«Su bienestar es el tesoro más preciado, por eso lo busca sin descanso».
Definitivamente, esa noche ha sido cualquier cosa menos normal.
Kaia se recuesta contra la puerta de entrada apenas la cierra y deja escapar un suspiro pesado. La casa se siente más pequeña y las paredes parece que se ciernen sobre ella para recordarle lo limitado de su mundo. El cansancio pesa en sus hombros, pero no es suficiente para distraerla de la imagen que sigue ocupando su mente: Serkan. Una y otra vez intenta apartarlo de ahí, pero es inútil, a pesar de lo absurdo que es que siquiera piense en él.
Un hombre como él jamás podría interesarse en alguien como ella. Su actitud durante el trayecto hasta su casa fue prueba suficiente. No hubo gestos indebidos, ni miradas con segundas intenciones. Al contrario, se mantuvo frío, distante, casi ajeno. Lo único extraño fue su insistencia en llevarla a casa, pero eso solo podría significar una cosa: es un caballero, nada más.
Aun así, un incómodo vacío se abre paso en su pecho, dejando una sensación que no sabe cómo manejar. Sabe que es absurdo darle vueltas al asunto. Serkan es un mundo aparte, un sueño fugaz, un espejismo, pero en el fondo sabe que, hubiese deseado, aunque sea por un segundo, verlo sonreír o escucharle decirle algo agradable.
Se frota las sienes, intentando reordenar sus pensamientos. Nunca antes había sentido una conexión tan intensa con ningún hombre. Ninguno de los clientes del club que van a verla bailar, ni los tipos guapos en la mesa de juegos, ni siquiera aquellos chicos de la universidad, ninguno tiene comparación con Serkan; palidecen ante esa imponente figura que mide más de un metro ochenta y cinco y que acaba de marcharse en su lujoso auto del año. Ni uno solo de ellos había logrado dejarla sin aliento, ni provocado que su corazón latiera de esa forma descontrolada.
Antes de que su vida se convirtiera en una pesadilla, Kaia había sentido atracción por uno que otro chico. Sin embargo, estaba tan absorta en sus entrenamientos y estudios, que nunca se dio la posibilidad de ir más allá de una agradable amistad. Incluso en la única ocasión en la que creyó estar enamorada, no llegó a sentir algo ni remotamente cercano a lo que le provocó Serkan en solo unos segundos, con solo estar cerca de ella.
Cierra los ojos y suspira profundamente, intentando liberar el nudo que se ha formado en su pecho. Se obliga a pensar con claridad, intentando sellar cualquier anhelo que haya nacido en esos segundos de debilidad. Serkan llegó a su vida como una ráfaga de viento inesperada, lo suficientemente intensa como para alterar su mundo, pero igual de efímera.
—¡Kaia, por fin has regresado! —La voz de su hermana corta sus pensamientos, devolviéndola de golpe a su realidad.
Kaia abre los ojos y se endereza rápidamente con una sonrisa cansada.
—Hola —responde. Se acerca a Ghania y le da un abrazo cálido—. ¿Por qué sigues despierta? —le reprocha con cariño—. Sabes muy bien que desvelarte no te hace bien.
—Y tú sabes que no logro conciliar el sueño hasta que no llegas a casa.
—¿Tomaste la medicina? Sabes que te ayuda a dormir —insiste Kaia, separándose para mirarla a los ojos.
—No sé para qué preguntas si ya sabes la respuesta, Kaia. No la tomo si no has llegado. Ven, te ves muy cansada —la toma de la mano y la lleva hasta la habitación—. ¿Quién era ese hombre? —pregunta mientras Kaia se quita el abrigo.
Ella abre los ojos de par en par cuando se percata de que no se lo había devuelto.
—Maldición, olvidé que lo traía puesto —gruñe, avergonzada.
—¿Pasó algo? —pregunta preocupada—. Es muy tarde, nunca te retrasas. Hoy lo haces y llegas con un desconocido.
—No, tranquila, no te preocupes, no ha pasado nada. —Le sonríe, intentando calmarla y se sienta en la orilla de la cama doble que comparte con ella—. Solo era un cliente, alguien que se ofreció a traerme por la lluvia.
Su hermana la mira con el ceño fruncido.
—¿Dejaste que un extraño te trajera a casa? —pregunta alterada. Su voz sube un poco, llena de angustia.
Kaia puede ver cómo el miedo comienza a asomar en los ojos de su hermana. Su respiración se acelera, y las manos de Ghania tiemblan ligeramente mientras se humedecen y las entrelaza en su regazo. La culpa atraviesa a Kaia como un puñal. Se le acerca y la toma de las manos con fuerza.
—Ghania, tranquila —le dice con una sonrisa—. No te asustes, por favor. Te juro que no hay nada de qué preocuparse.
Ghania traga saliva con dificultad, asiente nerviosamente y cierra los ojos por un momento en un intento de calmarse. Kaia la abraza tratando de sosegar un poco su angustia.
Tres años atrás
*
—Trastorno de angustia con agorafobia.
Sentada frente al especialista, Kaia sintió que su mundo se desmoronaba.
—Explíqueme, por favor, doctor —pidió con un nudo en la garganta, sintiendo que unas fuertes tenazas le apretaban el estómago.
Editado: 15.01.2025