«El calor de tu aliento se fundió con el mío, y cada segundo se convirtió en eternidad.
Y cuando nuestros labios finalmente se encontraron, todo lo demás se desvaneció.
Solo quedamos tú y yo».
—Kaia, no es necesario que sigas yendo al casino —dice Corban mientras cenan—. Ya quedamos en que yo me encargaré de que tengas todo lo que necesitas mientras Ghania y yo estamos en Suiza. El dinero no será un problema.
Kaia alza la vista del plato y deja el tenedor a un lado.
—Solo queda una semana para que finalice el mes. Prefiero terminarlo y renunciar entonces —responde con suavidad, sin perder firmeza.
—Corban tiene razón, Kaia —interviene Ghania—. Ya no tienes que trabajar en ese turno. Además, Corban se hará cargo de todos los gastos de mi tratamiento mientras estemos en Suiza. No tienes que preocuparte por nada de eso.
—Lo sé, Ghania, y lo agradezco de corazón. Pero ya les dije, solo quiero terminar este mes. Luego, renunciaré, lo prometo —responde Kaia—. No me gusta dejar las cosas a medias.
Corban, visiblemente preocupado, insiste una vez más.
—Deja entonces que te ubique en una mejor sala, con otro horario; parece que olvidaras que soy uno de los dueños —recrimina con seriedad—. Puedo hacer que…
—Ya hemos discutido esto infinidad de veces —lo interrumpe Kaia—. No quiero que intervengas. Es lo que pude conseguir por mí misma, no me quites eso.
Corban suspira.
—Es imposible ganarle a ese orgullo —dice con reproche—. Al menos déjame acompañarte esta noche.
Kaia sonríe con ternura y niega con la cabeza.
—No es necesario, Corban. Sé cuidar de mí misma. No lo olvides. Y no te desveles esperándome —guiña un ojo con picardía.
—Te esperaré.
Rato después, en el camerino del casino, mientras se ajusta el uniforme, Kaia admite, solo para sí misma, que la razón por la cual aún no se va del casino es para ver de nuevo a Serkan.
La imagen de él invade sus pensamientos con terquedad. Lo extraña, aunque lucha con todas sus fuerzas por no hacerlo. Han pasado varios días desde la última vez que él fue al casino, desde aquella noche en que la llevó a su casa. La ausencia se siente como un vacío que se expande por su pecho.
Kaia comienza a creer que Serkan se fue de la ciudad sin despedirse de ella.
«¿Por qué tendría que despedirse?», se regaña con dureza, tratando de sofocar la tristeza que le oprime el pecho. «Se fue y ya está, sin dramas». Sin embargo, la punzada de abatimiento no se disipa con esas palabras, al contrario, se intensifica y lastima su pecho ante esa posibilidad. Sabía que él, en algún momento, se iría, era inevitable, pero al menos esperaba poder despedirse, verlo por última vez.
«¿Qué esperabas, Kaia? ¿Un beso? ¿Qué te dijera que se iban a mantener en contacto? ¿Eso querías? ¿Palabras vacías de promesas que nunca se cumplirían?», bufa llena de amargura y molesta consigo misma. «Eres una ilusa, Kaia».
Se observa en el espejo y nota como la chispa que brillaba en sus ojos por él, se ha apagado, reemplazada por una sombra de desilusión. Mira la hora en el reloj de pared, falta poco para las 8 pm.
«Esta noche tampoco vendrá», se repite intentando convencerse de eso. «No eras importante para él. No significaste nada. Solo se entretuvo contigo, fuiste una distracción en su aburrida rutina».
Con esos amargos pensamientos, se instala frente a su mesa y comienza su jornada laboral. El ambiente del casino es el de siempre, bullicioso y eufórico. Sin embargo, esta noche el brillo de las luces y el sonido de las máquinas tragamonedas le parecen opacos y distantes. Se sumerge en su trabajo, atendiendo a los clientes mientras intenta distraerse, pero su mente vuelve a Serkan una y otra vez, anhelando un milagro que nunca llegará.
Serkan entra al casino, recorre el lugar con la mirada; saca el celular y llama a Antakos, el administrador, quien en ese momento se encuentra con unos clientes premium en una de las mesas de craps. Serkan le da algunas instrucciones breves, espera la confirmación del administrador y se dirige directo a la mesa de Kaia.
No quiere perder más el tiempo, quiere estar con ella las pocas horas que le quedan en Atenas.
—Todas al 27 —dice Serkan, depositando todas sus fichas en la casilla que corresponde a ese número en el ancho tapete verde.
Kaia está ordenando unas fichas cuando escucha esa voz tan familiar que hace que su corazón se acelere al instante. Levanta la cabeza lentamente, casi con miedo de confirmar lo que sus oídos le dicen. Y allí está él, justo frente a ella, con esa sonrisa encantadora y el brillo en los ojos que tanto la cautiva.
Editado: 20.02.2025