La promesa que nunca hicimos

Mejor el chocolate

MEJOR EL CHOCOLATE

Año 2011

 

¡Esto está de la puta madre!

Las pequeñas casas de color blanco y azul, colores tierra y otras demasiado viejas para mi gusto me tenían emocionada. Todo parecía tan mágico que era difícil creer que estaba en este lugar, que hasta hace poco solo habitaban en las fotografías dentro de mi ordenador. 

Solté un chillido viendo a Christos, el mejor amigo de mi papá. El me dio hospedaje en su casa en este año. Su esposa Rainel y él eran grandiosos conmigo. Me estaban prestando su casa en Santorini para el verano ¡¿Quién hace eso?! Estaré viviendo sola y eso me emociona más que todas las m&m´s del mundo.

—Vamos tienes que parar —dije viendo a los turistas aglomerados en la carretera, tomando fotografías de la caldera.

—Esos Malakas no saben lo que están a punto de ver, pequeña. Esto no es nada.

—¿Cómo es que se llama a dónde vamos? —pregunté por cuarta vez en lo que iba de la mañana.

—Finikia —dijo señalando un cartel cuando nos estábamos acercando. Rodeamos la entrada deteniéndonos en un área de parqueo. Fruncí el ceño al ver que no entrabamos.

Me tomó dos explicaciones más entender que no entraban carros. Todo se hacía a pie o con el transporte griego, el burro. Observe un burro a lo lejos, parado en un campo con pasto seco sin ninguna sombra cerca de él. En ese momento sentí una lástima enorme y me negué a que lo usáramos. Él pobre se veía cansado, no estaba para ponerlo a cargar cosas, al contrario, yo las cargaría por él. ¿Cómo pueden tenerlo bajo el sol de ese modo?

Le explique a Ilias que cargaríamos las maletas porque el burro se veía cansado. Él y el chico que nos ayudaba se rieron de mi pero accedieron a no usar al burro. Bajamos las maletas que pesaban una barbaridad. A la próxima traigo una maleta que no cueste tanto dinero y la tiro en toda la bendita bajada de piedra.

La casa quedaba en la parte baja del pequeño pueblo. Las calles de piedra y gradas largas eran lo que adornaban las estrechos corredores. Las casas parecían ser de hobbits, con pequeñas puertas y ventanas aún más pequeñas. Me sentía increíble caminando a la casita a pesar que la maleta era un gran problema.

—Llegamos —dijo Ilias señalando una casa pequeña de color blanco con puerta de color azul y una ventanita que parecía de casa de muñecas con un circulo de ramas secas encima de ella.

El pequeño farol colgaba en la entrada, justo al lado de la puerta. Al entrar la casa no era más que un túnel. Empezabas en la cocina, si caminabas un poco llegabas a la sala, sin pasar por ninguna división. Los sillones eran de piedra, con cojines de color azul, celeste y turquesa.

Finalmente la división marcaba la habitación sin ventanas y el baño al final del túnel. Una persona claustrofóbica no podría vivir ni de chiste en este lugar. ¿En mi caso? No tendría ningún problema. Estaba enamorada de mi nuevo hogar por los siguientes meses.

—¡Me encanta! —dije emocionada.

—Qué bueno porque durante cuatro meses esta va a ser tu casa.

Me emocionaba de una manera tan modesta, vivir sola por cuatro meses en una isla de ensueños. No me lo podía creer. Coloqué mi maleta en la habitación y roge a mi padre postizo a que me llevara al restaurante de Dimitri Ziani a ver a Ilias y a Giorgos, sus hijos. Eran de mi edad, incluso yo estaba en medio de ellos. Giorgos era el mayor, tenía veinte, yo dieciocho e Ilias diecisiete.

Comenzamos la tediosa tarea de subir todo lo que bajamos hasta la cuevita, así es como le llamaría a mi nuevo hogar. La cuevita Karakla. Christos me mostro la casa de los Ziani, para mi sorpresa estaba empezando la bajada que tenía que tomar todos los días para ir a trabajar. El problema de esta calle era lo empinado que estaba, aun no terminábamos de subir y yo ya necesitaba mi inhalador de asma.

Aun no podía creer que estaría trabajando en un lugar tan lindo como Santorini. Mis amigas en Guatemala se morirían de la envidia cuando les mandara fotografías. Solo tenía que meterme a msn y rogar porque alguna esté conectada. Si no optaría por Facebook, aunque aún no lo sé usar muy bien, a veces extraño el hi5, era mucho más sencillo.

Finalmente pude ver la caldera. El panorama que tenía frente a mí era como una pintura en óleo de un museo carísimo. El azul del cielo se mezclaba con el azul del mar, decorado con nubes blancas que se pierden con el blanco y azul de las casas que se ven al fondo. El molino característico que vi en las fotografías aún está ausente de mi vista, eso quiere decir que no estoy cerca aun de ver lo mejor de Oía.




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