Narración de Samantha Cedeño
—Samantha, ¡Mi prometida! Al fin te encuentro. Todo este tiempo te he buscado hasta que nuevamente estamos juntos. —Richard se acerca dándome un apasionante beso en los labios.
— ¡Richard! ¡Richard! Estoy viva, te quiero decir que espero una hija tuya. —Siento palpitar mi corazón de alegría al contarle la verdad.
De pronto escucho una voz macabra y siniestra que dice:
“Richard nunca será tuyo, me pertenece solo a mí, ¡Embustera!”
— ¡No! ¡No! Vete de aquí malvada mujer. —Le grito eufóricamente.
Jaja, jaja, jaja, jaja. Aquella risa cruel se aleja lentamente hasta que desaparece.
¡Oh Dios! ¿Qué es esto? Me despierto asustada al acabar de tener una horrible pesadilla. Es tan real este sueño que estoy con la espalda mojada de tanto sudar.
No dejo de pensarte Richard, no sé cuándo se acabe este infierno. Sin ti la vida no es la misma.
Desde hace algunos días atrás este parque habitado por mendigos es mi nuevo hogar. Tengo un pequeño colchón donde reposar, la comida nos servimos una vez al día, parcialmente me baño en una pileta en medio del parque, la fogata la prenden en la noche para calentarnos y unos pocos ancianos beben licor hasta quedarse dormidos.
Recuerdo aquella vez donde salí humillada por aquel apático doctor y el cierre sorpresivo del albergue. Todo me cayó de sorpresa, a la verdad soy una mujer valiente que soporto muchas calamidades.
Frío, mucho frío, fuertes vientos y torrentes de lluvia sin dejar de parar hizo aquella noche mientras caminaba sin fuerzas hasta este lugar. La mayoría de estos mendigos son ancianos, no puedo negar que pese a ser gente de la calle se han portado bien conmigo. Me cuidan de pandilleros, drogadictos y borrachos..
Antes de ayer dos hombres mal intencionados quisieron abusar de mí, pero gracias a su ayuda no pudieron hacerme daño. El peligro de estar por los suburbios de Chicago es inminente.
Lo único que actualmente me preocupa es el estado de salud de mi hija, estoy aproximadamente de 8 meses de embarazo, he rezado a Dios con todo el corazón para que no tenga ningún tipo de contracción o dolor en el vientre, sin embargo, no debo pasar más tiempo en esta misma situación.
Debo volver a humillarme ante ese doctor, no me importa si nuevamente me saca del hospital con los guardias de seguridad. Si no intento una vez más, seguramente mi bebé puede morir dentro de la barriga.
“Mi niña no te preocupes por nada que tu hermosa madre te va a salvar”. Acaricio mi vientre con ternura haciéndola sentir cuanto la amo.
Voy caminando lentamente al hospital acompañado de dos ancianos, ellos me llevan de los brazos, les agradezco por su gentil ayuda.
Tengo muchos nervios pero no debo echarme para atrás, ¡es ahora o nunca! No debo temer a ese doctor o a cualquier otro médico por el cual tenga que pedir ayuda.
Holy Cross Hospital (Chicago)
Al llegar al hospital tengo ganas de retroceder por el miedo a que ese doctor me rechace nuevamente, pero uno de los ancianos me dice palabras de valor para continuar.
Escucho sus sabios consejos y prosigo sin detenme, no vuelvo a dudar más de mis decisiones.
—Señorita enfermera, soy yo una vez más, la mujer que aquel apático doctor la humilló. —Le digo expresando firmeza en la mirada.
—No sé qué decirle, el doctor Hetfield desde aquel día que se enteró que su esposa le fue infiel, ha cambiado completamente de carácter, no es el mismo. —Su cara muestra tristeza y desazón al responderme.
—En verdad, antes de ser sacada por la fuerza por los guardias de seguridad, alcancé a escuchar la discusión entre usted y el doctor Hetfield. —Le digo.
—Si viene otra vez por su ayuda, definitivamente se la va a negar. Es mejor que busque otro hospital. —Me contesta mientras atiende una llamada telefónica.
Sin importarme la respuesta de la enfermera, aprovecho mientras sigue atendiendo la llamada para ir al consultorio del doctor Hetfield. Ahora comprendo el por qué su cambio de actitud, su esposa la ha traicionado, debe ser un golpe profundo en el corazón.
— ¡Señorita! ¡Señorita! Le suplico que no vaya sin el permiso debido. —Me grita la enfermera al dirigirme al consultorio médico.
No le tomo en cuenta y continúo dirigiéndome al consultorio del doctor. Nuevamente me entran las dudas y el miedo, pero recuerdo las palabras del anciano: “¡Valor! ¡Valor! Que lleva una preciosa vida en su vientre”.
Toc, toc, toc.
Toc, toc, toc.
Toc, toc, toc. (Golpeo la puerta por tercera vez)
— ¿Quién es usted? ¿Ha cogido turno para la cita médica? —Me pregunta el doctor Hetfield con la voz imponente y seria.
—Doctor soy yo, la mujer que aquel día le pidió ayuda pero usted se la negó. —Le respondo mirándole fijamente a los ojos.
—Su cara me es conocida, déjeme recordar ¡Unn! ¡A ya! Es aquella mendiga que vino a pedir socorro. —Su semblante cambia radicalmente mostrando molestia.