La promesa que nunca hicimos

Bienvenidos a Oia

BIENVENIDOS A OIA

Año 2011

 

Dos días de acomplarme en este lugar, dos largos días en los que compre papalinas, papitas y coca cola y ordene la casa a mi gusto. Casi no había salido de este lugar, solo a comer con Ilias y su padre. También llego otro amigo de mi padre que tiene una pequeña tienda llamada Epilekton. Es tienda de suvenirs de varias partes de mundo. Es como un pequeño museo de cosas curiosas.

Ayer me ofreció trabajo y no dude en aceptar ¿Lo malo? Mi mejor amiga venía hoy a Santorini y yo tendría que estar trabajando medio tiempo. Eso no estaba en mi plan, pero debía trabajar para poder mantenerme en este lugar un tiempo.

Acelere la motocicleta de cuatro ruedas que había alquilado por estos días. Tenía que sacar mis papeles para poder trabajar y luego ir por Victoria al puerto. Vendría a verme por una semana y eso me tenía como loca de la emoción.

Me estacione en las afueras del pueblo de Thira, entrando a las callecitas de piedra. La cola de gente era corta y agradecí que fuera rápido el proceso. El calor estaba siendo insoportable y eso me tenía aburrida, las altas temperaturas no eran para mí definitivamente. Ahora que lo pienso el frio tampoco. Extraño.

Me tarde aproximadamente dos horas sacando todo y aun así tendría que volver mañana. Me gustaría decir que no me importaba hacer colas en un país extranjero y que me emocionaba estar en este lugar pero… seamos sinceros ¡A nadie le gusta estar en colas! Mucho menos perder dos horas de vida. Es como el tráfico en Guatemala, cada vez está más insoportable y dejas tu vida dentro de un carro. Nada es fácil y todo es un dolor de ovarios.

¿Por qué vivir simple si se puede vivir complicado? Creo ese es el lema de todo el mundo.

Baje al puerto, observando una vez más la majestuosa caldera. Ver los barcos enormes parados a la orilla era fuera de lo extraordinario. Pero ver la reacción de las personas al bajar los barcos era la verdadera aventura. Ojos abiertos llenos de sorpresa, personas abrazándose después de años o meses de no verse, parejas besándose como si hubieran llegado a la isla prometida y sobretodo turistas pariendo hijos viendo como subirían a la civilización.

Busqué con desesperación entre la gente. Vicky estaría pronto conmigo y eso era demasiado para mi existencia. Tenía seis meses de no ver a nadie de Guatemala y que ella viniera solo por el placer de mi compañía era un plus de amistad.  

— ¡Mía! —escuche un grito. Gire por todos lados viendo la marea de gentes sin ver aun a Vicky.

Me pare en una de los tubos para amarrar el barco y comencé a gritar de regreso.

— ¡No te miro!

—Claro que no ¡Estoy atrás! —grito justo a mi lado.

Gritamos emocionadas como niñas locas abrazándonos. Tenía ciertas lágrimas en los ojos de felicidad, de verdad que extrañaba lo conocido. Vi la maleta que estaba arrastrando, era grande y pesada ¿Lo peor? Yo decidí venir en una motocicleta de cuatro ruedas a traerla. Definitivamente no pensé en ese detalle.

—Bueno, tendrás que llevar la maleta en tus piernas —señale la motocicleta de cuatro, Vicky abrió mucho los ojos sorprendida.

—Me tienes que estar jodiendo —negó con la cabeza.

Le di un empujón antes de que nos acomodáramos. La subida estuvo crítica. Sentí que no llegábamos a la parte superior de la caldera. Como era de esperar, Vicky estaba como loca viendo y quejándose del calor. Nos tomamos un par de fotografías donde la mitad de los turistas paraban a tomarse la primera fotografía. Ese lugar que ahora me parecía poco espectacular después de ver las pequeñas calles de Oia.

A mitad del camino para Oía, la motocicleta se apagó. Logre colocarme a un lado para evitar tapar el paso. Sentí la mirada de Victoria taladrarme la cabeza. Cerré los ojos sabiendo lo que había pasado, ella sabía de mecánica y ese apagón podía significar solo una cosa.  

—No revisaste el tanque ¿Verdad?

¡Tenía que pasarme con ella!

Vicky siempre fue como mi madre y ahora estaba corroborando mi usual dejadez. Deje caer la cabeza en el timón un poco frustrada pero no pude evitar comenzar a reír, que más daba, ya no podía hacer nada. Había olvidado llenar el tanque y la subida había matado lo poco que tenía.

— ¡Voy a matarte, Karakla!

— ¡Lo siento! ¡No fue mi culpa!

— ¿Y entonces de quién es? ¿Del burro que pasamos hace dos minutos? Si, de seguro él se quedó con la gasolina.




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