"Las apariencias son un velo que oculta la verdadera esencia de las cosas. Desgarra ese velo y descubrirás la belleza o la miseria que se esconde detrás".
El pecho de Kaia se oprime de emoción y se pone tensa. Detesta lo que ese hombre despierta en ella.
—¿Kaia? —pregunta él con el ceño fruncido, se nota contrariado.
Ella asiente con un leve movimiento de cabeza, casi imperceptible. Sus hombros se ponen rígidos debido a la incomodidad de tenerlo tan cerca. Sin embargo, lo que realmente la molesta es ese nerviosismo que la domina, mezclado con una emoción que, aunque intenta, no logra reprimir.
La mirada de Serkan se entrecierra con una inquietante curiosidad al notar el cambio en la mujer frente a él. Es evidente que no esperaba encontrarla así, sin el maquillaje que oculta su verdadero rostro y sin la horrorosa peluca. Su cabello natural, recogido en una coleta, con mechones sueltos y desordenados por la humedad, aporta una frescura inesperada que, lejos de restarle, resalta su auténtica belleza, la cual parece impactarlo en el centro del pecho.
—¿Qué haces aquí? —pregunta con fingida extrañeza.
—Intento llegar a mi casa —contesta Kaia con aspereza, sin mover casi los labios.
Un leve temblor inapropiado la recorre, pero no es por el frío de la noche, sino por el perfume delicioso y embriagador que emana de ese cuerpo varonil y, su mirada enigmática que parece atravesarla.
Se acomoda la bufanda tapando la parte baja de su rostro. Aunque duda que él, en su vida, haya escuchado de ella, no quiere que lo que se ha esforzado en esconder en esos tres años quede al descubierto en ese instante. Aquel disfraz que usa en el casino le sirve de protección. Nadie sabe que ella hace unos años era una reconocida gimnasta y medallista olímpica, y así debe seguir, nadie puede reconocerla. Nadie.
Serkan gira la cabeza y echa un vistazo a su alrededor. La lluvia arrecia, y la calle, bordeada por una niebla tenue, se encuentra completamente desierta.
—La lluvia está aumentando y esta calle está solitaria y oscura —dice, y sus ojos vuelven a posarse en ella, más serios esta vez—. No me parece correcto dejarte aquí sola —declara con un tono que no admite objeciones—. De hecho, es peligroso. Vamos, te llevo a tu casa —ofrece con cortesía, aunque sigue mirándola de esa forma que ella todavía no logra descifrar.
Kaia ignora su propuesta y da un paso atrás, su sola presencia la quema. Intenta cruzar la calle, pero él le corta el paso. Su cuerpo alto e imponente se interpone en su camino con una facilidad casi insultante.
—No iré a ninguna parte con usted —manifiesta con frialdad, sin ninguna delicadeza.
Lo esquiva esforzándose al máximo por no tocarlo, espera que cruce un auto para cruzar la calle y se dirige al paradero. Es cierto, llueve cada vez más fuerte, y el lugar es muy pequeño como para protegerla del aguacero que la empapa poco a poco. Aun así, prefiere mojarse a permanecer un segundo más cerca de él. Se abraza a sí misma, intentando conservar un poco del calor corporal, e ignora al máximo a ese magnífico espécimen masculino que la observa desde la acera opuesta.
La lluvia arrecia y forma pequeños riachuelos que serpentean por el asfalto, sin embargo, Serkan permanece inmóvil durante unos segundos tratando de comprender lo que está pasando. Esa mujer lo desconcierta por completo. No actúa como él esperaba, como, en su experiencia personal, lo han hecho tantas otras de su condición. Pensaba que sería más fácil acercarse a ella, que bastarían unas cuantas palabras bien elegidas o un gesto de galantería como, ofrecerse a llevarla a casa, para deslumbrarla. Al fin y al cabo, Kaia pertenece a ese grupo de mujeres que suelen usar coqueteos y sonrisas falsas para conseguir lo que quieren. Pero no. En su lugar, ella irradia una frialdad y una resistencia que lo intrigan. Es como si quisiera huir, alejarse de él a toda costa y eso le resulta inquietante; le provoca un inesperado deseo de averiguar por qué.
Nunca una mujer se le ha resistido. Siempre es él quien elige a quién deja entrar en su mundo y hasta dónde. Pero Kaia... es distinta. A pesar de mostrar cierta atracción hacia él —porque sabe leer esas señales, aunque ella intente ocultarlas—, deja claro que tenerlo cerca le resulta insoportable. Esa contradicción lo confunde, despierta una curiosidad y una incomodidad que lo irrita hasta el límite de lo tolerable.
Desde el momento en que bajó de su auto y vio su rostro al natural, todo dentro de él retumbó. En ese preciso instante, comprendió las razones de su hermano.
Kaia es, simplemente, hermosa.
Respira profundo. Su pecho se expande mientras la mira una última vez desde la distancia. Todo lo que ha hecho hasta ese momento tiene un motivo y no se dará por vencido hasta conseguir lo que se propone, así que, da media vuelta y se sube a su auto.
Desde el paradero, Kaia lo ve alejarse. Intenta disimular la desilusión que la embarga mientras el vehículo se aleja por la carretera. «Es mejor así», se repite con obstinación. «¿Qué esperabas?, ¿Que se mojara contigo bajo la lluvia? ¿Que insistiera en llevarte?». «Recuerda que no puedes dejar que…».
Editado: 15.01.2025