«Eres el fuego que consume mi ser, la adicción que me hace vivir. Quiero entregarte mi alma en cada suspiro».
Kaia se queda sin aliento al asomarse al balcón de su suite en la Villa Dubrovnik, un hotel de lujo incrustado en los acantilados de St. Jacob. La vista panorámica le quita el aliento. La ciudad antigua de Dubrovnik, con sus murallas rojizas y sus tejados de terracota, se extiende ante ella como un cuadro renacentista. A lo lejos, la isla de Lokrum, cubierta de pinos y olivos, flota en un mar Adriático de un azul intenso.
—Te gusta, ¿verdad? —pregunta Serkan, con una sonrisa en sus labios. De pie, tras ella, la abraza por la cintura.
—Es hermoso —susurra Kaia, deleitada—. Es como estar en un sueño.
Desde el primer momento en que decidió ir a buscarla a Atenas, Serkan sabía que ese era el lugar a donde quería llevársela. Kaia le mencionó aquella noche en la plaza Monastiráki que Croacia era un lugar que deseaba conocer y, por alguna razón que él aún no logra comprender del todo, solo quiere complacerla, hacerla feliz, poner el mundo a sus pies.
Se pregunta, a veces, ¿qué pasó entre ella y Corban? ¿Por qué terminaron su relación? Pero rápidamente se convence de que lo sucedido entre ellos ya no tiene relevancia. Lo único que importa ahora es que Kaia es libre y que nada le impide hacer lo que tanto desea: estar con ella. Está cada vez más seguro de que Kaia nunca amó realmente a su hermano. No hay señales de sufrimiento en ella, y el hecho de que se entregara a él y no a su hermano refuerza esa convicción. Entonces, se pregunta si, por eso, está apartándola adrede del resto del mundo. Reconoce que sí. La quiere solamente para él, anhela en exclusiva toda la atención de aquella maravillosa mujer que ahora es suya y que día a día lo enloquece más y más. También debe admitir, que, más que nada, no la quiere cerca de Corban.
Dos semanas después de ir por ella a Atenas, están allí. En Croacia.
Han visitado Split, Zagreb, Dalmacia y los Lagos de Plitvice, el sitio favorito de Kaia hasta el momento. Se maravilló al contemplar cómo el agua fluía en las cascadas turquesas, formando lagos cristalinos. Para ella fue sublime caminar tomados de la mano por los senderos, admirando los árboles que se inclinaban sobre el agua, creando reflejos increíbles.
En Dubrovnik pasearon por las calles empedradas del casco antiguo, perdiéndose en laberintos de callejones estrechos. Subieron a las murallas de la ciudad, desde donde contemplaron una puesta de sol inolvidable.
—¿Recuerdas que te conté que Canción de Hielo y Fuego es mi saga de libros favorita? —pregunta Kaia contemplando las antiguas fortificaciones, con el viento acariciándole el rostro y el sonido de las olas rompiendo contra las rocas.
—Sí —asiente él—. Lo recuerdo.
—Bueno, aquí en Dubrovnik filmaron algunas escenas de la serie Juego de Tronos —cuenta entusiasmada.
—Sí, fueron las locaciones de King’s Landing.
—¡Sí! —exclama Kaia, fascinada—. Quería conocer personalmente la ciudad amurallada con sus tejados de terracota escalonados, sus palacios renacentistas y sus iglesias barrocas.
—Conoces mucho de historia —dice mirándola con interés—. ¿Estudiaste algo así?
—Algo así —contesta, bajando la cabeza y con la risa disminuida.
—¿No dirás nada más? —pregunta con curiosidad. Kaia guarda silencio—. Está bien —concede con cariño y le da un beso en la frente—. Ya poco a poco irás confiando en mí.
Kaia asiente, agradecida.
—Mira —señala él, la Catedral de Dubrovnik—. Allí filmaron las escenas del Gran Septo de Baelor. Yo también sé algunas cositas —guiña el ojo con picardía.
Otro día, alquilaron un barco privado y navegaron hasta las islas Elafitas y Mostar, en Bosnia y Herzegovina. Allí conocieron las cataratas de Kravica, donde el agua se precipita con fuerza en un lago de color esmeralda, creando un paisaje de ensueño.
—Todo es tan hermoso —dice Kaia maravillada mientras contempla el mar Adriático desde el balcón de su suite.
Para Kaia, cada instante al lado de Serkan está repleto de una felicidad indescriptible. Sin embargo, esas emociones vienen acompañadas de una inquietud persistente, una advertencia implícita e instintiva que le recuerda que tiene que ser cauta. El destino, que en el pasado le quitó lo que creyó seguro y permanente, le recuerda que Serkan es un lujo pasajero, como un vino exquisito que disfruta al máximo, pero con la certeza de que no puede permitirse dejar que embriague su cabeza, mucho menos su corazón, porque no hay un mañana junto a él.
Aunque, tal vez… «¡No!», respira profundamente. «No puedo. No puedo».
Pero eso no le impide que, en ese momento, se siente feliz, allí, con él, alejada del mundo que conoce. Piensa únicamente en él, está solo con él. Él absorbe todo su tiempo, toda su mente. Viven al máximo cada instante del día y se acuestan en la madrugada después de pasar horas haciendo el amor, ya que Serkan se tomó muy en serio su promesa de hacerla dormir hasta muy entrada la mañana.
Editado: 20.02.2025