La prometida de mi hermano

CAPÍTULO 32. UN SIMPLE JUEGO PARA ELLA

«Te llevaste mis sueños en un susurro y, aunque el eco de tu traición aún resuena en mi corazón, me aferro a la esperanza de que el tiempo transforme tu recuerdo en un simple destello de lo que alguna vez fue».

Serkan Makris se encuentra en la cúspide de su carrera, pero ese es un lugar solitario. Sus días transcurren como un reloj de precisión, cada momento cuidadosamente cronometrado y organizado. Todo parece fluir con un ritmo seguro y controlado. Sin embargo, en lo más profundo de su ser, una grieta comienza a abrirse, un pequeño fragmento de sí mismo que se ha resquebrajado. Su corazón resuena con un eco sutil, un sonido persistente dentro de él que susurra algo que se niega a admitir.

A medida que pasan los días, esa grieta se hace más grande, y la sensación de vacío se intensifica. Es como un globo que, aunque brilla e impresiona por fuera, se va desinflando lentamente por dentro. Y aunque las personas a su alrededor piensan que lo tiene todo, él siente que le falta algo primordial.

No permanece mucho tiempo en ningún lugar. En Copenhague, su teléfono no para de sonar, como una alarma constante que le recuerda que siempre hay algo más por hacer. Luego llega a Venecia, la ciudad famosa por sus canales brumosos y su atmósfera mágica. Pero Serkan es incapaz de disfrutar de la belleza que lo rodea. En lugar de admirar las románticas góndolas y los antiguos puentes, su mente está atrapada en números, contratos y cifras, como si estuviera construyendo un muro de bloques de hielo en su cabeza, que lo aísla de cualquier otro pensamiento o emoción.

Cuando llega a Rusia, en las interminables noches blancas de San Petersburgo, su insomnio empeora y lo acosa como un verdugo implacable. No encuentra paz ni en sus días ni en sus noches, solo una carrera frenética hacia cualquier actividad que lo mantenga ocupado y lo hago olvidar que, por primera vez en su vida, permitió que alguien derribara las barreras que construyó con tanto esmero, solo para descubrir que lo habían engañado.

Se ha distanciado deliberadamente de su familia para no saber de ella: Kaia Zikros. Su nombre es un veneno que evita pronunciar, una herida abierta que no se atreve a tocar. Se niega a recordar que, en algún momento, se permitió creer en la ilusión de que ella ya no era la prometida de su hermano.

Pero la realidad ha sido cruel. Lo que creyó ver en Kaia, lo que sintió cuando estaban juntos, todo no fue más que una farsa, un engaño. Y ahora, se sumerge en el trabajo con la desesperación de un hombre que teme enfrentarse a la verdad. Porque la verdad es que, aunque se esfuerce por olvidarla, y la entierre bajo pilas de contratos y reuniones, Kaia sigue siendo el único pensamiento que no puede ahogar.

Por un breve instante de debilidad, permite que la muralla se agriete y se filtren algunos recuerdos: una noche mientras Kaia bailaba en una plaza en Atenas, una tarde cuando caminaban tomados de la mano por la orilla del mar Adriático, una madrugada haciendo el amor; recuerda un simple gesto, una dulce mirada, una pequeña sonrisa. Detalles que antes parecían insignificantes y que ahora lo invaden como un huracán. El dolor es tan real, que casi lo doblega.

Pero solo es un momento. Porque él no es un hombre que se permita ser débil. Aprieta los puños y expulsa esos recuerdos con la misma determinación con la que ha cerrado los negocios más difíciles. La muralla se reconstruye, ladrillo a ladrillo, y la grieta se resana con mucha más frialdad.

Ha mantenido vigilada a Kaia, pero no pide detalles de su vida, solo quiere saber que no se ha encontrado con Corban.

—Tengo algo importante que informarle con respecto a la señora Zikros —le advierte el detective, en medio de una videollamada.

Después de varias semanas de ausencia, Serkan ha regresado a su oficina en Londres, en la que solo piensa quedarse un par de días. No puede permitirse estar quieto en ningún lugar. No puede, al menos, no hasta que logre sacarse a esa mujer de la cabeza.

—¿Tiene algo que ver con mi hermano o con mi familia? —pregunta con desinterés, mientras revisa unos documentos en una carpeta.

—No, señor Makris —responde el detective desde el otro lado de la pantalla, con expresión inquieta—. Es algo que hemos notado y que…

—No me interesa —lo interrumpe Serkan con tono cortante.

—Señor Makris —insiste el detective—. Me parece importante que sepa que hemos detectado a alguien que…

Serkan cierra la carpeta de golpe y lo mira con tal dureza que el pobre hombre capta el mensaje al instante.

—Como usted prefiera, señor Makris —responde el detective dejando escapar un largo suspiro—. Dejaré constancia en el informe de que usted no desea recibir esa información.

—Le pago y, muy bien, para que únicamente vigile si esa mujer se encuentra con mi hermano —aclara con aspereza—. Lo que ella haga o deje de hacer con su vida o si se ve con alguien, no es asunto mío. Así que, concéntrese en lo que le pido, no en lo que usted cree que debo saber.

Sin más que agregar, finaliza la llamada. El solo imaginar a Kaia con otro hombre desata en Serkan un torrente de ira que apenas logra contener. Se repite que no le importa lo que ella haga, que nunca fue parte de su vida. Él no fue más que una distracción, un simple juego para ella. Cuando Corban la llamó, él estaba a solo unos pasos, en la cama donde pasaron toda la noche juntos, haciendo el amor, y aun así no le importó, ella simplemente…



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 20.02.2025

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