La prometida de mi hermano

CAPÍTULO 22. POR PRIMERA VEZ

“Sus manos, caricias de fuego que recorren cada centímetro de mi piel, encienden una llama que arderá dentro de mí siempre”.

Camino al aeropuerto, Kaia se pregunta, ¿a dónde la llevará? Aunque el cielo o el infierno le da igual. Quiere beberse cada delicioso y dulce momento a su lado, disfrutar de él. Será suya sin restricciones, en el lugar y por el tiempo que él decida.

Nuevamente, su pequeño mundo brilla. Todavía no termina de creerse que Serkan está ahí con ella. Apenas puede pensar con claridad. Su mente está llena de él, del delicioso sabor de sus besos, de su exquisito aroma varonil, de la calidez de su imponente cuerpo.

No va a detenerse a pensar en las consecuencias de lo que está haciendo, en todo lo que arriesga, en lo que puede perder. Ya habrá tiempo para eso después. Eso tendrá que afrontarlo en su momento. Ahora solo quiere vivir el presente junto al hombre que le gusta, que desea, que le pone todo de cabeza, que despierta en ella todas esas emociones, que la hace sentir libre y que le hace anhelar tomar las riendas de su vida, aunque sea por una vez.

Serkan no deja de sonreír al ver la emoción en los ojos de Kaia, una chispa de felicidad que rara vez se ve en ella. Él también está feliz, más feliz de lo que imaginaba y de lo que ha estado en años. Siente una paz y una dicha que no experimentaba hace mucho tiempo y, no duda un segundo en que, al llevarla con él, está tomando la decisión correcta.

La lleva de la mano hasta el avión privado que los espera. Kaia, en silencio, lo sigue sin dudar, confiando en él. Se acomodan en sus asientos y el rugido de los motores anuncia el inicio de su viaje. Kaia mira por la ventana mientras el avión se eleva y dejan atrás la imponente Atenas. Una bandada de emociones revolotea en su pecho, pero, sobre todo, siente una placidez abrumadora. Serkan la atrae hacia él, rodea su cuello con su mano y la besa con ternura. Ella cierra los ojos, se entrega por completo.

El vuelo transcurre tranquilo y sin contratiempos. Serkan, con gesto posesivo, pero cariñoso, no suelta su mano en ningún momento, como si temiera que ella pudiera desvanecerse si lo hiciera, y él no lo fuera a permitir. Le ofrece una copa de vino, que ella acepta con una sonrisa. Brindan, y Kaia estampa ese instante en su memoria como un tesoro invaluable.

—El vino es exquisito —comenta Kaia, mientras deja que el líquido ambarino recorra su paladar.

—Seguro que en tu boca sabe aún mejor —susurra Serkan con una sonrisa traviesa.

Kaia no puede evitar reír, y Serkan aprovecha para besarla de nuevo. Sus labios se encuentran en un delicioso y profundo beso. Todo lo que existe en ese instante para Kaia es el sabor del vino y la suavidad de los labios de Serkan.

Cuando se separan, siguen conversando de cosas triviales; ríen juntos y disfrutan de la mutua compañía. Hablan de lugares que anhelan visitar, de películas que les han gustado y libros que han dejado huellas en ellos. Kaia se siente más conectada con Serkan que nunca, como si el mundo exterior se difuminara y solo existieran ellos dos en su propia burbuja de felicidad.

Cuatro horas más tarde, el rugido de los motores se apaga mientras el jet aterriza suavemente en el aeropuerto de Londres.

—Bienvenida a Londres, Kaia —dice Serkan y le da un pequeño beso en la frente.

Ella sonríe emocionada, convenciéndose de que todo aquello está sucediendo en realidad. El contraste entre el mundo en el que vive y el esplendor que ahora la rodea, es abrumador. Hace apenas unas horas estaba atrapada en una pegajosa monotonía. Ahora, se encuentra en un enorme y lujoso piso situado en un rascacielos exclusivo, con grandes ventanales que ofrecen una vista impresionante de la ciudad londinense. La estancia se extiende en un vasto espacio con suelos de mármol pulido que reflejan la luz de las lámparas modernas empotradas en el techo. El mobiliario, en tonos de negro y azul marino, refleja su elegancia masculina. Las paredes están decoradas con obras de arte abstracto.

Sin embargo, a pesar de la impecable decoración, el ambiente resulta frío e impersonal. No hay fotografías ni objetos personales que le den vida al lugar. Todo parece sacado de una revista de diseño, perfectamente ordenado, pero sin la calidez de un hogar.

En el horizonte, el sol se esconde tras una capa dorada, mientras las luces de la ciudad comienzan a encenderse, creando un mosaico de destellos y sombras que tiñe el cielo de un sinfín de colores.

Serkan, de pie, junto al sofá de cuero negro, se acerca y la abraza por la espalda. Sus brazos rodean su pequeña cintura con una firmeza que es a la vez protectora y posesiva. Deposita pequeños besos en su cuello que provoca en Kaia un cosquilleo que la hace estremecerse.

—Ponte cómoda —susurra cerca de su oído. Su voz es suave, pero la seguridad en sus palabras le confieren un aire dominante—. Pediré algo de comer.

—Está bien —responde ella, con la piel erizada de pies a cabeza por el suave y sutil roce de sus labios en el lóbulo de su oreja—. Dime, ¿dónde está el baño? Quiero refrescarme un poco.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 20.02.2025

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