La Propuesta

Una Carta

CASSIDY D'ALESSANDRO AVALLONE

Los niños después de haberse levanto tenían una sonrisa que parecía nunca abandonar su rostro, Hades no había amanecido aquel día junto a ellos pero eso no pareció molestarlos es más ellos me contaban las cosas que habían hablado con su papá hasta quedar dormidos.

Atesh y Alev era todo un caso, habían prometido no hacer más travesuras así su papá volvería, no obstante con Egan a su lado era difícil no cometer algún crimen, uno como el de hoy en la mañana en mi habitación.

Horas antes...

Dormía plácidamente sobre mi cama recordando las caricias de Hades sobre mi cuerpo y sus labios en los míos reclamando con deseo que sea suya.

Hasta que escuche el cantar de la rana a unos centímetros de mi rostro que era sostenida por las manos de Egan.

Buenos días primita, el príncipe sapo quiere su beso.

Grite de horror mirando a aquel anfibio de ojos saltones, pegajoso y feo, salí corriendo de la habitación mientras escuchaba la carcajadas llenas de diversión de mis hijos y primo.

—Los voy a castigar ya verán, pedazos de gente. —grite desde el pasillo aún nerviosa y con asco de aquel pequeño anfibio.

Ahora estaba sentada en el sofá del balcón mirando la hermosa ciudad de Estambul, hoy era nuestro último día en Turquía y volveríamos a Italia.

Hades no se había pronunciado después de haber visto a los trillizos, que no dejaban de preguntar por él ya no veía necesidad de quedarme aquí, sólo volvería en un par de meses para comenzar con el proyecto estudiantil que Caos le presento el día de ayer.

—Todavía estas molesta por lo de esta hermosa mañana —dijo Egan divertido mientras se sentaba a mi lado— Sólo fue una broma, ese anfibio no te iba a comer, sólo quería ser un bello príncipe.

—¿Por qué apoyas las locas ideas de mis hijos?

—Debo hacerlo, si no, no fuese Egan Black —dijo comenzando a trenzar mi cabello que estaba suelto— Además los pequeños tiene la locura de su padre, no te quejes que sólo yo soy el culpable.

—Tienes treinta años, madura.

—No soy fruta, soy un vino, mientras más viejo mejor me pongo.

No podía ver su rostro pero sabía que estaba giñando su ojo y sonriendo con arrogancia única de él.

—Oye... Tú has...

—¿Yo qué? ¿Si hable con Hades? —preguntó terminando de hacer mi trenza— Bueno si eso quieres saber, la respuesta es, no.

—¿No se supone que los hombres arreglan más rápido sus problemas de amistad?

—Así es, pero le he mentido acerca de la mujer que ama, le he dado a creer cosas donde no las hay —suspiro derrotado— Lo conozco, sólo necesita tiempo y...

El teléfono de Egan interrumpe la charla, el nombre de Hades se puede ver en la pantalla del celular que está sobre la mesita del centro, lo alza y contesta.

—Señor Özdemir —comenta Egan serio y en un parpadeo la llamada termina.

Estos hombres son raros.

—¿Qué fue eso? ¿Señor Özdemir? ¿Era su abuelo? —pregunte confundida por su reacción.

—Sólo respeto, era Hades y cuando está molesto prefiero llamarlo por su apellido así el sabe lo molesto que también estoy.

Se encoge de hombros se levanta del sofá, besa mi frente y me deja allí más confusa que antes.

Luego dicen ellos que no nos entienden.

Para tener veinticuatro años y tres hijos me sigo sintiendo como una niña, así como ahora fingo que no escucho a la risa de los trillizos que vienen a asustarme o pedir algo. Y como mamá buena onda se los voy a dar si está en mis posibilidades.

—¡Buuu! —grita los tres y suelto un pequeño grito de fingido susto llevando mis manos hasta mi pecho.

—Me han asustado pequeños renacuajos.

Los tres se ríen cubriendo sus boquitas mientras se miran cómplices.

—Mami, ¿tuano venda papá?
—pregunta Athena mientras se acerca a mi cuerpo en busca de un abrazo.

—Shi ¿dóde está? —esta vez es Atesh.

—¿Podemo llamalo? —pregunta Alev esperanzado.

—Yo...  podemos decirle a tío Egan que nos ayude luego con eso ¿si? —acaricio la mejilla de Alev— Que dicen si mejor vamos al parque.

—¡Si! —sonríen los tres y me abrazan.




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