La Prometida

6 LA EXTRAÑA VISITA

El día que Hortensia cumplió dieciocho años, su vida dio un giro inesperado. Mientras celebraba con Miranda y Andrés en el apartamento disfrutando de rico pastel que le había horneado su nana, un elegante automóvil negro se detuvo frente a la entrada. De él descendieron dos figuras que captaron inmediatamente la atención de los jóvenes.

El primero en presentarse fue un hombre de mediana edad, vestido con un traje impecable y un aire de autoridad que no pasó desapercibido. Con voz grave y pausada, se identificó como uno de los directores de las empresas del padre de Hortensia. Sin embargo, fue su acompañante quien realmente robó el aliento de la cumpleañera.

A su lado estaba Ricardo, un joven apuesto de ojos verdes y sonrisa cautivadora. Su presencia irradiaba un aura de misterio y aventura que Hortensia encontró irresistible. Mientras el director hablaba de asuntos de negocios, Ricardo comenzó a relatar historias fascinantes sobre sus viajes alrededor del mundo, cautivando a los tres amigos con sus anécdotas.

Hortensia se encontró pendiente de cada palabra que salía de los labios de Ricardo. Sus ojos brillaban con emoción al escuchar sobre lugares exóticos y experiencias que solo había soñado. La curiosidad ardía en su interior, ansiosa por saber más sobre este enigmático joven que había aparecido de repente en su vida.

Cuando Ricardo, con un gesto galante, la invitó a cenar esa misma noche para continuar compartiendo sus historias, Hortensia aceptó sin dudarlo. La emoción del momento nubló su juicio, y apenas prestó atención a las advertencias susurradas de su nana, quien la miraba con preocupación desde la puerta de la cocina.

—Hortensia, cariño, recuerda lo que siempre te he dicho sobre... —comenzó a decir la nana, pero sus palabras se perdieron en el entusiasmo de la joven.

Miranda y Andrés intercambiaron miradas de inquietud. Algo en la repentina aparición de estos extraños y en la rápida aceptación de Hortensia les provocaba una sensación de desasosiego.

—¿Estás segura de esto, Hortensia? —preguntó Andrés en voz baja—. Apenas los conoces.

Pero Hortensia, envuelta en una nube de emoción y curiosidad, desestimó las preocupaciones de sus amigos con un gesto de la mano.

—Estaré bien, chicos. Es solo una cena. Además, ¿no es emocionante? ¡Por fin está pasando algo interesante en mi vida!

Mientras veía a Hortensia prepararse para la cena, su nana no podía sacudirse la sensación de que algo no estaba bien. Las advertencias del difunto padre de Hortensia resonaban en su mente, pero por ahora, solo podía observar y esperar, rezando para que sus temores fueran infundados.

Miranda ayudó a Hortensia a escoger un hermoso vestido verde que la hacía lucir espléndida. Aunque quería acompañarla, decidió quedarse en la casa junto a la nana, a quien Hortensia prometió no firmar ni aceptar nada.

La cena transcurrió en un lujoso restaurante. Hortensia estaba embriagada con la presencia de Ricardo, quien no dejaba de contar sus fascinantes aventuras. El ambiente era mágico, y ella se sentía como la protagonista de un cuento de hadas.

Después de un rato y con dos copas de vino en su sistema, se les unió el director, quien resultó ser el padre de Ricardo. El hombre comenzó a hablarle a Hortensia de negocios, sugiriendo que él estaría encantado de ser su representante en la empresa. Sin embargo, mencionó que para ello, debía firmar ciertos papeles. Hortensia, recordando la promesa hecha a su nana, respondió amablemente:

—Me halaga su oferta. ¿Podría dejarme los documentos para revisarlos con calma? Le daré mi respuesta después.

El hombre insistió, su tono volviéndose más apremiante con cada negativa de Hortensia. Mientras tanto, Ricardo no paraba de llenar la copa de la joven, animándola a beber más.

De repente, Hortensia sintió que la habitación giraba. Su mente se nublaba y las voces a su alrededor se volvían distantes. Con creciente alarma, se dio cuenta de que algo no estaba bien.

—Disculpen, necesito ir al baño —logró decir, poniéndose de pie con dificultad.

Dando tumbos, apenas podía mantenerse erguida. La sospecha de que su bebida había sido adulterada se hizo más fuerte, pues no lograba pensar con claridad. Con manos temblorosas, sacó su teléfono y marcó el primer número que encontró. Lo último que recordaba era la voz preocupada de alguien al otro lado de la línea antes de que todo se volviera negro.

Al despertar al día siguiente, Hortensia se encontró desorientada en la habitación de un lujoso hotel. Para su alivio, seguía vestida. En la mesita de noche encontró una aspirina y un vaso de agua junto a una misteriosa nota que decía: "Hablaremos después", firmada con las iniciales M.M.

Con la cabeza aún dando vueltas, llamó a Miranda para que le trajera ropa limpia. A través del teléfono, podía escuchar el alboroto de su nana en el fondo. Aprovechó para tomar un baño rápido, justo a tiempo antes de que Miranda y su nana irrumpieran en la habitación, casi corriendo.

—¡Ay, Hortensita, mi niña! ¡Qué susto me has dado! No he podido pegar ojo en toda la noche —exclamó la nana, abrazándola con fuerza.

—Ni yo tampoco, mi hermana. No sabes cuánto me arrepiento de no haberte acompañado —añadió Miranda, con los ojos llenos de preocupación.

Hortensia les explicó lo poco que recordaba, asegurándoles que estaba sana y salva y que no le faltaba nada. Sin embargo, la incertidumbre sobre quién la había llevado al hotel persistía.




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