"Los celos son un monstruo voraz que devora la razón".
La recepción de la boda se celebra en la terraza de un hotel de lujo, con una vista impresionante de la playa privada de Mykonos, que se extiende más allá del recinto. La brisa del mar acaricia suavemente a los invitados, mientras las luces cálidas del atardecer crean una atmósfera encantadora. Risas y conversaciones llenan el aire, en un entorno donde la seguridad y privacidad están estrictamente controladas para garantizar la tranquilidad del evento.
En la mesa central, los miembros de la familia ocupan sus lugares. En un extremo, Serkan permanece sumido en sus pensamientos, con su rostro inexpresivo como una máscara de piedra. Todo lo hace de manera mecánica, sin prestar verdadera atención. La velada la está sintiendo como si de verdad estuviera en ese infierno al que Kaia lo mandó. La evidencia de su absurda equivocación le está corroyendo las entrañas, como un veneno que corre por sus venas.
Él, un hombre con el don de la palabra, acostumbrado a convencer, a persuadir, a doblegar voluntades; que ha conseguido contratos que parecían imposibles… en ese momento, no sabe qué decir. No tiene idea de cómo empezar a enmendar lo que él mismo destruyó. Lo cierto es que, necesita hablar con ella. Decirle algo, cualquier cosa que alivie ese dolor insoportable que oprime su pecho. Tiene que conectar con ella una vez más, antes de que el abismo entre ellos se vuelva insalvable.
A su lado, Corban y Xandro charlan animadamente.
—¿Cómo te sientes ahora que estás condenado… quiero decir, casado? —pregunta Xandro con una sonrisa, dándole una palmada en la espalda.
Corban ríe, con una expresión satisfecha.
—Me siento genial, Xandro. Muy bien, en realidad.
—No es para menos —admite Xandro con sinceridad—. Tu esposa es hermosa, aunque parece un poco reservada.
—Es por su condición —explica Corban con respeto—. Cuando se siente en confianza, es mucho más abierta, pero ciertas situaciones sociales le provocan ansiedad. Afortunadamente, está aprendiendo a controlarlo.
—¿Por eso no la trajiste a casa para que la conociéramos? —La voz de Serkan suena más dura de lo que pretendía.
—Ella no salía de su apartamento —aclara Corban—. Le resultaba muy difícil incluso pensar en ir al supermercado cerca de donde vive, así que te podrás imaginar lo que significaba presentarse ante ustedes.
«Por eso ninguno de mis investigadores la vio», Serkan se da cuenta desde dónde empezó la confusión. «Por eso siempre veían solo a Kaia».
—Lo importante es que lo han logrado —alienta Xandro bastante entusiasta—. Hacen una hermosa pareja.
—Sí —confirma Corban, con expresión enamorada—. Y la amo con toda mi alma.
Corban y Xandro siguen hablando animados, pero Serkan apenas presta atención a lo que sucede a su alrededor. Perdido en sus pensamientos, no sigue el hilo de la conversación hasta que una frase pronunciada por Xandro lo trae de vuelta.
—La hermana es muy hermosa —dice Xandro, cautivado, admirando el rostro de Kaia, que sonríe mientras conversa animada con su hermana.
Esas palabras sacan a Serkan de su ensimismamiento. Levanta la vista, intrigado por el nuevo tema de la conversación, que ahora gira en torno a Kaia.
—No solo es una belleza por fuera —manifiesta Corban, con admiración y cariño—. Es una mujer extraordinaria. Es muy dulce y agradable. Nos llevamos muy bien. —Hace una pausa, su mirada orgullosa se dirige a Xandro y luego a Serkan, quien lo observa con recelo, pero también con expectación—. La conocí mucho después de conocer a Ghania —continúa—. No voy a entrar en detalles, pero su historia personal, en verdad, me impresionó.
Aunque el rostro de Serkan permanece inmutable, sus ojos revelan la creciente tensión que siente.
—Kaia tiene una fuerza, un coraje y una disciplina admirables —añade Corban, sonriendo con afecto, ajeno al efecto que sus palabras producen en su hermano—. Ella fue crucial en la recuperación de Ghania. Trabajó día y noche, sin descanso, para asegurar que su hermana tuviera todo lo necesario, sus alimentos, medicinas, controles médicos. Incluso sacrificó muchos de sus propios sueños solo para que Ghania hoy estuviera aquí, conmigo.
—¿A qué te refieres? —pregunta Serkan, con voz grave y su mirada fija en Corban; intenta unir las piezas del rompecabezas que está esparcido en desorden en su cabeza.
Corban lanza un largo suspiro.
—Kaia fue una reconocida gimnasta hace algunos años. Ganó tres medallas de oro olímpicas, entre otras de ligas menores —muestra el número con sus dedos—. Practicaba todos los días, y al mismo tiempo, estudiaba Ciencias Políticas. Es muy disciplinada, inteligente y, por si fuera poco, domina varios idiomas.
Un escalofrío recorre el cuerpo de Serkan al escuchar esas palabras. Medallista olímpica. Estudiante brillante. Políglota. Cada detalle añade peso a la imagen de Kaia que ahora se forma en su mente y, desmorona estruendosamente, las ideas preconcebidas que tenía sobre ella.
Editado: 20.02.2025