La promesa que nunca hicimos

Otra vez

OTRA VEZ

Año 2017

Me senté en la piedra que tantas veces me vio escribir, llorar, sentir, besar y sobre todo amar. Recordar despedidas era difícil, más cuando la tuya se estaba acercando. Decir adiós nunca fue sencillo, sobre todo si no sabías si algún día volverías a ese lugar que guarda tus sueños.

Suspire viendo el Egeo, el mar, mi tranquilidad. No quería irme, detestaba tener que dejar atrás mi vida en este lugar. Las despedidas se volvían eternas y me negaba a partir de nuevo, pero cuando no hay muchas opciones no queda nada más que regresar.

En Guatemala tenía un trabajo que estaba llegando a su fin, estaban las grabaciones de lo que sería la película de mi libro, tenía tres lanzamientos prontos y un viaje para promocionar mis libros. No podía simplemente quedarme y ver si las cosas funcionaban. Tampoco estaba la opción de que Alex dejara todo por intentar algo, eso quitaba esperanza a mis sueños.

La música que me recordaba a la fiesta de la luna sonó en mis auriculares, era masoquista y la puse a todo volumen, recordando a detalle ese baile, esos besos, la manera en que Alex me tomó de la cintura aclamando mi cuerpo, haciéndome suya. Recordé nuestro fin de semana en la suite, en la parte alta de Santorini. Recordé la paz y la felicidad que sentía en ese tiempo.

Tengo seis años de no sentir nada por nadie, de no llenar el vacío que tengo por dentro, la manera en que mi corazón siempre le perteneció y jamás lo regreso. Es patético y doloroso, pero es mi maldita realidad.

Me lleve las piernas al pecho, imaginando la antigua Grecia, la mitología y como empezaría mi siguiente historia acerca de un lugar lejano lleno de héroes, dioses y semidioses. Tenía que distraer mi mente del doloroso recuerdo de Alex. Ayer quise decirle que lo amaba de nuevo y estaba segura que él quería decirlo pero el miedo fue más fuerte que nosotros y lo dejamos pasar.

No quería volver a escuchar un “no es suficiente” porque nada era suficiente ante los ojos del mundo mundial. No cuando uno no tenía el valor de aceptar las cosas.

Alguien tocó mi hombro, me di la vuelta para ver a Adria parado atrás de mí. Me quité los auriculares sonriéndole.

—¿Me puedo sentar?

—No es de mi propiedad la piedra, aunque me gustaría que así fuera.

Palpe con la mano a mi lado para que él tomara asiento. Este suspiro al ver el gran mar a nuestro alrededor, aun habían turistas observando lo mismo que nosotros, pero había una gran diferencia. Nosotros lo veíamos como nuestro hogar y ellos como un lugar turístico.

—Siento tanto lo que paso entre nosotros —dijo Adria sin apartar la vista de la caldera.

—Yo no —dije tomando con más fuerza mis piernas —. Me diste esperanza cuando más lo necesitaba, me hiciste sentir… bien.

Lo escuche sonreír. Estar con Adria significo que podía intentar escapar de mis sentimientos, pero jamás dejarlos ir por completo. Él me dio lo que no muchos pudieron darme y eso era el darme cuenta lo que realmente sentía.

—Pensé que podía superarlo —susurre más para mí que para él.

—Pensaste, eso es bueno Mia. ¿Vas a verlo hoy?

Negué con la cabeza. Estos días en los que él no me ignoro, en los que por un minuto él y yo logramos ser lo que algún día fuimos, fueron los mejores de mi vida. Cerré los ojos, sintiendo la brisa marina pegar en mi rostro.

—Lo vuelves loco —aclaro Adria —. Desde hace seis años que lo veo perder la cabeza por ti, nunca lo admite, incluso pensamos que te había olvidado. Tampoco sabíamos que en seis años seguían hablando todos los días y siendo… ustedes a pesar de la distancia.

—Aun así la distancia era más fácil que el vernos una vez más —haberlo visto rompía mi corazón de una manera que jamás entendería, verlo con alguien más era peor.

—La distancia te hacia olvidar lo que la cercanía te puede dar, uno siente más cuando tiene cerca a las personas, pero la distancia te hace apreciarlo mejor todo.

—¿Desde cuándo te volviste tan sabio? —me gire para verlo a los ojos.

—Desde siempre, solo que conociste lo que no debiste conocer. Puedo ser sabio y sensual al mismo tiempo—los dos reímos poniéndonos de pie.

—¿Café? —preguntó saltando de mi piedra favorita para llegar a la parte central del castillo.

—¿Quieres mejor un vino con una buena vista a la caldera?




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