«Cuando la vida se desploma como un castillo de arena, cuando el mundo ruge y el horizonte desaparece, ahí estás tú, ancla en mi tempestad, mano firme que nunca suelta, aunque las olas sean altas y los vientos despiadados».
Envuelto en espinosos pensamientos, escucha cuando la puerta se abre y Xandro Kontos, su mejor amigo, entra al lugar. Serkan lo ha citado para discutir las deudas de juego que Xandro acumula en algunos de sus casinos. La amistad que comparten desde el colegio no puede eximir a su mejor amigo de sus responsabilidades financieras, y Serkan, que siempre ha sido su red de seguridad, decide que es hora de establecer límites.
—¿Quién es? —pregunta Xandro señalando a la chica que se ve en la pantalla y se sienta a su lado.
—Kaia Zikros —aprieta la mandíbula y le ofrece un trago—. La novia de Corban.
Xandro toma la copa y observa la pantalla con el ceño fruncido.
—¿Eso es cierto? —pregunta, incrédulo—. No imaginé que Corban tuviera ese tipo de gustos… particulares.
—Ni yo —gruñe entre dientes—. Ya me estoy encargando, no te preocupes.
—¿Sí? —sonríe de medio lado—. ¿Y cómo es eso?
—No quiero hablar más de ese asunto, por el momento —cierra el tema con seriedad.
—Está bien —acepta Xandro sin inconvenientes. No le interesa para nada ese asunto. Preguntaba solo por curiosidad.
—Te cité aquí porque tenemos que hablar —anuncia Serkan, su tono firme resuena sobre la música que flota en el aire.
Xandro, visiblemente incómodo, se remueve en el acolchado sillón de cuero. Las luces tenues del lugar resaltan las líneas de tensión en su rostro. De antemano, presiente que esta conversación no será fácil y para nada agradable.
Serkan, como hermano mayor y mejor preparado académicamente, recibió de su padre las riendas de la cadena de Casinos Makris. Para celebrar este acontecimiento, organizó un mega evento que se extendió por varios días. Un derroche de opulencia donde no había límites ni censuras, especialmente para Xandro, su mejor amigo, quien tenía acceso ilimitado a todos los juegos.
Esa experiencia marcó un punto de inflexión en la vida de Xandro. Desarrolló una fuerte adicción al juego que lo convirtió en un ludópata. El mundo a su alrededor se transformó por completo: sus prioridades, sus relaciones, su vida entera ahora gira en torno a las apuestas y la adrenalina de las mesas de juego.
Serkan siempre se ha culpado, pues cree que fue quien, de alguna manera, lo indujo a todo eso.
—Ya no puedo seguir cubriéndote, Xandro —advierte sin rodeos—. Somos muy buenos amigos, y…
—Eres mi mejor amigo —aclara.
—Sí, y tú eres el mío —reconoce Serkan—. Pero tus deudas en los casinos han llegado a un punto crítico, y si no te pones al día, tendré que suspender tus créditos.
—Siempre me has cubierto la espalda, ¿qué te pasa ahora? —pregunta con reproche.
—Tengo que rendir cuentas a mi familia, más que nada, a los socios, y lo sabes. Además, el saldo lo tienes en rojo y cada vez más excedes los límites, Xandro. Muchas veces no cuento con todo ese dinero, sabes que el capital se invierte, que…
—¿A dónde quieres llegar? —lo mira preocupado.
Serkan toma un trago de su licor y cruza las piernas.
—Tu crédito está cerrado desde este momento.
—Serkan, no puedes hacerme esto. Siempre te pago.
—A mí me pagas —aclara—, y te acabo de decir que ya no puedo seguir sacando esas sumas tan grandes de las cuentas bancarias.
—Puedes cubrirlas perfectamente con tu dinero.
Serkan expulsa una risa incrédula.
—¿Alcanzas siquiera a entender lo que me estás pidiendo?
—Ese dinero no es nada para ti.
—Xandro —respira profundamente—. En verdad, amigo mío, me preocupas. Antes eran solo algunos miles de euros, pero con el tiempo cada vez más y más se incrementan tus pérdidas; estás apostando demasiado y lo peor, estás perdiéndolo todo.
—¿Acaso ese no es tu negocio? ¿Lo que importa no es que pierda?
—Con otros clientes, puede ser, pero tú eres mi mejor amigo. No puedo seguir permitiendo que continúes así, no puedo seguir siendo cómplice de tu enfermedad.
Xandro se levanta abruptamente.
—¡No soy ningún maldito enfermo! —grita, furioso.
—Lo eres —contesta sin inmutarse—. Y debes regresar a tu tratamiento. Xandro, tienes que vencer esa adicción o te llevará a tu ruina personal.
—No soy un puto adicto, puedo controlar esto.
—No, no puedes, y mientras más rápido lo entiendas, será lo mejor. Siéntate —pide con firmeza—. ¡Qué te sientes, maldita sea!
Xandro lo hace sin dejar su expresión de furia.
—Pensé que eras mi amigo, no mi juez.
Editado: 15.01.2025