«El amor, cual sigiloso ladrón, se cuela en los rincones más inesperados de nuestra alma, recordándonos que, incluso en la más profunda oscuridad, siempre encuentra un resquicio por donde brillar».
A esa hora de la noche, en la sección del casino donde Kaia trabaja, se escuchan las voces de los jugadores, las conversaciones animadas, las risas y el repiqueteo rítmico de las fichas contra el tapete; todo en medio de un entorno cargado de emoción y expectación. Las copas de cóctel y otros licores destellan bajo las luces brillantes y los camareros, vestidos con trajes impecables, se mueven con precisión entre las mesas, entregando bebidas.
En la mesa de Kaia, la ruleta gira con un zumbido suave y constante, mientras la bolita de marfil salta de un número a otro. Los jugadores observan con atención y sus expresiones son tensas. Algunos murmuran palabras inaudibles, como si estuvieran negociando con la suerte, mientras otros contienen la respiración, esperando que el giro de la rueda les conceda la victoria.
—Buena suerte, caballeros —dice Kaia a los jugadores sentados frente a ella.
Aunque sus músculos están tensos y el sueño intenta vencerla, su sonrisa profesional no muestra el cansancio que la invade. Con movimientos precisos y elegantes recoge las fichas, entrega premios y mantiene el juego fluido, con la habilidad de quien conoce cada detalle de su trabajo y como si ella misma formara parte del mecanismo engranado de la mesa.
El agotamiento lucha con empeño por someterla. Pero ella sigue allí, en pie, porque detenerse no es una opción. Mientras la rueda siga girando, ella también debe mantenerse en movimiento. Necesita el dinero. Lo que gana como archivadora en esa empresa de cosméticos no le alcanza para cubrir todos los gastos. Tiene que pagar los servicios, el alquiler, el transporte diario; sobre todo, necesita dinero para el tratamiento de su hermana y las medicinas que requiere para mantenerse estable.
Así que, no tiene más opción. Ella haría eso y mucho más. Incluso, si llegara a ser necesario, aceptaría la propuesta de Corban.
La imagen irrumpe de inmediato en su mente. Él podría facilitarlo todo. Se imagina lo sencillo que sería dejar de calcular cada gasto, de vivir al límite, de trabajar hasta el agotamiento solo para mantenerse a flote. Pero, como un chasquido, la realidad la arranca de su ensueño. Esa fantasía no es para ella. A pesar de lo atractivo que resulta imaginarlo, sabe que esa solución fácil tiene un precio que no está dispuesta a pagar.
No quiere depender de nada ni nadie, solo de ella misma. La amarga experiencia del pasado le enseñó que no puede confiar en nadie, y aunque Corban ha demostrado ser una buena persona, cuyas intenciones parecen honorables, ella sigue teniendo algunas reservas.
Así que, por mucho que lo desee, no puede hacerse ilusiones. No puede depender de Corban. A menos que contemple seriamente su propuesta, y... la acepte.
Sacude la cabeza de un lado al otro, alejando esas ideas. Se enfoca entonces, en los jugadores que tiene frente a ella que conversan y beben de sus vasos de whisky.
Mira su reloj de pulsera, falta poco para la medianoche y para que termine su turno. Gracias al cielo, esa noche no le ha tocado bailar, solo atender la mesa de juego. Sin embargo, el cansancio es igual que todos los días y le hace cerrar los ojos por unos segundos.
Cuando los abre de nuevo, su atención se centra de inmediato en el hombre cuya presencia se traga todo el lugar.
«Dios, qué guapo es», piensa un poco ruborizada.
Nunca antes lo había visto, de eso está completamente segura. Su porte es elegante, altivo e imponente; dueño de una apariencia segura y glacial.
Es el tipo más fascinante que ha visto en su vida. Dueño de unos preciosos ojos azules que la observan de manera indescifrable, y desborda una masculinidad intensa y atrayente.
Kaia se obliga a respirar hondo y mantener la compostura.
Siente que la respiración se le vuelve errática. Por un momento trata de apartar la vista, pero por mucho que lo intenta, no puede dejar de mirar a ese enorme y musculoso cuerpo de más de un metro ochenta y cinco de altura, que se mueve con gracia felina.
De pronto, una mano dura que la toma por el brazo, la regresa a la realidad.
—Vamos a un lugar más íntimo —le exige uno de los jugadores.
Kaia da un pequeño respingo y de inmediato se esfuerza por sonreír y ocultar su repulsión.
—Señor Pappas, sabe que no cumplo esas funciones —responde con la mayor amabilidad posible, mientras los dedos calientes y sudorosos del cliente se aferran a su muñeca.
—Tonterías, muchacha —se ríe con descaro.
Es un hombre bajo, obeso, de ojos lascivos y manos húmedas que a Kaia le resultan repugnante.
—Estas mujercitas siempre se las dan de muy dignas —dice el otro tipo, mucho más ebrio que el que sujeta a Kaia—. Llénale el escote con un fajo de billetes y verás lo fácil que se le bajan las bragas.
Ambos hombres estallan en una risa cruel y lujuriosa.
Editado: 15.01.2025