Hortensia se quedó contemplando la pintura largo rato, tratando de recordar el lugar y si en verdad era ella. El joven que la llevaba de la mano en medio de un hermoso salón de baile le parecía conocido, pero al no verse su rostro, no podía recordar nada concreto.
—Pues, de ésta no me acuerdo —dijo desganada—. No sé si seré yo la que baila con ese joven.
—No importa, sigamos —dijo Andrés con entusiasmo fingido, mientras por dentro se rompía con cada negativa de Hortensia—. Mira aquí, estás con un chico muy feliz. ¿Quién es tu novio?
—Se parece a alguien que conozco, pero no estoy segura —respondió ella, dubitativa—. Además, yo no tengo novio, tengo un prometido que no conozco.
—¿Ah sí, no lo conoces? —preguntó Andrés con una sonrisa esperanzada al escuchar que al menos ella recordaba que estaba prometida—. Entonces debe ser este chico de aquí, que te está pintando en ese jardín. Porque aquí sí se ve claro que eres tú.
—¡Es cierto, esa soy yo! —exclamó Hortensia, convencida—. Pero el chico está de espaldas, no se le ve el rostro.
—Y aquí —prosiguió Andrés, señalando otro cuadro—, el chico está solo, dibujándote en la lejanía.
—Sí, se ve muy triste —opinó Hortensia, quedándose un rato contemplando al apuesto joven.
Andrés la hizo avanzar un poco más, colocándose a su lado. Habían llegado junto a un gran espejo, donde sus siluetas se reflejaban una al lado de la otra. De pronto, como si una chispa hubiera encendido su memoria, Hortensia se giró para mirarlo de frente.
Sus ojos se iluminaron con un reconocimiento repentino, y una sonrisa radiante se dibujó en su rostro.
—¡Andrés! —exclamó con una mezcla de alegría y reproche—. ¿Otra vez estás jugando conmigo? ¿Crees que no te iba a reconocer? ¡Puedo olvidarme de todos, pero jamás me olvidaré de ti!
Y se lanzó a sus brazos, abrazándolo con mucho cariño. Llenándolo de besos. Él le correspondía feliz. Pues, al fin había regresado a la memoria de su amada. La bajó despacio, mirándola a los ojos. Ella lo miraba extasiada, llena de felicidad. Tomó su rostro delicadamente, depositando un suave beso con miedo, en esos labios rojos que siempre deseó besar.
El corazón de Andrés dio un vuelco de felicidad. Las palabras de Hortensia eran como música para sus oídos, un bálsamo para su alma atormentada. Sin poder contenerse, la envolvió en sus brazos, estrechándola contra su pecho.
—Mi amor —susurró con voz entrecortada por la emoción—. Pensé que te había perdido para siempre.
Hortensia, primero lo miró interrogante. Andrés, la volvió a besar, esta vez, con más deseo. En un inicio, ella sólo se dejaba besar, pero muy pronto comenzó a corresponder, aquel beso soñado, deseado durante toda su vida. Hortensia se apartó ligeramente, mirándolo a los ojos con una mezcla de ternura y diversión.
—¿Perderme? ¿A mí? —dijo con una sonrisa pícara—. Andrés, mi querido artista, deberías saber que nuestro amor está pintado en cada rincón de mi corazón. Ni la más profunda amnesia podría borrarlo.
—Te amo Hortensia, —susurró Andrés en su oído, mientras seguía apretándole contra su cuerpo. No quería separarse de ella. Temía que fuera su imaginación.
—Yo…, yo también te amo Andrés. Siempre lo he hecho.
Y allí, rodeados por las pinturas que narraban su historia de amor, Andrés y Hortensia se fundieron en un beso apasionado, sellando una vez más la promesa de un amor eterno e indestructible.
En ese preciso instante, Miranda y su novio irrumpieron en la galería, con rostros preocupados, buscando desesperadamente a Hortensia. Sus ojos se abrieron de par en par al contemplar la escena frente a ellos: Andrés y Hortensia fundidos en un abrazo apasionado, como si el mundo a su alrededor hubiera dejado de existir.
—¿Hortensia? ¿Andrés? —los llamó Miranda, su voz teñida de asombro e incredulidad.
—¡Miranda! —exclamaron los dos al unísono, sorprendidos pero sin soltar sus manos entrelazadas. Hortensia, con los ojos brillantes de emoción, prosiguió llena de alegría—. ¡Lo encontré! Encontré a mi prometido.
Miranda, aún aturdida por la escena que presenciaba, preguntó con una mezcla de curiosidad y perplejidad:
—¿Recuperaste la memoria porque lo viste a él? —su mirada iba de Hortensia a Andrés, tratando de comprender el milagro que había ocurrido—. ¿Andrés, puedes explicarme qué hiciste para que esto sucediera?
Andrés, con una sonrisa que iluminaba su rostro, respondió con sencillez y emoción:
—Solo traje de vuelta a mi prometida con sus recuerdos atrapados en mis pinturas, solo eso.
El silencio que siguió a sus palabras estaba cargado de emoción. Miranda y su novio intercambiaron miradas de asombro, mientras Hortensia apoyaba su cabeza en el hombro de Andrés, como si hubiera encontrado por fin su lugar en el mundo.
—Es como si cada pincelada, cada color, cada sombra en sus cuadros fuera una llave —explicó Hortensia con voz suave—. Una llave que ha ido abriendo las puertas de mi memoria, una a una.
Andrés la miró con adoración, acariciando suavemente su mejilla. Señaló sus pinturas a Miranda que las observaba junto a su novio asombrada.