La Prometida

10 VISITA AL ABOGADO

Hortensia se quedó allí, contemplando la comida pensativa. Tenía que hablar con su tío, de seguro él sabría de quién se trataba su prometido. Así podría aclarar todo el asunto. No lo obligaría a mantener ese compromiso, ahora que no tenía nada.

—Miranda, ¿por casualidad has logrado comunicarte con Andrés? —volvió al tema que no había dejado de preocuparla.

—No, Hortensia, eso mismo iba a preguntarte yo —le contestó Miranda con preocupación en su voz—. Lo he estado llamando, pero siempre me sale el buzón de su teléfono.

—¿Crees que se molestó porque nos fuimos sin avisar? —siguió Hortensia preguntando preocupada. Extrañaba en verdad hablar con su querido amigo.

—No sé, me parece que debe existir otra razón —continuó Miranda mientras tomaba su café y agregó—. Hasta creo que él desapareció primero que nosotras.

—Ahora que lo pienso, desde la noche anterior no lo vi —recordó Hortensia. ¿Sería verdad? —Bueno, ya aparecerá. Ahora acompáñame a ver a mi tío, quiero hacerle unas preguntas.

Las dos jóvenes se levantaron de la mesa, dejando a la nana ocupada con los quehaceres de la cocina. Mientras caminaban hacia el despacho del tío de Hortensia, ambas guardaban silencio, sumidas en sus propios pensamientos.

Hortensia no podía dejar de pensar en la misteriosa desaparición de Andrés. ¿Habría alguna conexión entre su ausencia y los recientes acontecimientos? Por su parte, Miranda se preguntaba si debía compartir con su amiga las sospechas que tenía sobre el comportamiento extraño de Andrés en los últimos días antes de su desaparición.

Conduciendo el viejo Chevrolet de su padre, llegaron al edificio donde estaba la oficina del abogado. Tuvieron que esperar, porque él estaba reunido. A la media hora, la secretaria vino a avisarles que ya podían pasar.

—Buenos días, tío —saludaron con alegría al ver al anciano al entrar al despacho.

—Hola, queridas. Pasen y siéntense —las saludó de inmediato con una sonrisa el abogado, poniéndose de pie para ir a su encuentro—. Precisamente estaba por ir a verte, Hortensia.

—¿Sí? ¿Para qué, tío? ¿Ya terminó de vender todo? —preguntó con curiosidad Hortensia—. Nosotras tenemos empacadas todas las cosas. Nos vamos a mudar a la casa de la nana.

—Eso no es necesario —se apresuró a informar el abogado y, ante la mirada interrogante, les explicó—. El comprador dice que era muy buen amigo de tus padres, que puedes vivir ahí todo el tiempo que quieras.

—¡¿De veras?! —preguntó realmente asombrada Hortensia al igual que Miranda que no salía de su asombro. —¿Quién es? ¿Lo conozco?

—Eso es lo extraño, querida —dijo el abogado en lo que se sentaba. — Yo sólo he hablado con sus abogados. También dice que, si quieren, pueden empezar a trabajar en la empresa de tu padre, en puestos de directoras.

—Pero, ¿quién es, tío?—Siguió preguntando Hortensia cada vez más intrigada. — Debe haber sido un buen amigo de mis padres, y si es así, ¿por qué no se presenta?

El abogado se acomodó en su silla, visiblemente incómodo ante la pregunta directa de Hortensia. Miró a las dos jóvenes frente a él y suspiró antes de responder.

—La verdad, Hortensia, es que no tengo esa información. El comprador ha insistido en mantener su anonimato, al menos por ahora. Solo sé que se trata de alguien con una considerable fortuna y, aparentemente, una conexión muy estrecha con tu familia.

Miranda, que hasta ese momento había permanecido en silencio, y que todo le parecía un milagro intervino:

—Pero tío, ¿no le parece sospechoso? ¿Cómo podemos confiar en alguien que no da la cara? —preguntó llena de sospechas.

El abogado asintió, comprendiendo la preocupación de las jóvenes. No podía negar que ellas tenían razón, pero todo lo que había averiguado no le habían dado una respuesta.

—Entiendo vuestras dudas, y las comparto —aclaró. — Sin embargo, todos los documentos están en orden y las intenciones parecen ser genuinas. Mi consejo sería que acepten esta oportunidad por ahora, pero mantengan los ojos bien abiertos.

Hortensia y Miranda intercambiaron miradas, una mezcla de esperanza y recelo reflejada en sus rostros. La situación era extraña, pero también ofrecía un respiro en medio de tanta incertidumbre.

—Tío —dijo finalmente Hortensia—, hay algo más que quería preguntarte. ¿Sabes algo sobre un compromiso que mis padres arreglaron para mí? ¿Quién es? ¿Cómo se llama? ¿Dónde vive? ¿Cómo puedo localizarlo?

—Oh, oh, para, para. No tengo respuestas para tantas preguntas —la detuvo el abogado con una sonrisa y agregó—. Lo único que sé es que el padre del chico se crió con tus padres, pero se quedó a vivir en Francia. Tenían negocios en común, pero nunca supe su nombre. Sólo que tenía un hijo, creo que se llamaba Manuelito, pero no estoy seguro. Le vi una vez que lo trajeron tus padres, cuando tenías cinco años si mal no recuerdo, pero solo por una semana. El chico se enfermó y se fue muy rápido. Se la pasaba pintando, de eso me acuerdo, porque rayó todas las paredes de la oficina de tu padre, jajaja. ¿Y para qué quieres saber ahora de él?

—Quiero romper el compromiso, no quiero que ahora que no tengo nada, se vea obligado a cumplir la promesa —expresó Hortensia su decisión.




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