La prometida de mi hermano

CAPÍTULO 33. UNA BODA QUE IMPEDIR

«La amistad verdadera es como una estrella: siempre brilla, incluso en las noches más oscuras».

En la suite del hotel, sentado en su cómodo escritorio, Serkan Intenta concentrarse en los detalles de una nueva campaña publicitaria, pero sus pensamientos divagan entre las líneas de las hojas y el agotamiento que empieza a pasarle factura.

La oscuridad de la noche londinense se cuela a través de las ventanas mientras un reproductor de sonido en un rincón de la habitación deja escapar las suaves notas de un concierto de violín. La melodía melancólica parece combinar con sus pensamientos, acompañada por el leve tic-tac del reloj que parece resaltar la soledad del lugar.

De repente, el tono de su teléfono privado rompe esa quietud, el sonido que pocas veces ha escuchado en semanas lo toma por sorpresa. Con un movimiento lento, Serkan deja los papeles a un lado, como si al hacerlo se liberara de una carga.

Al ver la pantalla del teléfono, un intento de sonrisa se asoma en su rostro, una que hace meses no aparecía, casi había olvidado cómo se sentía esa calidez en su expresión. Contesta la llamada sin vacilar, permitiendo que una voz familiar, cercana, casi olvidada, lo arranque de la rutina.

Es una de las pocas llamadas personales que acepta en más de dos meses, y en ese instante, la pesadez que lleva sobre los hombros se disipa, aunque solo es por un breve momento.

—¡Xandro! —exclama, sintiendo en el pecho un pequeño regocijo que no ha sentido en mucho tiempo.

—Serkan —responde su amigo con la voz llena de jovialidad—. ¡Sigues vivo! —exclama en broma.

Serkan no puede evitar que una pequeña risa se le escape. La broma es simple, pero lo lleva a recordar los viejos tiempos, cuando las cosas eran más sencillas y su vida no estaba plagada de complicaciones.

—Veo que tu buen humor ha vuelto.

—Y a ti, la amargura no te abandona.

Ambos amigos ríen con nostalgia.

—Qué bueno escucharte, Kontos —dice Serkan con una voz agradable que contrasta con la rigidez de los últimos días, y que refleja cuánto había extrañado hablar con su amigo.

La última vez que lo vio, Xandro estaba inconsciente en una cama de cuidados intensivos, con la vida pendiendo de un hilo tras haber sido arrollado por el auto de Daria Líbanos.

—Es tan bueno escucharme, que no he sabido de ti desde que desperté —le reprocha.

—Fui a verte varias veces mientras estabas inconsciente —se defiende—. También llamé.

Serkan se remueve incómodo en la silla, sintiendo una punzada de remordimiento por no haber estado más presente.

—Eso me dijeron, por eso aún seguimos siendo amigos. De lo contrario… —reprocha, fingiendo enojo.

—Lo sé, lo sé, tienes razón —admite apenado, sabe que hay algo de razón en los reclamos de su amigo—. He tenido algunos… contratiempos. Pero nada de eso importa ahora. Cuéntame, ¿cómo estás? —pregunta, interesado—. ¿Cómo salió la cirugía?

—Muy bien —contesta, animado—. Estoy en la última etapa de rehabilitación, mis piernas pronto estarán al cien por ciento.

—Es una muy buena noticia —dice con sinceridad—. ¿Cómo te sientes ahora? —pregunta Serkan, con genuina preocupación.

—Mucho mejor, viviendo un día a la vez y luchando por no recaer —dice con cierto tono de aflicción en su voz.

—Vamos, que sé que lo lograrás. Te prometo que estaré ahí, si me lo pides. Sabes que siempre he estado cuando lo has necesitado.

—Lo sé, Serkan. Sin tu apoyo en algunas de mis malas decisiones, las consecuencias habrían sido mucho peores para mí —reconoce Xandro, desde el fondo de su corazón. Por un momento, se quedan en silencio, sintiendo la profundidad de esa amistad que ha sobrevivido a tantas pruebas—. Pero, bueno, tiempo al tiempo —añade y sonríe entusiasta—. ¿Dónde andas? —cambia de tema, tratando de aliviar la tensión del momento—. Tienes a tus padres preocupados.

La mención de sus padres hace que Serkan se tense aún más.

—¿Por qué dices eso? —pregunta, inquieto.

—Estuve hace un par de días en casa de tus padres. Me invitaron a almorzar.

Serkan sonríe. Sabe lo mucho que sus padres aprecian a Xandro.

—Estás aprovechando mi ausencia para echarte al bolsillo a mis padres, ¿cierto? —bromea—. Siempre he sabido que esa es tu oscura intención.

Xandro ríe con una carcajada, recuerda las muchas veces en que Serkan le reclamaba en tono de broma las atenciones que recibía de Leónidas y Eleni. Para ellos, Xandro no solo es el mejor amigo de Serkan, sino un miembro más de la familia.

—Pues tú me la pones muy fácil, amigo mío —lo regaña con cariño—. Llevas casi tres meses fuera del país, no has ido un solo día a visitarlos, los llamas cada luna llena —dice con sarcasmo—. Leónidas no es tonto, sabe que algo está pasando contigo.

Serkan guarda silencio. Cierra los ojos y se reclina en su silla, sintiéndose vulnerable por unos segundos.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 20.02.2025

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