«Amigo mío, tu dolor no es solo tuyo, lo comparto, lo sostengo contigo, porque en esta vida los lazos que tejimos son más fuertes que cualquier tormenta.
Y si el mundo te da la espalda, yo estaré frente a ti, firme como una roca, recordándote que nunca estarás solo, que mientras haya un aliento en mi pecho, siempre tendrás un amigo dispuesto a luchar a tu lado».
La puerta de la habitación del hospital se abre, y Serkan entra con pasos lentos. Su presencia, siempre tan segura e imponente, esta vez está teñida de preocupación. Sus ojos recorren el lugar hasta posarse en la cama donde Xandro yace inmóvil, conectado a un monitor que emite un pitido rítmico, casi reconfortante. Su mandíbula está tensa, y sus manos se cierran en puños a ambos lados del cuerpo.
—¿Cómo está? —pregunta Serkan, con voz preocupada mientras se acerca a la cama con pasos cautelosos.
Andreas, el hermano de crianza de Xandro, se levanta del sillón; le ofrece una sonrisa y se saludan con un abrazo afectuoso. Se conocen desde hace muchos años, la amistad es sincera y se aprecian mutuamente.
—Está estable, pero aún inconsciente. —Le ofrece la silla a su lado y ambos se sientan frente a la cama donde Xandro reposa—. Los médicos dicen que necesita tiempo para recuperarse —añade Andreas, sintiendo una opresión en su pecho.
Serkan asiente lentamente mientras toma asiento. Sus ojos se fijan en el rostro pálido de su mejor amigo. Xandro parece tan vulnerable, una imagen que contrasta con la personalidad segura e impetuosa que siempre lo ha definido. Por un instante, Serkan no sabe qué decir. La preocupación es evidente en su rostro. No sabe muy bien qué le ha sucedido a su mejor amigo, solo que sufrió un accidente automovilístico.
—Y, ¿su columna? —pregunta con expresión seria.
—Parece que la lesión no es grave —explica Andreas—, pero el ortopedista asegura que posiblemente necesite una intervención y luego terapia. La magnitud del daño se sabrá en cuanto él despierte.
Por unos segundos, Serkan guarda silencio; asimila cada palabra con el ceño fruncido. La habitación se sumerge en un tenso mutismo que solo se rompe por el acompasado sonido del monitor.
—Gracias por avisarme, Andreas —agradece sinceramente—. He estado preocupado por Xandro estos días. No sabía nada de él desde una noche en que lo cité en el casino y le dije que no lo apoyaría más con las deudas de juego. A partir de entonces, no contestaba mis llamadas e ignoraba mis mensajes.
Andreas observa a Serkan con detenimiento y nota la tristeza en sus ojos. Aunque mantiene su postura erguida y su rostro parece inexpresivo, no puede ocultar la aflicción. Es evidente cuánto se preocupa por su amigo, incluso cuando las decisiones que ha tenido que tomar con él han sido duras.
—Hiciste lo que pensaste que era mejor —responde Andreas con tono conciliador. Se recuesta en la silla y cruza los brazos sobre el pecho, intentando aliviar la tensión que siente—. Ya sabes cómo es él —dice con resignación. Serkan asiente con pesar—. Ha sido difícil para todos, pero especialmente para él —manifiesta—. Espero que esto le sirva para reflexionar y finalmente buscar ayuda. Él es un buen hombre, pero tiene muchos demonios internos. Ahora lo importante es que salga de esta. Lo demás puede esperar.
Serkan asiente con un movimiento breve. Sabe que Andreas tiene razón, pero eso no alivia el nudo que aprieta su pecho. Su mente regresa a las últimas conversaciones que tuvo con Xandro, llenas de reproches y frustración. Jamás imaginó que terminaría viéndolo en esta situación, tan frágil y dependiente.
—Yo también lo espero —declara Serkan, con una vulnerabilidad que rara vez deja entrever—. Todo este tiempo me he sentido culpable —lamenta, mortificado, bajando ligeramente la mirada—. Siempre he creído que fui quien, de alguna manera, lo indujo a todo esto. Desde aquel evento que organicé, él cambió mucho.
—No, no lo hiciste —niega Andreas con seguridad. Le sostiene la mirada con determinación, como si quisiera que cada palabra se grabara en la mente de su amigo—. Tú vives en ese mundo y no eres un adicto.
Serkan asiente despacio. Es cierto que ese riesgo es parte de su vida diaria, pero siempre ha sabido mantener el control.
—Lucas y yo también estuvimos en ese evento —Andreas continúa—. Nos excedimos, hicimos cosas… —ambos sonríen ligeramente ante el recuerdo—. Pero siempre supimos llegar a un límite, de ahí no nos pasamos.
—Lo sé —admite Serkan, pero su expresión sigue sombría.
—Tú no lo obligaste a apostar, ni lo forzaste a que se metiera en todos esos líos —enfatiza Andreas, casi paternal, mirándolo directamente—. Cada uno toma sus decisiones.
Serkan exhala profundamente, se recuesta contra el respaldo de la silla y cruza sus brazos con abatimiento. Posee un gran espíritu protector que en esos momentos se debate en su interior. Un sentimiento de culpa y una profunda zozobra lo consumen.
—¿Qué ha pasado? —pregunta Serkan con el ceño fruncido—. ¿Cómo ha sido el accidente?
Andreas toma aire y le resume los hechos someramente.
Editado: 20.02.2025