DE UNA VIDA A OTRA
Año 2017
La entrada a Lotza era la misma con unos cuantos pequeños cambios. El marco de la puerta era corinto y no naranja como solía ser, la buganvilia color rosa resaltaba notablemente de la puerta. Cambie el peso de la pierna viendo un lugar con tanta historia. Cuantas veces no entre a ese restaurante pensando en la emoción de ver a la persona que amaba. Ahora estaba a segundos de ver a mi ex novio y eso definitivamente perdía el interés de antes.
Mi corazón después de la partida de Santrini hace seis años se volvió en el corazón de hielo al muy estilo Frozen. Ahora volvía a palpitar, como nunca antes palpito en la vida. Como si reconociera su energía.
Había pasado años estudiando Reiki, sanación de chakras y todas esas cosas energéticas que muchas personas ven como malas. Ahora más que nunca creía en las vidas pasadas y él, Alexander, había sido mi pasado. No tenía que investigarlo tanto, mi alma lo reconocía.
—Mamá estará emocionada de verte —dijo empujando de mi hombro —, mis dos hermanos también. Quizá uno más que otro —me giño un ojo antes de entrar.
Sí, su hermana sabia a la perfección la historia, mucho la vivieron de cerca, otros de lejos. De una u otra manera, Alex y yo siempre estuvimos conectados por ese hilo rojo que se llama destino. Esperaba que Kat hubiera olvidado lo fuerte que fue nuestra relación, solo dios sabe que necesito dejarlo ir un poco.
Odiaba ser su secreto, lo odiaba desde el fondo de mi corazón, pero jamás fui algo para ser contado. No sabía qué tipo de amistad teníamos, nunca supe que era lo que cultivábamos ni que era lo que podíamos llegar a tener. Éramos un caso raro que se ocultaba tras Skype para platicar de cosas que nunca platicarías con cualquiera.
—Ahí esta —señalo su hermana.
Me di la vuelta viendo a Alexander servir unas cervezas a una mesa de turistas —quizá alemanes. Este les sonrió levantando la bandeja antes que su vista topara con la mía. Literalmente me quede sin respiración. No había cambiado mucho, seguía teniendo la cara de niño que siempre tuvo, sus ojos miel reflejaban más cansancio del que recordaba, su cuerpo estaba más formado y sus músculos debajo de su camisa blanca más marcados. Seguía siendo él con la madurez que la edad le daba. Ahora hablemos de la pequeña barba, super corta que le daba un toque demasiado atractivo. Lo había visto antes por Skype, peor verlo así, en vida real era… increíble.
Se acercó, con los hombros tirados hacia atrás, relajado y confiado de él. Él siempre fue un hombre seguro de sí mismo, al menos a primera vista. Por dentro estaba roto, como todas las personas en este mundo. Aparentar estar completo es fácil, seguramente la mitad de las personas lo hacen, pero por dentro estamos llenos de inseguridades, miedos y pedazos rotos de nuestro pasado.
—Mia —dijo suspirando mi nombre.
— ¡Alex! —intente aparentar que todo estaba bien. Metí el estómago y tire mis hombros para atrás arrepintiéndome de no haberme puesto una faja. Me va a ver gorda. De seguro no le va a gustar lo que ve. ¿Por qué no deje de comer? ¡Joder! Tenía que haber bajado de peso, se va a arrepentir de haber estado con alguien que es un cerdo ibérico andante. Ya pareceré el cerdo de la historia de Elena, mi amiga española que tenía un cerdo llamado Regina.
Debí de haber hecho la dieta, pero siempre terminaba tirándola por la borda antes de comenzarla, más cuando mi mejor amiga me invitaba a comer tacos. ¡Mierda! Me pasare tomando agua de aquí en adelante.
<Sí, claro. Eso jamás pasaría> Pensé en mi interior.
Los brazos de Alex me rodearon, dejándome sentir su calor corporal. La poca humedad que quedaba en su piel por el trabajo y la alta temperatura me reconfortaron, llevándome a un pasado remoto de hace seis años. Armani y sudor, aun su sudor seguía siendo perfecto.
Cerré los ojos sintiendo como el hilo quitaba su tensión y se acomodaba en su lugar. Espere tanto para este abrazo que ahora que lo siento, no quiero despegarme de él. Me separe un poco para poder verlo a los ojos. Alexander me regalo una de esas sonrisas de adonis sin despegar sus manos de mis caderas.
—Es bueno verte —su acento seguía siendo bello. A pesar que es la persona con la que más tuve contacto estos seis años, jamás hablamos. Solo escribíamos y en cierta ocasión que olvido silenciar el micrófono lo escuche respirara, suspirar y maldecir en lo bajo cuando su cuerpo buscaba cierta liberación al estrés acumulado. Una sola llamada a distancia podía solucionar todos nuestros problemas.