La Prometida

8 EL REGRESO A CASA

El viaje fue tranquilo, pero al entrar por el portón de su casa, las lágrimas se asomaron a los ojos de Hortensia. Cuántos recuerdos le traía aquella vivienda, aquel jardín. En silencio, su nana la abrazó y así entraron a la casa. Nada había cambiado.

La enorme foto de boda de sus padres, sonrientes, la recibió en el gran salón, y más allá, el hermoso paisaje que su madre pintara cuando ella era bebé. Miranda no cabía en sí de asombro; siempre supo que su querida amiga era de una familia adinerada, pero no imaginó cuánto.

Subieron a la segunda planta y se dirigieron a la habitación de niña de Hortensia, que comunicaba con otra, la cual, según dijo, pertenecería a Miranda.

—Mi querida Miranda, esta es tu casa a partir de hoy —dijo Hortensia con emoción en la voz—. La compartiremos y viviremos felices en ella como lo hicieron mis padres.

Miranda, conmovida por el gesto, abrazó a su amiga. Se quedaron así abrazados por un corto tiempo, al separarse, le dijo.

—Gracias, mi hermana. Te amo con todo mi corazón y aunque algún día no tuvieras nada, yo te amaré y te protegeré con mi vida.

Hortensia sintió que el nudo en su garganta se aflojaba un poco. A pesar de los problemas que enfrentaba, tener a Miranda a su lado le daba fuerza y consuelo.

Mientras desempacaban, Hortensia no pudo evitar notar cómo los recuerdos de su infancia la inundaban. Cada rincón de la casa guardaba una historia, un momento compartido con sus padres. La ausencia de su madre y la reciente revelación sobre su padre pesaban en su corazón.

—¿En qué piensas? —preguntó Miranda, notando la mirada distante de su amiga.

—En todo y en nada —respondió Hortensia con un suspiro—. En cómo ha cambiado mi vida en tan poco tiempo. En los desafíos que nos esperan.

Miranda tomó la mano de Hortensia. Quería reconfortar a su amiga-hermana, pero sobre todo quería que supiera que ella estaría siempre a su lado.

—Los enfrentaremos juntas, ¿de acuerdo? Pase lo que pase, estamos en esto juntas.

Hortensia asintió, agradecida. Sabía que con Miranda a su lado, con el apoyo de su nana y la guía de su tío, podría enfrentar cualquier cosa que el destino le deparara.

"Mañana", pensó, "mañana comenzaremos a desenredar este misterio y a salvar el legado de mi familia".
Volvieron a abrazarse como si ese hecho las hiciera sentir seguras. Era algo que habían desarrollado en el colegio cuando tenían mucho frío, o simplemente se sentían solas, se abrazaban sintiendo que se tenían una a la otra. Y así abrazadas permanecieron hasta escuchar unos pasos que se dirigían a ellas. Cuál no sería su sorpresa al ver aparecer a Ricardo.

—Hola chicas, ¿por qué no me dijeron que vendrían hoy? Hubiese mandado a limpiar la casa —habló Ricardo con una sonrisa de suficiencia que asombró a las dos—. Yo he estado viviendo aquí cuidando de ella.

—¿Cómo? ¿Y quién te dio el permiso para estar en mi casa? —preguntó Hortensia muy molesta.

—Calma querida, yo no he tocado nada, solo la he estado cuidando —levantó las manos Ricardo mientras hablaba.

—Pues no necesitas hacerlo más, recoge todas tus cosas y lárgate ahora mismo —le ordenó furiosa Hortensia por su atrevimiento.

—Pero... ¿por qué me tratas así? —preguntó Ricardo fingiendo estar ofendido, pero al ver la cara seria de Hortensia cedió—. Está bien, yo me marcho, pero recuerda lo que me prometiste.

—Yo no te he prometido nada —respondió Hortensia, desconcertada.

—Vamos, no te me hagas la tonta ahora, bien claro dijiste delante de mi padre que te casarías conmigo al regresar —dijo Ricardo para asombro de Hortensia y de Miranda, que la miró interrogante.

Hortensia sintió que el suelo se movía bajo sus pies. ¿De qué estaba hablando Ricardo? Ella no recordaba haber hecho tal promesa. Miranda, notando la confusión en el rostro de su amiga, intervino.

—Ricardo, creo que es mejor que te vayas ahora. Hortensia acaba de llegar y necesita descansar —dijo Miranda con firmeza.

Hortensia miró incrédula a Ricardo, que trató de tomar una de sus manos, pero ella retrocedió. Estaba segura de que no había hecho tal promesa, porque estaba decidida a cumplir con lo que habían dejado sus padres planeado en su testamento al morir. Por eso, con una expresión muy fría, lo enfrentó.

—¿Qué? ¿Pero estás loco? —y más decidida dio un paso a su encuentro y le informó con seriedad—. Para que te enteres, yo no me acuerdo de nada, pero si por casualidad borracha dije tal cosa, olvídalo. Yo no me puedo casar contigo por la sencilla razón de que yo estoy comprometida.

—Ja, ja, ja, vamos, no te vengas haciendo la lista. Todo el mundo sabe que tú, aparte de ese chico que siempre andaba contigo en la escuela, nunca has tenido novio —replicó Ricardo con sorna.

—Pues si no me crees, pregúntale a mi tío Humberto. Yo estoy comprometida desde antes de nacer —respondió Hortensia con firmeza.

—Ja, ja, ja, ja, pero qué mentirosa me has salido. Mejor me voy para que reflexiones porque, querida, de esta no te escapas. Tú te tienes que casar conmigo. Ja, ja, ja —y con esas palabras, Ricardo se marchó.

Una vez que Ricardo se fue, Miranda se volvió hacia Hortensia, llena de preguntas.No podía creer que su amiga hiciera eso y que tuviera tantos secretos.




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