La promesa que nunca hicimos

Un café por favor

UN CAFÉ POR FAVOR

Año 2011

 

Me senté en la mesa de uno de los cafés con la vista más linda que había visto del lado de Fira, el centro de Santorini. Estaba vacío, lo cual me dio tranquilidad por un momento de la cantidad de gente que normalmente se aglomera en los lugares de Oia. El restaurante tenía una vista diferente a la caldera a la que estaba acostumbrada. Las mesas estaban bajo un techo hecho de manta y si no fuera por los vientos que Santorini proporcionaba al estilo natural, me moriría del calor.

Observe el menú sin realmente saber que pedir, Alexander estaba viéndome de una manera que me hacía sentir incomoda, aun no entiendo porque accedí a venir con él.

— ¿Qué vas a tomar? —opte por preguntarle ya que mi mente estaba en algo frío pero me negaba a pedir café, el café no iba conmigo, al menos por ahora.

—Un expreso frío, tengo que ir a trabajar y quiero mantenerme despierto.  

No era de extrañar que un griego pidiera un café frío a esta hora, eran las dos de la tarde y a pesar que no había comido nada más que un helado de snicker, no tenía hambre. No estaba segura si era el efecto que tenía Alexander de quitarme el hambre o que realmente estaba teniendo pena por mi misma y mi peso, finalmente.

El camarero se aceró, tranquilo con su planta de saber lo que íbamos a pedir sin siquiera abrir la boca. En un principio nos saludó en inglés, como si fuéramos unos turistas como todos los demás, era obvio, estábamos hablando en inglés.

—Un expreso frío sin azúcar —dijo Alexander antes de verme.

Aquí venia mi momento raro del día donde iba a pedir lo mismo que él.

—Lo mismo —dije empleando el poco griego que tenía en mi vocabulario.

Nos quedamos en silencio, esperando a ver qué diablos hablar. No nos conocíamos lo suficiente para tener tema de conversación, apenas si nos habíamos hablado ¡Mierda! No tenía ni idea que diablos decir o hacer. Es extraño porque normalmente hablo más de lo normal.

— ¿Qué hacías en Fira? —preguntó recostándose en la silla.

—Voy a trabajar en una tienda y necesitaba mis permisos de trabajo.

Alexander entrecerró los ojos, negando con la cabeza.

— ¿Vas a trabajar?

¿Qué acaso él no trabaja?

—Claro que voy a trabajar, a eso vine.

Calculaba que él y yo teníamos la misma edad. A los dieciocho se comenzaban a dar los primeros pasos, en Grecia desde mucho antes. Normalmente los negocios aquí eran familiares y los jóvenes empezaban desde los catorce o quince a trabajar con sus padres. Agradecí que en Guatemala esto no pasara, ahí era estudios, estudios y más estudios antes de comenzar a trabajar.

—Haces bien ¿Es tu primer trabajo?

—En Grecia sí, en mi vida no —había tenido trabajos de vacacionista en un pasado, trabajos pequeños pero que en Guatemala eran gran cosa, al menos para los jóvenes. Ganas dinero para después gastártelo en alguna estupidez

— ¿Qué hay de ti? —regresaría el interrogatorio para él, no sería él el único preguntando en este lugar.

—Trabajo con mi padre desde los catorce, cada verano vengo a Oia a trabajar, luego regreso a Londres a terminar mis estudios. Así de aburrida es mi vida.

¿Qué? ¿Aburrida? Este tío no tiene ni la menor idea de lo que es aburrida. Trabajar en este lugar no tiene nada de aburrido. Es como un pueblo enorme donde están todos tus amigos, tienes una vista hermosa todos los días, sales a tomarte una cerveza al único bar del pueblo, ves gente nueva a diario. ¿Qué tiene esto de aburrido?

—Sí, me imagino que debe de ser aburrido —respondí con sarcasmo. Alexander soltó una risa apagada antes de negar con la cabeza.

El camarero llego con los expresos fríos, a primera vista se veía excelente. La mezcla de café con la espuma arriba y el hielo mezclándose de una manera atractiva. Me imagine un sabor dulce con café. Quizá lo estaba juzgando mal.

Di el primer trago al ver como Alexander absorbía el expreso con la pajita. Me duro tres segundos en tragar el café súper fuerte sin nada de azúcar. Hice una cara al darme cuenta lo fuerte que estaba. Lo dulce se quedó tirado en alguna parte de la carretera cuando estaba viniendo, de eso no había duda. El sabor amargo invadió mi sistema, bajando en una mezcla de frio y espeso por mi garganta. Levante la mirada intentando que no se diera cuenta. Si le daba una sonrisa jamás lo vería.




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