«No vi la pureza de tu entrega, no supe leer la ternura en tus gestos,
y en lugar de abrazarte con amor, te herí con palabras que nunca mereciste».
Ghania respira profundo, tratando de mantener la calma en medio de la emoción que la embarga. Al llegar al altar, Corban la recibe con una cálida sonrisa, y una expresión radiante en el rostro. La felicidad del novio es evidente, irradia desde él con intensidad.
—Sabía que lo lograrías —dice con voz suave, tomando las manos de su futura esposa con ternura.
Las palabras de Corban disipan cualquier duda en el corazón de Ghania. Ella sonríe emocionada, sus ojos brillan por las lágrimas que amenazan con salir. Sus manos tiemblan ligeramente mientras sostiene el ramo, y Corban la mira con una ternura infinita.
Leónidas Makris observa la escena con evidente satisfacción. Comparte la felicidad de su hijo, convencido de que esta vez no se ha equivocado. La muchachita le parece dulce y encantadora, y aunque han compartido poco tiempo, es indudable que ama a su hijo menor. Eso es suficiente para que Leónidas la reciba con cariño y afecto en su seno familiar. Al percatarse de la presencia de su hijo mayor, una amplia sonrisa ilumina su rostro, y sin pensarlo dos veces, camina hacia él.
—¡Serkan! —exclama Leónidas, extendiendo los brazos para un abrazo efusivo—. ¡Qué alegría verte aquí! Sabía que no faltarías a la ceremonia de tu hermano. Este es un día especial para todos nosotros. Debemos compartirlo en familia.
Serkan sonríe en forma automática y responde al abrazo de su padre sin poder apartar sus ojos de la hermosa rubia que hasta ahora no le ha dirigido la primera mirada. Aún no se repone de la sorpresa que lo ha dejado atónito, incapaz de procesar lo que tiene frente a él. Sus ojos van de una hermana a la otra, y apenas puede comprender lo que ve.
«No era Kaia», se repite una y otra vez. «No era Kaia».
Su rostro es una piedra, su actitud mesurada, pero por dentro, es un hervidero de emociones. La confusión, la culpa y el desconcierto se mezclan en su interior, formando un torbellino que amenaza con arrasarlo.
«¿Cómo pude equivocarme tanto?», se pregunta, sin terminar de entenderlo. «Pero, ¿cómo es posible?» «Todo indicaba que Kaia era la novia de mi hermano». Las respuestas parecen escaparse de su alcance, dejándolo sumido en un confuso mar de remordimientos.
—Serkan, acércate —pide Corban—. Quiero que conozcas a la mujer que amo —dice con entusiasmo, radiante de alegría; ajeno a la tormenta interna de su hermano—. Te presento a Ghania Zikros.
Ghania sonríe amablemente y asiente con la cabeza.
—Es un gusto, Ghania —dice Serkan, dándole la mano con cortesía.
—Igualmente, Serkan —responde Ghania con gentileza.
—Y tienes que conocer a Kaia —añade, volviéndose hacia la mujer que permanece al lado de Ghania. Corban le ofrece la mano, y ella se la entrega con una dulce sonrisa que oprime el pecho de Serkan—. Es la hermana menor de Ghania.
Kaia asiente con un ligero y amable movimiento de cabeza, borrando de su rostro la sonrisa que, segundos antes, le había otorgado a Corban. No le ofrece la mano a Serkan, él tampoco lo hace. Su expresión es tranquila, indiferente, como si fuese la primera vez que lo viera, y que, para ella, él fuese un extraño que apenas merece su atención.
Serkan, aún sumido en el impacto de la revelación, corresponde con un gesto similar, asintiendo de manera automática, incapaz de articular palabra. Cada fibra de su ser está tensa, como una cuerda a punto de romperse. Mientras que por fuera se muestra estoico, su interior es un caos.
La realidad de lo que ha pensado, las decisiones que ha tomado basándose en una suposición errónea, lo tortura sin clemencia. Su mirada permanece fija en Kaia, intentando encontrar algún rastro de reconocimiento, de emoción, pero no hay nada. Esa hermosa mujer frente a él es una fortaleza impenetrable.
—Bueno, después continuaremos con las presentaciones —dispone Leónidas—. Tenemos una boda que celebrar.
Con el cuerpo rígido por la tensión, Serkan se sienta al lado de Eleni. Nota entonces, que Kaia se sienta al lado de Leónidas. En esa posición, no puede mirarla bien. De todas maneras, es mejor así, todavía no puede pensar con claridad.
Una campanilla repica, Corban y Ghania se acomodan frente al altar y se da inicio a la ceremonia. Hace casi dos años, sus caminos se cruzaron durante una videoconferencia del programa de apoyo al que ambos asistían. Al principio, no sintieron ninguna atracción especial entre ellos; sus primeros intercambios fueron breves, formales, casi mecánicos. Eran simplemente compañeros de grupo, cada uno guardando sus heridas tras un escudo de cautela.
La vida les había enseñado a protegerse, a no abrirse fácilmente. Ghania, atrapada por la agorafobia y los fantasmas de su pasado, mantenía una coraza protectora. Corban, por su parte, llevaba sobre sus hombros el lastre de una historia de pérdidas que lo había sumido en una profunda depresión.
Sin embargo, con el paso de los días, algo empezó a cambiar. La desconfianza y el recelo inicial entre ellos se desvaneció a medida que compartían fragmentos de sus vidas. Empezaron a empatizar con el dolor del otro, y encontraron consuelo en esa conexión. Fue así como, las charlas casuales dentro del grupo se transformaron en conversaciones privadas, más personales y sinceras.
Editado: 20.02.2025