Todos guardaron silencio ante la pregunta del abogado. Era verdad, si fuera el prometido de Hortensia, ¿qué ganaba con no presentarse? De seguro el comprador era un buen samaritano que se había apiadado de ella. Se pusieron de pie decididas a regresar para informar a la nana que no debían mudarse, aunque no estaban seguras todavía. Pero el abogado las detuvo.
—Hija, espera un momento —dijo mientras iba hasta una caja fuerte, la abría y sacaba un cofre—. Aquí tengo todas las prendas y objetos valiosos que había en tu casa. Yo mandé a recogerlas, por miedo de que Ricardo y su padre las vendieran, como hicieron con casi todo tu patrimonio.
—Pero tío —exclamó emocionada Hortensia—. Pudo vender todo esto y así pagar sus deudas, no crea que no sé que casi todo su dinero lo gastó en mis deudas.
—Hortensita, tú eres la única familia que tengo —le dijo con cariño el abogado colocando el cofre en sus manos—. Ya tengo todo arreglado y pagado para irme a un asilo cuando me retire. Así que por mí no debes preocuparte. Pero los obreros leales de tu padre no debían irse a la calle sin nada. Menos mal que el nuevo dueño los mantuvo a todos.
—¿A todos, tío? —se asombró Hortensia al mismo tiempo que se sentía agradecida de que no hubiera despedido a los viejos trabajadores de sus padres.
—Sí, y hasta les pagó los salarios atrasados. Pero ahora está enfrascado en descubrir por dónde se fue el capital de la empresa, y yo lo estoy ayudando.
—Qué buena persona —y decidida dijo—. Tengo que conocerlo lo antes posible, para agradecer todo lo que está haciendo.
—Pues no dejes de asistir el viernes a la fiesta, allí estará —repitió el abogado y girando para el otro lado preguntó. —Y Miranda dime, ¿qué te parece la ciudad?
—Pues tío, me gusta mucho que es caliente —respondió sonriente Miranda—. Ese frío del colegio ya no lo aguantaba más.
—Y yo tampoco, no sabes lo contenta que estoy viendo flores y mariposas por todos lados —agregó Hortensia con la misma felicidad.
El abogado miró a las dos jóvenes con una sonrisa de complacencia. Luego tomó la mano de Hortensia recordando cuánto ella había protestado al ver el lugar en que quedaba la escuela. Si no llega a ser por la nana que hacía que todo pareciera mejor de lo que era.
—Sí, lo sé Hortensita, siempre amaste la primavera —recordó con una sonrisa, evocando cómo corría detrás de ellas en los jardines—. Y la playa era tu favorita, ¿ya fueron?
—Claro que fuimos, tío —exclamó Hortensia que se había dedicado a enseñarle a Miranda los lugares que amaban sus padres de niña y uno de ellos era la playa—. Y fíjate, que hasta un enamorado se encontró Miranda.
—¡Hortensia! ¡No le digas esas cosas al tío! —protestó apenada Miranda—. Es sólo un chico que conocí, muy amable tío, no le haga caso.
El abogado soltó una carcajada ante el rubor de Miranda y la picardía en los ojos de Hortensia.
—Vaya, vaya, parece que la ciudad les está sentando muy bien a las dos —comentó con un guiño—. Pero recuerden, niñas, que deben tener cuidado.
—Ja, ja, ja, mira como hasta colorada se ha puesto, ja, ja, ja —reía Hortensia al ver lo apenada que estaba Miranda.
—Hortensia, no seas mala, deja a Mirandita tranquila —la regañó el abogado en broma. — No es malo cariño tener un novio, eres muy guapa.
—¡Qué no es mi novio tío, de veras! —protestó Miranda y aclaró. —¡Es Hortensia, que se vive inventando cosas!
—Se llama Carlos, y es doctor. Trabaja en el hospital central —reveló Hortensia con una sonrisa pícara.
Miranda miró a su amiga sorprendida, ni siquiera ella se había atrevido a preguntarle nada al joven que se le había acercado.
—¿Cuándo has averiguado esas cosas Hortensia, que ni yo misma sé? —preguntó Miranda, sorprendida.
—Ay Miranda, si espero porque tú le preguntes, nunca me entero —aclaró Hortensia con una sonrisa. — Yo le pregunté cuando fuiste al baño. Y él está también muy interesado en ti.
—Hortensia, Hortensia. Debes dejar de meterte en la vida de tu hermana. Ella es quien debe decidir su relación —intervino el tío con tono de reproche.
—Está bien tío, no me regañe. Pero le digo que es muy guapo. Y también es fotógrafo. Le tiró muchas fotos a Miranda, y mirándolas, creo que debería meterse a modelo. Salió muy linda.
—¡¿Vas a seguir burlándote de mí, Hortensia?! —Le preguntó Miranda asombrada y exclamó. —¡Qué modelo ni qué ocho cuartos estás hablando!
—Pues Mirandita hija, no te pongas brava, pero figura y hermosura exótica tienes como para eso. Te lo digo yo, querida —añadió el tío con cariño.
El abogado, al ver cómo se estaba molestando Miranda ante la intromisión de Hortensia en su vida, se apresuró a tratar de mediar entre las dos, como lo que era, un abogado. Le divertía ver el buen ánimo que tenía Hortensia a pesar de haberlo perdido casi todo, por eso, a pesar de intervenir, siguió un poco la conversación de las chicas.
—Pues Mirandita hija, no te pongas brava, pero figura y hermosura exótica tienes como para eso. Te lo digo yo, querida —añadió con cariño, guiñándole un ojo a Miranda—. Y tú, Hortensia —continuó, volviéndose hacia la otra joven con una mirada más seria—, debes dejar de meterte en la vida de tu hermana. Ella es quien debe decidir su relación —dijo con tono de reproche, aunque una sonrisa asomaba en las comisuras de sus labios.