La prometida de mi hermano

CAPÍTULO 54. LA BESTIA HA DESPERTADO

«Eres la espina que sangra mi alma, la herida abierta que nunca cerró.

Te busco en la sombra, te llamo en la calma.

Soy un náufrago ardiendo en mi deseo, sin puerto, sin faro, sin rumbo, sin sol.

Solo con tu aliento respiro profundo, solo en tu piel vivo y soy yo».

Serkan estaciona el auto frente al gimnasio y echa un vistazo rápido al reloj. Sabe que el día será agotador; la última semana ha sido una pesadilla de problemas legales, demandas y misteriosos ataques cibernéticos que han dejado sus operaciones en una situación de extrema vulnerabilidad. Pero, aun así, respira profundo y se gira hacia Kaia con una expresión serena, intentando no reflejar su inquietud.

—Vendré a recogerte en la tarde —avisa, observándola mientras ella ajusta su mochila.

Kaia le sostiene la mirada y ladea un poco la cabeza, como evaluándolo.

—¿Almorzaremos juntos? —pregunta con esa familiaridad que él tanto disfruta.

Él suspira, sintiendo una punzada de pesar por tener que decir que no.

—No puedo. Tengo una junta importante… más bien, una crisis importante —admite, y en su tono se filtra un leve fastidio.

Ella lo observa con curiosidad y un dejo de preocupación. Puede darse cuenta de que la situación es peor de lo que él quiere admitir.

—Tengo algunos problemas legales que atender —cuenta con calma para no transmitirle la magnitud real de sus preocupaciones—. Nos han levantado varias denuncias que ponen en riesgo las licencias de los casinos, los permisos de operación también están siendo cuestionados y, como si eso fuera poco, varios ataques cibernéticos han comprometido el sistema de transacciones, provocando recelo y desconfianza entre los clientes de alto perfil. Súmale, que los gastos en seguridad se han disparado y, con ellos, la tensión en la junta directiva.

Kaia frunce el ceño, la preocupación se dibuja en su rostro y se queda en silencio un instante. Él ya le había comentado algo de esa la situación, pero no sabía que era tan delicada.

—Serkan, ambos sabemos que esa crisis es intencional y tiene nombre y apellido.

La mirada de él se ensombrece un instante, pero enseguida vuelve a su expresión calmada.

—No tienes de qué preocuparte. Estoy encargándome de todo; ese cretino no logrará nada —dice con firmeza y en sus ojos se fortalece una promesa de protección.

Se inclina hacia ella y acaricia un poco su mejilla, intentando infundirle calma y le da un pequeño beso; es solo un gesto breve y dulce, que le dibuja a ella una sonrisa en los labios. Kaia le atrapa la mano antes de que la retire y, sus ojos, buscan los de él.

—Ten cuidado, por favor —pide sintiéndose responsable de todo lo que está pasando.

Serkan asiente con una sonrisa serena, convencido de que, por ella, bien vale la pena enfrentar lo que sea.

—No olvides que ese malnacido todo el tiempo te está vigilando —le recuerda él—. Tenemos que atraparlo y que esta vez no se pueda salir con la suya, así que tú solo céntrate en la parte que te corresponde y te juro que pronto nos desharemos de él.

Kaia asiente de acuerdo y respira hondo, intentando reprimir la inquietud que crece en su pecho.

—Entonces, ¿te espero y cenamos juntos? —pregunta más tranquila.

—Por supuesto —contesta con cariño.

Kaia baja del auto. Él espera hasta que entre al gimnasio y sale de su vista. Mira por el espejo retrovisor y confirma que ese maldito malnacido sigue estacionado en un punto discreto, a varios metros de la entrada, observándolos.

Marca el número de su jefe de seguridad.

—El sujeto está estacionado cerca del gimnasio —informa con voz tensa.

—Tranquilo, señor Makris —le contesta el oficial del otro lado de la línea—. Todo está controlado. Tenemos al objetivo en la mira.

Solo entonces, Serkan arranca el motor y se dirige a su empresa.

En su auto, Volkan toma una bocanada de su cigarro y la expulsa con violencia, su pecho bulle como un volcán a punto de estallar. Su mandíbula está apretada y sus manos, rígidas y tensas, aprietan el volante con tanta fuerza que parece que, en cualquier momento, lo puede arrancar. Respira con dificultad, intentando calmar la furia que le recorre cada fibra del cuerpo, pero no lo consigue.

«¡Ρε πούστη Makris! (Puto Makris), ¡Καταραμένε αλήτη! (¡Maldito, hijo de puta)!», gruñe entre dientes.

Ese infeliz ha alterado todos sus planes, ha alterado la paciencia que durante años Volkan ha cultivado como su mejor arma, como una herramienta de precisión. Siempre había tenido todo bajo control, cada movimiento, cada detalle, hasta que ese hombre se cruzó en su camino.

La rabia crece en su interior, inclemente, mucho más, al imaginar a Serkan tocando a Kaia, abrazándola, presionándola contra su pecho, haciéndola suya. Siente como si un hierro al rojo vivo le atravesara el pecho.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 02.04.2025

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