«Desde que llegaste a mi vida, la suerte me sonríe.
Eres mi talismán, la brújula que me guía hacia la felicidad».
«Debo mantener a esa mujer alejada de mis pensamientos», se dice Serkan una y otra vez. Pero esa tarea se vuelve imposible. Su mente vuelve a ella como un imán irresistible, atrayéndolo con una fuerza que no puede comprender, mucho menos controlar.
El asunto parecía sencillo: investigar a la mujer que su hermano había elegido como esposa para asegurarse de que no fuera una amenaza, para protegerlo de una posible decepción. Se recuesta en su silla de cuero, tamborilea los dedos sobre el brazo y esboza una sonrisa amarga. La ironía de la situación lo golpea como una bofetada.
Lo que comenzó como un acto de protección, ha tomado un giro que nunca anticipó. Su intento de salvaguardar a Corban de un error lo ha conducido por un camino que ahora siente como un castigo. Ha tratado de justificar cada uno de sus pasos bajo el pretexto de la preocupación por su hermano, pero el resultado de su «investigación» lo enfrenta con una verdad que no esperaba: no puede sacarse a Kaia de la cabeza.
Mientras más buscaba defectos en ella, razones para desacreditarla, más fascinación sentía por cada gesto suyo, cada palabra, cada mirada llena de ese fuego que parece desafiar al mundo. Se burla de sí mismo al pensar que podría mantener esta situación bajo control. Al final, sus buenas intenciones se han vuelto en su contra, arrastrándolo a un conflicto interno del que no sabe cómo salir.
El problema no es lo descubrió de Kaia —o más bien, lo que no pudo descubrir—, sino la verdad que se niega a admitir ante sí mismo: Ella ha comenzado a ocupar un espacio en su mente que nadie más ha tenido. Despierta en él un deseo feroz, una necesidad tan intensa que lo consume.
La sonrisa en sus labios se torna más amarga. El destino tiene un cruel sentido del humor. Se había propuesto desenmascarar a Kaia, demostrar que no era digna de su hermano. Ahora, el único que parece atrapado en las redes de su propia misión es él. La claridad de su propósito inicial ha sido reemplazada por una maraña de emociones contradictorias: deseo, frustración, culpa y algo que traspasa peligrosamente los límites de una atracción que va más allá de lo físico.
Las dudas lo devoran. Ya no sabe si Kaia es realmente quien aparentemente ser, pero lo que le atormenta no son sus secretos. Es el deseo incontrolable que ella despierta en él. Un deseo que va más allá de la lógica, más allá de los principios que siempre han regido su vida. Ya no le importa donde trabaja, ni qué verdad oculta tras su mirada orgullosa y desafiante. Tampoco le importa si es adecuada o no para Corban. Todo eso ha perdido relevancia, eclipsado por una verdad mucho más cruda y devastadora: Por mucho que la desee, es la mujer que Corban ama. No es una conquista posible ni una aventura efímera. Kaia es intocable. Y esa una línea que jamás debe cruzar.
Nunca antes había deseado a una mujer que no podía tener, mucho menos a una que perteneciera a otro hombre. No era su estilo, ni su necesidad. Las mujeres que entraban en su vida lo hacían porque él lo permitía. Siempre escogía a aquellas que compartían sus mismas reglas del juego y las elegía con la misma falta de interés en compromisos duraderos que él. Relaciones fáciles, sin enredos emocionales, diseñadas para terminar cuando el fuego inicial se apagara, y con el entendimiento implícito de que lo suyo nunca sería más que un romance transitorio.
Sin embargo, Kaia no encaja en ninguna de esas categorías. No es la mujer que puede tener sin esfuerzo, ni la que podría dejar sin mirar atrás. Ella es un desafío inesperado, un delicioso vino que probó sin darse cuenta, que lo ha consumido y que ahora no puede soltar. Sus principios, que antes consideraba inquebrantables, se tambalean frente a ella. Y lo que más lo aterra no es el deseo en sí, sino lo que significa: Eso debería bastar para alejarlo. Pero no lo hace.
En sus últimas conversaciones con Corban, solo hablan sobre la agenda en su viaje de negocios. Su hermano no menciona nada sobre sus planes de matrimonio, ni nombra a ninguna prometida. Desde aquella videollamada, Corban no toca ese tema.
«Es mejor así», piensa. Es mejor que no le hable de ella.
No puede hacerle a su hermano lo que él mismo trataba de evitar, no quiere lastimarlo, no desea hacerle daño. Cada fibra de su ser grita que está traicionándolo, y no importa cuánto lo justifique, el solo pensamiento de cruzar una línea tan peligrosa lo carcome por dentro.
Es injusto, cruel incluso, cómo el destino ha jugado sus cartas.
Una parte de él, la más egoísta y primitiva, quiere ignorar las consecuencias y dejarse llevar por lo que siente. Pero otra, más fuerte, más arraigada, le recuerda con brutalidad que no hay un camino en el que pueda obtener lo que desea sin destruir a alguien más en el proceso.
Cierra los ojos con fuerza y toma la única decisión acertada. Alejarse de Kaia. No interponerse más en sus asuntos con Corban. Si no puede confiar en sus emociones, al menos puede aferrarse a la lógica, a la fría determinación de no interferir en algo que no le pertenece.
Editado: 18.01.2025