“Este es el comienzo.”