Las luces enfocaron de lleno a la hermosa dama que se había puesto de pie, mientras los aplausos retumbaban en la sala como un estallido. Hortensia y Miranda observaban la escena sin salir de su asombro. De pronto, la voz de Andrés se volvió a escuchar clara y feliz:
—Señores y señoras, demos la bienvenida a mi verdadera prometida. La señorita... Hortensia del Castillo.
Al escuchar ese nombre, Hortensia lo miró incrédula. No solo la había engañado, sino que se había buscado una novia que se llamara precisamente Hortensia del Castillo, como ella. Nunca les había dicho nada, pero es que ni siquiera se llamaba Andrés, su nombre era Manuel Maldonado.
El público seguía aplaudiendo cuando, de repente, todas las luces se posaron encima de Hortensia. El abogado la empujaba para que se pusiera de pie, pero su cuerpo no le respondía. Miranda, al darse cuenta de que era de su amiga de quien hablaban, la ayudó rápidamente a levantarse.
Hortensia caminó como un robot hacia donde le extendía su mano sonriente su querido amigo Andrés. No se dio cuenta de lo que hacía; por un momento se olvidó de dónde estaba y corrió hacia el amigo que tanto extrañaba, que deseaba ver. Se abalanzó en sus brazos llenándolo de besos. El público rió y aplaudió, trayéndola a la realidad.
—Pues, disculpen a mi querida novia —dijo Andrés con una sonrisa encantadora—. Hace mucho tiempo que no nos veíamos, realmente nos extrañamos mucho. —Girándose hacia Hortensia, le dijo en voz baja—: Amor, saluda.
Hortensia, aún aturdida por la situación, miró al público con ojos desorbitados. Su mente era un torbellino de preguntas y emociones. ¿Cómo era posible que Andrés, o Manuel, o quien fuera, hubiera planeado todo esto? ¿Por qué la había mantenido en la oscuridad durante tanto tiempo?
Con un esfuerzo sobrehumano, logró esbozar una sonrisa temblorosa y saludar con la mano. El público, ajeno al drama interno que se desarrollaba en el escenario, respondió con otra ronda de aplausos. Andrés se viró para el público al tiempo que rodeaba la cintura de su novia con su mano derecha
—Y ahora, disfruten de la fiesta.
El aplauso fue general y la música empezó a sonar. Andrés, o mejor dicho Manuel, apretaba las manos de Hortensia, quien luchaba por escapar. Miranda, desde su asiento, observaba la escena con una mezcla de asombro y preocupación. Sabía que su amiga necesitaría apoyo para enfrentar lo que estaba por venir. Había estado ocultando por demasiado tiempo sus emociones.
Hortensia amaba a Andrés desde casi el mismo momento que lo había conocido y él también. ¿Por qué no le confesó que era su prometido?
Andrés, o Manuel, mantenía su brazo firmemente alrededor de la cintura de Hortensia mientras continuaba su discurso, presentándola como la heredera legítima de la empresa y su futura esposa. Cada palabra parecía resonar en los oídos de Hortensia como un eco distante.
Miranda se acercó a la pareja, abrazando con cariño a su hermano, al tiempo que le susurraba "mentiroso" y le advertía que luego tendrían una conversación muy seria.
—Disculpa, luego les explico —dijo él con una sonrisa sin soltar a Hortensia que había dejado de sonreír.
Mientras la fiesta continuaba a su alrededor, Hortensia se dio cuenta de que su vida había cambiado irrevocablemente en cuestión de minutos. Las revelaciones de la noche habían abierto la puerta a un futuro incierto, lleno de secretos por descubrir y verdades por enfrentar. No sabía cómo comportarse, se dejaba llevar por el salón siendo felicitada por todos sin que apenas se percatara de nada.
Tras el primer momento de alegría, Hortensia estaba realmente molesta. En la primera oportunidad que tuvo, se escabulló y se retiró a casa de su nana. Al llegar, encontró a la anciana mirando confundida un enorme manojo de papeles. Al ver entrar a Hortensia, la nana le dijo:
—Qué bueno que llegas, mi niña. Acaban de traer el título de todas las propiedades de tu padre y todas, pero todas, están a tu nombre.
—¿De qué hablas, nana? —preguntó Hortensia, desconcertada.
—Míralo tú misma —dijo la nana, extendiéndole el bulto de papeles.
Hortensia no podía salir de su asombro. Era verdad, no solo todas sus propiedades estaban allí, también sus cuentas bancarias con todo su dinero. No entendía qué era lo que había pasado. Llamó a su tío, pero este no le contestó.
—Déjalo ahí, nana. A lo mejor es que tengo que firmar el traspaso de todo. Mañana hablamos con mi tío, pero, ¿a qué no sabes a quién me encontré en la fiesta? —preguntó de pronto, poniéndose de pie visiblemente furiosa—. ¡Pero no solo me lo encontré, es el dueño de todas las propiedades de mi familia! ¡Hasta tiene un nuevo nombre! ¡No, y eso no es lo peor! ¿Sabes quién es mi prometido, nana? ¿Sabes quién es?
La nana la observaba estupefacta, sin comprender una sola palabra del monólogo que Hortensia gritaba. Porque eran gritos los que salían de lo más profundo de su pecho, como si el dolor que estaba experimentando en ese momento la desgarrara y saliera en forma de alaridos mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Y sin que la nana lograra articular palabra, Hortensia continuó:
—¡Es un gran mentiroso, un embustero! ¡Me ha estado engañando todos estos años! ¡De seguro que él estaba detrás de todas las estafas que hicieron a mi familia, para quedarse con todo! ¡Pero me va a oír, si él piensa que yo me voy a quedar tranquila, que ni lo piense! ¡Y yo, extrañándolo como una estúpida! ¡Pero él me va a oír!