La promesa que nunca hicimos

En su cama

EN SU CAMA

Año 2017

Me tomé la cabeza con fuerza, la sangre bombeaba como si fuera corazón acelerado ¿Pero qué diablos paso? Observe mi alrededor sin entender bien donde estaba. La habitación era muy conocida, pero no era una donde hubiera estado antes, la recordaría mejor.

Pensé en todas las margaritas que tomamos ayer con Kat y las gemelas y me odie a mí misma por no recordar como termino la noche. No sabía qe estaba llegando primero, la resaca o la resaca moral.

Me levanté de la cama, que por cierto, por primera vez en mucho estaba en una cama suave. No sé por qué a los griegos les da por dormir en camas duras, como si fueran piedras con sábanas y almohadas.

“Definitivamente la mejor cama en la que he estado en Grecia”

Me dediqué a buscar mi teléfono celular por toda la cama, con la esperanza de encontrarlo cerca. No lo veo, tampoco lo siento. Me di la vuelta para buscarlo en la mesita de noche y me topo con una fotografía de Alex con su perro, Bellamy. Mi corazón se detuvo por unos segundos cayendo en cuenta que estaba en la habitación de Alex. Sabía que el olor me era conocido, el tipo de decoración y la pared de atrás con la cabecera de cama.

Su aroma a Armani está impregnado en todas partes, pero también su aroma natural es lo que sobresale de la almohada que me estoy pegando a las fosas nasales solo por el hecho que son de él. Ya que no puedo llevarme la almohada conmigo porque parecería una loca. Me revolqué en la cama a pesar del dolor de cabeza, esto de amanecer en su cama —una vez más— podría nunca pasar de nuevo.

Imagine sus jadeos, de cómo se vería el encima de mí. Sus manos al lado de mis brazos, sus movimientos que marcaban sus músculos en cada arremetida natural dentro de mi sistema. La imagine como siempre me recordaba que podría haber sido.  

Me revolqué en sus sabanas, inhalando una vez más su aroma.

—¿Qué haces? —escuche la voz de Alex y me quede estática ¡Joder!

Me senté viéndolo a los ojos. Por alguna razón sus ojos miel estaban tirando a un color verde intenso. Nunca me había fijado en ese cambio de color, debí de ser más observadora seis años atrás, en Skype ver el color era casi imposible.

Me encogí de hombros.

—El dolor de cabeza me tiene loca —si tan solo pudiera leer mi mente escucharía “tu aroma me tiene como gato al momento de oler catnip”. En lugar de eso sonreí señalando mi cabeza.

—¡Ah! —exclamo —. Es lógico, déjame ir por una pastilla, te sentirás mejor.

Lo vi salir de su habitación llevándose toda mi vergüenza con él. ¡¿Pero en qué diablos estaba pensando?! Tenía que actuar normal. Me tire a la cama, tapándome con las sabanas, agradecida que su habitación tenía aire acondicionado.

¡Bendito el aire acondicionado en época de verano!

Lo vi entrar con un vaso de agua, a pesar que no tenía hielo, se lograba ver la frescura a través del cristal. Le di una sonrisa recibiendo el vaso y la pastilla. Este se sentó a mi lado con su camisa blanca. Bajo la mirada y se paró en el mismo momento, camino por toda la habitación como si arreglara algo que no estaba desarreglado ¿Qué diablos con esa actitud?

Hace unos segundos estaba tranquilo y ahora parecía tan nervioso. Era extraño ese cambio.

—Ya me tengo que ir —dijo como si me sacara con clase de su casa.

—Sin problema —dejando el vaso en su mesita de noche de madera azul marino, me pare viendo que a pesar de que las casas en Santorini eran miniatura, su habitación era de un tamaño medio con las paredes de cemento blanco como era la costumbre —. Gracia por la pastilla.

—No me refería a… lo siento es solo que… ¿Podemos hablar más tarde y juntarnos solo los dos?

¡Emoción total!

Asentí con la cabeza, intentando no mostrar tanta emoción. ¡Joder me quiere ver! Y yo que pensaba que él y yo éramos caso perdido.

—Tu hermana tiene mi número, si no siempre esta Skype —una dama siempre tiene que hacerse un poco la difícil.

Con la poca victoria que tenía en mis manos salí de su habitación observando a Kat recostada en el sillón. Al parecer los hermanos vivían solos, sin sus padres. Kat estaba en putrefacción cinco, o mejor conocida en el buen lenguaje español, muerta en vida de tanto alcohol.  

—¡Tengo que trabajar! —grito viéndome con cara de “mátame”.




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