«Es en tus ojos donde todo comienza, como un destello fugaz que despierta mi fuego.
No planeaba mirarte así, pero algo en ti desarma mis razones, y cada palabra que dices enciende mi piel».
«¡Parezco una meretriz!», se dice Kaia, observándose en el espejo del pequeño camerino donde se cambian todas las trabajadoras del casino. Carga encima kilos de maquillaje. Sus ojos son dos manchones azules, sus pestañas se retuercen bajo la carga de rímel, y sus labios carnosos exhiben un provocativo rojo fresa. Además, tiene puesta la horrible peluca negra que, aunque desea, no ha podido reemplazar por una nueva, mejor y que luzca más natural.
Ghania le ha ofrecido comprarle una nueva, pero Kaia se niega rotundamente. Lo que gana su hermana con las traducciones que hace desde casa, no va a permitir que lo gaste en cosas tan banales. Ghania necesita cada peso para cubrir sus necesidades básicas.
Ha terminado el breve receso que le dan después de hacer el espectáculo de baile. Ahora, le toca cerrar la noche en la mesa de la ruleta. Aquella máscara asquerosa es su escudo de protección, aunque tenga que pagar como precio que la comparen con algunas de sus compañeras y la señalen como una chica de vida licenciosa.
Nadie sospecha que la bailarina es la misma crupier, y así debe permanecer. De lo contrario, aquel lugar se le volvería un infierno. Si ya de por sí, portando el uniforme, es complicado lidiar con los clientes, ni se quiere imaginar qué pasaría si supieran que ella es la bailarina enmascarada.
Se observa una vez más en el espejo, y sus ojos azules, se nublan por un instante. Su mente se pierde una vez más en el recuerdo del dueño de aquellos ojos que la miraron mientras bailaba con una intensidad que la desarmó por completo.
Frunce los labios con irritación y vergüenza, reprendiéndose a sí misma por su comportamiento en el escenario. Se portó como una idiota. Pero es que, desde que lo descubrió entre el público, no pudo dejar de mirarlo. Sencillamente, le fue imposible.
Aunque, ahora que lo piensa con más calma, no tiene dudas de que ese hombre debe de estar acostumbrado a provocar esa misma reacción en otras mujeres. Esa certeza hace que una punzada de celos la recorra de arriba abajo.
Es que, no es solo su aspecto físico lo que resulta irresistible. Si tiene que ser honesta, es todo el conjunto lo que le ha causado tan poderoso impacto. Alto, imponente, con una clara impronta mediterránea que resalta su masculinidad. Su acento aterciopelado, su porte seguro. Posee una especie de carisma imposible de ignorar. Tiene el aire de un hombre acostumbrado a dar órdenes, a manejar el poder, a hacer que suceda lo que él desea.
Es curioso, reflexiona Kaia. Corban también es rico y tiene ese aspecto de hombre adinerado. Sin embargo, no emana esa misma aura dominante. No hay en él ese halo de poder, esa sensación de ser alguien a quien temer; alguien con quien es mejor no meterse. En cambio, Serkan tiene una potente energía que la intimida y la atrae a la vez.
Corban es encantador, sí, pero de una manera más sutil, más amable. Este hombre, en cambio, la intriga, la desafía, la hace sentir temor y deseo en partes iguales, y eso, la desconcierta.
Un pequeño escalofrío recorre su cuerpo. Se siente molesta, inquieta. No debe pensar más en lo que ha sucedido esa noche. Debe sacárselo de la cabeza. Suspira profundamente, intentando calmar las emociones que la invaden. Sabe que no puede permitirse pensar en él.
Desde aquella noche que la dejó frente a su casa, no volvió a verlo y pensó que sería así para siempre. Pero ahí estaba, esa noche. Frente a ella. Mirándola bailar, y por primera vez en todo el tiempo que lleva en ese lugar, Kaia disfrutó de su rutina. Por primera vez, se sintió sensual, seductora, deseosa de despertar en aquel extraño las mismas emociones que la embargaron a ella justo cuando sus miradas se encontraron.
«Eres una tonta, Kaia», se regaña, molesta consigo misma. «Seguro en estos momentos está mirando de igual forma a Marilyn», una voluptuosa rubia cuyos servicios son bastante apetecidos en el lugar. «Seguro que juntos pasarán una noche inolvidable».
Aquel pensamiento se clava en su pecho como una estaca. Una vez más, incomprensibles celos nublan su mente. Respira hondo, mueve la cabeza de un lado al otro y sonríe ante aquellos pensamientos tan tontos. Debe concentrarse solo en su trabajo, así que termina de acomodarse su uniforme, convencida, con pesar, de que la noche se le presentará muy, muy larga.
—Zikros, deja lo que estás haciendo y ven conmigo —ordena Aris Antakos, el administrador del casino.
Kaia y las demás empleadas lo observan confundidas y sorprendidas. El señor Antakos nunca se aparece por esa zona. Todas de inmediato miran a Kaia con intriga.
—¿Qué hiciste? —le pregunta Sonya, una de las crupieres, notablemente preocupada.
—Nada —contesta ella con los ojos abiertos en toda su magnitud—. O eso creo.
—Zikros —insiste el administrador con seriedad—. Date prisa.
—Está bien —responde, algo nerviosa, muy tensa.
Editado: 15.01.2025