La promesa que nunca hicimos

Histeria

Histeria

Año 2011

Alex:

Domine las olas como un experto, sentía la brisa golpear mi piel y anunciar lo bueno que era estar dentro del mar. Hoy las olas estaban increíbles, pero debía tomarlas temprano porque en la tarde todo cambiaria. Estaba considerando no ir a trabajar hoy, pero la parte responsable en mi interior insistía en que debía hacerlo.  

En el momento que abandone el apartamento, Mia estaba dormida. No quise despertarla por lo que solo le di un beso silencioso en la frente. Esta mujer me encantaba y eso era un hecho, no podía cambiar mis sentimientos. A veces me daba miedo estar involucrando mucho mi  corazón. Esto no era permanente, ella se regresaría. Pero quizá podía hacer que considerara quedarse en Grecia o venir a Londres conmigo. Pasamos un fin de semana digno de película, la lleve a uno de los lugares mas lejanos y hermosos de Santorini. Era primera vez que estaba por ahí y debo de admitir, era precioso.

Queria que nuestro tiempo juntos no se terminara, para eso debía ponerle las cartas sobre la mesa. Eso implicaba pedirle que viniera a vivir conmigo y ese era un paso más grande, ahora era por unas semanas, de aceptar seria de por vida o al menos unos años para ver si funcionaba esto.

Tendríamos que buscar universidades que tuvieran las carreras que a ella le llamaran la atención. La nacionalidad no era un problema, ella era Griega, con papeles y todo lo que un residente podía tener.

Sonreí planeando todo en mi cabeza. No dejaría que me dejara, no dejaría que se alejara. Sí lo que yo sentía era lo mismo que Mia sentía, no había vuelta de hoja. Ella y yo estaríamos juntos por toda la eternidad. Que se mueran todos aquellos que dicen que a esta edad no puedes encontrar al amor de tu vida.

Camino al apartamento pase comprando un ramo de girasoles. Los girasoles me recordaban a Mia. Era la primera vez que le compraba flores, esperaba verla sonreír cuando regresara del trabajo. Observe como los turistas me observaban caminar, lo más seguro es que tuviera una cara de estúpido. Como esos críos a los que les acaban de comprar una bolsa de dulces asidos.

—¿Alex? —vi a mi hermana intentar frenarme, pero no quería que me viera a la cara. Sabía que ella vería mi expresión de felicidad inmensa y lo sabría. Sabría que le diría a Mia que se quedara conmigo.

—¡Ahora no! —grité caminando más deprisa.

—Dale un beso a Mia de mi parte, dile que la quiero y que cuenta conmigo. ¿Me hablas más tarde?

Mi hermana seguía gritando como si no hubiera gente viéndonos. Me di la vuelta y asentí con la cabeza, confundido de porque me decía esas cosas para Mia, lo más seguro es que se juntaran más tarde. Aun así no estaba para preguntarle cosas a mi hermana, no ahora que tenía un plan. Solo quería llegar al apartamento y buscar toda la información. Mi apartamento en Londres era grande y mi compañero de cuarto era la mejor mierda de mi vida. A él no le molestaría que Mia viniera con nosotros.

Abrí la puerta de la habitación, revelando a Mia con Ilias. Estaban abrazados viéndose a los ojos, como si fuera a besarla o algo por el estilo. Ilias tenía una camisa sin mangas y Mia estaba de negro, con un vestido muy escotado.

Sabía de la relación de Mia con Ilias. Sabía que ellos tenían algo unos meses atrás, pero yo llegue a cambiar eso, o al menos eso había esperado. Viéndolos ahora, de esa maldita forma lo dudaba.

Mi sangre comenzó a hervir por dentro. Podía sentir las burbujas en mi sangre. Estaba enojado por la situación, si iba a engañarme no tenía por qué hacerlo en mi propia casa, en mi lugar con ella. Mia se dio la vuelta, pálida y… rara, ella se veía rara, como sí hubiera estado llorando. Quizá lloro por él. Negué con la cabeza tirando las flores al suelo.

Mia intento decir algo pero la sangre no dejaba que pudiera pensar, no ahora que estaba demasiado confundido.

Me abalance a Ilias, sin pensar en que Mia estaba a unos pies. Le di un golpe justo en la cara. A este punto no sabía si había sido su ojo, el pómulo o le di al puto aire. Esta reacción no era normal de mí, normalmente me importaba poco. Pero si algo prometí en esta vida, era a no engañar a nadie porque sabía que eso dolería. El dolor de un corazón puede llegar a ser más letal que un ataque al corazón o una patada en los huevos.

Ilias tomó el control de la pelea, pegándome de regreso. La adrenalina no me dejo sentir nada, gracias al cielo porque estaba seguro que de mi labio salía sangre. Podía sentir el sabor a metal en la boca. Los gritos de Mia se escuchaban a lo lejos, la escuchaba llorar y ya no estaba seguro si era por él o por mí.




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