El día antes de inaugurar la exposición, Andrés se encontraba dando los últimos retoques a una obra cuando la vio entrar. Su corazón se detuvo por un instante. Allí estaba ella, con su cabellera roja ondeando al aire como una llama viva, su vestido de vuelos multicolor danzando con cada paso, y aquellos ojos hermosos rebosantes de curiosidad. No podía creerlo, ¡era su prometida Hortensia!
Con un gesto sutil, detuvo al empleado que ya se acercaba para informarle que aún estaban cerrados. Quería observarla, beber cada detalle de este momento que tanto había anhelado.
La vio detenerse frente a la primera pintura, donde una pequeña niña observaba una mariposa con asombro. Una tenue sonrisa se dibujó en sus labios, como el amanecer de un nuevo día. Esa sonrisa fue creciendo, floreciendo con cada obra que contemplaba, hasta convertirse en una expresión de pura felicidad.
Finalmente, llegó frente a un espejo estratégicamente colocado al final de los cuadros. Allí, Hortensia se encontró con su propio reflejo. Se miró una y otra vez, como si se descubriera por primera vez, reconociendo en su rostro los trazos y colores de las pinturas que la rodeaban. La comprensión iluminó sus facciones: era ella la musa de aquellas obras maestras.
Giró sobre sí misma, maravillada y confundida a partes iguales, hasta que sus ojos se encontraron con los de Andrés. En esa mirada, Hortensia vio reflejado un amor tan profundo y puro que casi podía tocarlo.
—Disculpe —dijo ella, su voz suave como una caricia—, ¿conoce al autor de estas obras?
Andrés, sin entender completamente qué pasaba con su amada, respondió con el corazón latiendo desbocado:
—Sí, lo conozco. ¿Por qué lo pregunta?
—No quisiera parecer presuntuosa —continuó Hortensia, sin apartar la vista de las pinturas que la rodeaban—, pero creo que soy yo la que aparece en ellas. ¿Usted qué opina? Míreme bien, por favor. Dígame que no es solo mi imaginación jugándome una broma.
En ese momento, el aire entre ellos pareció cargarse de electricidad, de posibilidades. Andrés dio un paso hacia ella, luchando contra el impulso de tomarla entre sus brazos y contarle toda la verdad. ¿Sería este el momento que tanto había esperado? ¿O el destino les tenía preparada otra vuelta más en su intrincado baile?
Fue entonces cuando la cruel realidad golpeó a Andrés como una ola helada: ¡su adorada Hortensia había perdido toda memoria de él! Con el corazón destrozado pero alimentando una tenue esperanza, se tragó su dolor y se acercó a su amada, decidido a no perderla de nuevo.
—Pues creo que tienes razón —dijo con un tono suave y firme, luchando contra el nudo que se formaba en su garganta—. Se parece mucho a ti. ¿Qué te parece si vemos las pinturas desde el principio? Quién sabe, tal vez el autor te conozca de toda la vida.
Los ojos de Hortensia se iluminaron con un brillo de entusiasmo que Andrés recordaba tan bien.
—¿Lo cree? —preguntó ella con renovada energía—. Me encantaría conocerlo. Verá, he estado un poco enferma y he olvidado ciertas cosas. Quizás él pueda ayudarme a recordar.
Andrés sintió que su corazón se aceleraba. Esta era su oportunidad, una segunda chance que el destino le regalaba.
—Vamos a cerciorarnos primero de que eres tú —propuso, con la esperanza de que al verse reflejada en cada época de su vida, Hortensia recuperara la memoria perdida y, con ella, el amor que compartían—. Empecemos por el principio.
Caminó decidido hasta el primer cuadro, aquel que capturaba el momento en que la había visto por primera vez, siendo ambos niños. La nostalgia y el amor se entremezclaban en su voz mientras explicaba:
—Mira aquí. Se ve a una niña de unos diez años en el parque de Marsella. Lo conozco muy bien, ¿sabes? —Sus ojos se encontraron con los de Hortensia, buscando en ellos algún destello de reconocimiento—. ¿Te resulta familiar?
Hortensia se acercó al cuadro, estudiándolo con intensidad. Sus dedos rozaron suavemente el lienzo, como si intentara tocar a la niña del pasado.
—Es extraño —murmuró—. Siento que conozco este lugar, pero es como si lo viera a través de una niebla.
Hortensia volvió a mirar el cuadro con detenida atención, y de a poco la niebla que nublaba su memoria se disipó y exclamó entusiasmada.
—Si, lo recuerdo, de niña yo visitaba mucho ese parque, eso no lo he olvidado. También podía quedarme por horas, mirando las mariposas —dijo con una amplia sonrisa.
Luego se volvió hacia Andrés, sus ojos llenos de una mezcla de confusión y esperanza.
— ¿Podemos seguir? Siento que estoy al borde de recordar algo importante.
Andrés asintió, su corazón latiendo con fuerza. Tomó suavemente la mano de Hortensia, un gesto que antaño habría sido natural entre ellos, y la guió hacia el siguiente cuadro. Cada paso era una promesa, cada pintura una puerta hacia el pasado que compartían.
Mientras avanzaban por la galería de sus recuerdos pintados, Andrés rezaba en silencio para que el amor que una vez los unió fuera lo suficientemente fuerte como para vencer al olvido y traer de vuelta a su Hortensia.
—Esta de aquí es en un país muy frío, diría yo Suecia —mencionó Andrés con el corazón acelerado—. Pareces muy triste detrás de esa ventana. Es una escuela.