La promesa que nunca hicimos

El Regreso

EL REGRESO

AÑO 2017

 

Hace seis años viaje a esta isla ¡Mi lugar favorito en el mundo! Tenía dieciocho cuando lo hice. Mi padre es de descendencia griega y mi madre de descendencia guatemalteca. Como costumbre familiar —y porque mis padres ya no podían más con mi rebeldía— deciden mandarme a Grecia durante un año a aprender griego como lo hicieron mis hermanos. Solo que ellos tenían trece y catorce, a mí me mandaron demasiado grande para su gusto.

En un principio estaba en negación a venir, pero luego de una semana, esta se había convertido en la mejor decisión hecha por mis padres. Me encantaba este lugar y no quería dejarlo, se había vuelto mi hogar en tan poco tiempo.

Me baje del avión, observando por primera vez desde hace mucho la isla en la que deje tirado mi corazón. Bien decía mi mejor amiga Victoria que después de ese año nunca recupere mi alma. Y quizá era verdad, pero eso me pasa por enamorarme de alguien como Alexander Mandri, ellos no perdonan la razón del ser de enamorarse y querer un futuro. De cualquier manera, aquí estaba, bajándome de un avión para hacerle frente  mi pasado y poder enmendar mi futuro.

—Vienes justo a tiempo —dijo uno de mis mejores amigos griegos dándome un gran abrazo.

Su cálida piel morena tocó la mía, éramos como la leche y el chocolate. Él moreno oscuro y yo blanca —no nieves— pero sí morena clara. Tomé su mano llevándola a mis labios, tenía dos años de no verlo. La última vez fue cuando vino a Guatemala a trabajar por unos meses. Observe el tatuaje en el filo de su mano. Junté mi mano con la suya formando el corazón con las dos notas musicales. Él sonrió jalándome a su pecho para abrazarme con fuerza.

—Te extrañe, mi pequeña idiota —susurro a mi oído.

—Y yo a ti, Malaka.

Este soltó una risita apagada al escuchar el insulto griego que tanto me gustaba. Ilias había sido como mi hermano en Grecia y en Guatemala, mi confidente de travesuras e indecencias.

Tomó mi maleta y caminamos hasta el automóvil que supongo había alquilado, o quizá pedido prestado a algún amigo. Esos lujos en Santorini no son para todos, menos para un joven que recién pone su restaurante.

Y así era, Ilias acababa de abrir su negocio. Un restaurante que se especializaba en vinos y tapas típicas de Santorini. Estaba muy ansiosa de conocer Vine y Art. 

—¿A quién diablos le robaste el automóvil? Espero que no sea al señor de la panadería ese viejo sí que era agradable —dije recordando al anciano que nos dejaba entrar a la panadería a las cinco de la mañana cuando estaba empezando a hornear el pan.

Nosotros regresábamos a casa después de haber pasado toda la noche bebiendo en el bar, ya borrachos y hambrientos, la pizza era el premio que esperábamos cada vez que veíamos el amanecer.

—Lo siento, sis. Él murió el año pasado —su vista estaba fija en la carretera por lo que no podía ver si me estaba gastando una broma.

Instintivamente me lleve las manos a la boca, lamentando la muerte de una de las personas que fue amable conmigo. Era viejo pero no tan viejo para morir tan pronto, pero si lo pienso… ya pasaron seis años.

—¡Dios, es broma Mia! Estas a segundos de tirarte a llorar, mujer, componte un poco.

—¡Serás idiota! Le tengo cariño al viejo Papandreu.

—¿A él o sus pizzas? —le di un golpe en el brazo exigiendo respuesta a mi pregunta —. Es de Alex —dijo sin verme a la cara. Muy pocos lo sabían, pero ese era el hombre que tiro a la mierda mi corazón en lo más profundo del egeo y jamás lo busco para regresarlo a su lugar.

—¡Genial! —dije cargada de sarcasmo a pesar que no quería hacerlo.

—¿Seis años y aún no lo superas? —sus ojos oscuros me fulminaron con la mirada.

Tampoco nadie lo sabía, pero en seis años no estuvimos alejados. Skype era nuestra fuente y la comunicación era constante. Tan masoquista como suena, nos manteníamos unidos a pesar de la distancia y haber cortado. Eso no quiere decir que recuperara mi corazón, al contrario, se fue tres veces más al fondo del egeo.

—¡Ojos en la carretera Ilia mou! No quiero parar en el fondo de la caldera —Observe la ventana, viendo como tomábamos altura en la punta del antiguo volcán.

—Jamás te dejaría caer, no otra vez. Menos por mi culpa.

Sonrió.

Ilias fue mi vieja historia, una que duro horas. En el momento que nos presentaron, la atracción fue mutua y fuerte. Después de unas horas hablando descubrimos que esa atracción era más de hermanos no de sangre que otra cosa en concreto. Ilias era ese hermano que siempre quise tener, o quizá no tanto. A veces era un idiota.




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