Al regresar a la casa, fueron recibidas con gran alegría por el abogado Durand. El tiempo había dejado su huella en él; estaba muy envejecido y ligeramente encorvado.
—¡Hortensia querida! Pero qué grande y hermosa te me has puesto. Eres igualita a tu mamá de joven, con los ojos de tu padre —exclamó con inmensa alegría, caminando a su encuentro.
—¡Tío Humberto! Qué alegría verlo. Aunque no me crea, realmente lo he extrañado mucho —respondió Hortensia, corriendo a abrazar al anciano que las recibió feliz en sus brazos.
—Yo también, hijita. Pero el trabajo cada día era más y más, y siempre dejaba para después lo de visitarte. Mira cuánto tiempo ha pasado —explicaba mientras se separaba de ella. Luego, con expresión seria, preguntó—: Pero dime, ¿no has firmado nada, por favor?
—No, tío, no se preocupe. No he firmado nada —se apresuró a asegurar Hortensia—. ¿Pero de qué se trata?
—Pues verás, hijita, es un poco complicado de explicar —contestó el abogado con un suspiro—. Mejor tomemos asiento porque esas diez horas en el avión no me sentaron muy bien.
—Oh, tío, si quiere mejor descanse y luego hablamos —sugirió preocupada Hortensia, conociendo lo lejos que estaba su país.
—No, querida. Tengo que hablar primero contigo antes de poder descansar —insistió el abogado, su tono revelando la urgencia del asunto.
Se dirigieron al salón principal, donde la nana ya había preparado té y algunas galletas. Miranda, sintiendo la tensión en el ambiente, se sentó cerca de Hortensia, lista para brindar apoyo.
—Antes de empezar, tío, déjeme presentarle a mi hermana del alma, Miranda —dijo Hortensia con cariño.
El abogado Durand miró a Miranda con una sonrisa cálida. Luego a Hortensia tratando de comprender, para regresar su vista a la tímida Miranda.
—Eres realmente hermosa, Miranda, más de lo que dice la niña en sus cartas. Bienvenida a la familia, hija. Aquí este viejo es tu tío —. Y se acercó a la chica, dándole un fuerte abrazo. Miranda lo abrazó con lágrimas en los ojos, conmovida por el gesto.
—Yo voy a ir a preparar una merienda —dijo la nana, retirándose junto a Miranda, dándoles privacidad.
El abogado Durand tomó un sorbo de té, como si buscara las palabras adecuadas. Una vez solos, comenzó su explicación:
—Pues verás, hijita, durante estos años he hecho todo lo posible porque tus negocios marcharan muy bien, y casi lo logro. Pero la semana pasada descubrimos que el director de la fábrica principal, la que abastece la materia prima a las demás, tiene un enorme desfalco. Tanto que creo que nos vamos a ir a la ruina —terminó de decir con verdadero pesar.
—¿Es tan serio, tío? —preguntó Hortensia, sintiendo un nudo en la garganta.
—Sí, hija. Vamos a ver qué podemos salvar. —Siguió diciendo el abogado visiblemente afectado. —Este señor que vino a verte quería que le firmaras una autorización para vender todas las propiedades, para con ello pagar la enorme deuda y evitar que él y su hijo fueran a prisión.
Hortensia palideció al escuchar esto. Estaba tan emocionada de que un apuesto chico la cortejara que olvidó por completo todas las precauciones. Y si no llega a ser porque la habían sacado de allí, de seguro ellos hubieran logrado su objetivo.
—Fíjese, tío, que creo que me drogaron ayer —le confesó como siempre con honestidad. Con él hablaba de todo por teléfono casi cada noche. — Tomé dos copas de vino y perdí prácticamente el conocimiento. Todavía no sé quién me recogió del baño y me llevó a una habitación de hotel sin que me pasara nada.
—No debes confiarte de ellos, niña —advirtió el abogado con preocupación.
—No se preocupe, tío. Ya nosotras terminamos las clases, así que en cuanto usted descanse, nos regresamos a casa —dijo Hortensia con decisión.
—Hijita, por mí no te preocupes. Yo puedo dormir en el avión. Solo voy a tomar un baño caliente, un buen desayuno, y nos estamos yendo —le dijo el abogado, lo cual hizo que Hortensia comprendiera que en realidad las cosas eran en verdad feas.
—¿Seguro, tío? No quiero que le vaya a pasar nada —insistió Hortensia.
—Seguro, querida. Prepáralo todo que en cuanto termine nos vamos. Ya le aviso al piloto para que tenga el avión listo —contestó el abogado en lo que se dirigía al interior del apartamento.
Hortensia fue a avisar a su nana y a Miranda, quienes rápidamente se pusieron a acomodar todo. Cada cinco minutos, Hortensia llamaba por teléfono a Andrés, pero su teléfono continuamente estaba desconectado. No quería irse sin despedirse y darle la dirección de su casa. "¿Pero en dónde se habría metido?", se preguntaba con creciente ansiedad.
Mientras empacaba sus pertenencias, su mente no dejaba de dar vueltas. ¿Cómo era posible que hubieran hecho una cosa cómo esa? ¿Por qué había aceptado ir con ellos a cenar? Y ahora, con el desfalco en la empresa, ¿cómo iba a salir de todo esto?
Miranda notó la preocupación en el rostro de su amiga. Se acercó en lo que seguía recogiendo cosas a su alrededor.
—Hortensia, ¿estás bien? Pareces muy inquieta —quiso saber al ver como no dejaba de marcar en su teléfono.
—Es Andrés —respondió Hortensia con un suspiro—. No logro comunicarme con él y me preocupa irme sin decirle nada.