“Por tu risa, soy capaz de hacer el ridículo.
Por tu piel, soy capaz de desnudar mis miedos más íntimos.
Por tu amor, soy capaz de arriesgarlo todo”.
El cielo plomizo de Londres refleja a la perfección el estado de ánimo de Serkan. Una bruma densa y persistente envuelve la ciudad, cubriendo los edificios y las calles con un velo grisáceo, mientras la luz apagada de la tarde crea un ambiente melancólico.
Ha pasado un mes desde su llegada a la capital inglesa, y el clima londinense parece empeñarse en sincronizarse con sus emociones. La niebla perenne, la luz tenue y las constantes lloviznas avivan la tormenta de sentimientos que se agitan dentro de él.
El trabajo se ha convertido en su guarida, absorbiendo su atención por completo. Se ha dedicado en cuerpo y alma a familiarizarse con cada rincón de la empresa, conocer a sus empleados y a sumergirse de lleno en la dinámica laboral. Sin embargo, a pesar de su saturada agenda, hay un pensamiento que persiste con terquedad: Kaia, la mujer prohibida que dejó en Grecia y que despertó un torrente de emociones nuevas para él.
Esa mujer que se le ha metido bajo la piel y que lo convirtió en un hombre dividido entre el deber y el deseo, entre la razón y el corazón. El recuerdo de aquel beso sublime bajo la luna ateniense arde como fuego en su memoria, un dulce sabor que aún puede sentir en sus labios.
Desde entonces, no desea otros labios, no anhela otro sabor, otro contacto, otro aliento. Pero sabe que debe hacerlo. Por Corban, su hermano. No puede permitirse flaquear. Tiene un deber que cumplir. Así que se obliga a enfocarse en el presente, en las responsabilidades que tiene frente a él.
—El negocio de los casinos en Londres es un universo en sí mismo —dice uno de los socios reunidos con él en ese momento—. Los clientes van desde hombres de negocios buscando un respiro del estrés cotidiano hasta jugadores profesionales en busca de su próxima gran victoria.
—También están aquellos que persiguen la emoción del azar —agrega el director de marketing—, la promesa de un golpe de suerte que podría cambiarlo todo.
Serkan asiente, concentrándose en la charla, decidido a cumplir con sus compromisos, aunque su corazón permanezca en otra ciudad, en otro tiempo, junto a la mujer que no puede tener.
—Debemos analizar meticulosamente las necesidades de estos clientes —indica él con autoridad—. Y hacerles comprender que no solo les ofrecemos juegos de alta calidad, sino una experiencia inolvidable.
—Entendido —concuerdan todos.
Sus palabras son escuchadas con atención por los presentes, quienes toman apuntes en sus libretas. Estas reflejan su determinación de convertir ese, como todos sus demás casinos, en un rotundo éxito.
—El ambiente de los casinos debe ser atractivo y seductor —continúa Serkan—, pero también seguro y confiable. Esto es crucial para mantener a los clientes fieles y satisfechos.
La reunión termina poco después, Serkan se despide de todos ellos con un apretón de manos y regresa a su oficina. Se sirve un vaso con agua y da un sorbo, dejando que el líquido fresco calme su garganta seca. En ese momento, el teléfono que reposa en el bolsillo de su chaqueta vibra con insistencia.
Para su sorpresa y desconcierto, la llamada es de Kaia.
Sin embargo, al atender, solo escucha palabras incoherentes y frases entrecortadas. No puede entender nada de lo que ella dice, no hay un sentido claro y, antes de que él pueda decir algo, ella corta abruptamente la llamada, dejándolo con más dudas que respuestas.
Serkan se queda mirando el teléfono, perplejo, confundido, tratando de interpretar lo que Kaia intentaba decirle.
«Te dije que antes no podía… bueno, ahora si… estoy libre y… si tú quieres…».
Unos segundos después, su mente hace clic y una conclusión empieza a formarse. Pero necesita confirmarlo. La incertidumbre lo consume. Tiene que saber si su interpretación es correcta, si entendió bien. Así que enciende la pantalla y llama a Eleni, su madre, la única persona en esos momentos que puede darle la información que busca.
—Hola, mamá.
—Hola, hijo mío. ¿Cómo estás? —responde ella, con voz maternal, alegre de escucharlo.
—Muy bien, mamá, gracias —le dice cariñoso e intenta sonar despreocupado—. Te llamo porque necesito preguntarte algo. ¿Sabes qué ha pasado con Corban? —pregunta sin rodeos, tratando de mantener la neutralidad en su voz—. Desde que viajé no he hablado con él.
—Corban se marchó a Suiza hace más o menos… un mes —responde su madre intentando recordar la fecha exacta—. Pensé que ya te lo habíamos dicho.
—Evidentemente, no —replica con irritación.
—Ah, ya recordé —ríe al acordarse—. Tu padre me comentó que no quería que te preocuparas por los casinos de Atenas mientras te instalabas en Londres. Me aseguró que él se encargaría de todo.
Editado: 20.02.2025