La Propuesta

Ley del hielo


CASSIDY D'ALESSANDRO AVALLONE

Dos semanas lejos de todo lo que Hades representa.

Dos semanas que no deja de repetirse en mi cabeza la promesa que me hizo a todo pulmón en el aeropuerto.

Dos semanas recibiendo cartas de Hades junto a una rosa negra negra.

No voy a negar que en varias ocasiones he pensado en tomar un vuelo hasta Turquía ir a su oficina, besarnos hasta que nuestros labios queden hinchados y estemos saciados uno del otro. Lastimosamente no he podido hacer mi gran escape maestro por razones que según Egan y mis hermanos dicen que son pura escusa.

Número uno: La verdad no existe, bueno si, la mujer que me crío ha estado enferma estos días y he querido cuidarla.

¿Lo que recibo a cambio?

Es que me riña, por no ir tras del pelao de mis sueños, palabras de ella a lo bien camba.

Número dos: Jason anda muy misterioso y quiero saber por qué. 

Número tres: no hay, no existe.

Camino hacia el jardín de la casa, los trillizos han estado muy silenciosos desde el día ayer por la tarde que hablaron con Egan muy a escondida mía.

No se lo que que traman y pienso averiguarlo.

Escucho sus risillas ya estando en el jardín, juegan en los columpios siendo ayudados por Caos, el cual sólo ríe al escucharlos hablar de algo que los mantiene muy entretenidos y soy excluida. 

Me duelen, a veces creo que mis hijos fueron dados a luz por mis hermanos.

Si seguís pensando alguien más irá tras el palao ese —comenta Martha en español, cuando se cansa del italiano me habla así.

—Tengo miedo —admito— Las cartas que recibo de Hades están llenas de amor y dulzura pero que me confirma que él no escribió aquella carta donde me decía que no me quería.

Suspira negando con una sonrisa.

—Si no te arriesgas perderás la oportunidad de tener una familia llena de amor y luego lamentaras no haber intentado hacerle un amarre con las siete fumadas poderosas —bromea con una sonrisa acariciando mi mejilla.

Río ante su locura, cuatro años casi en Italia y no olvida sus chistes de allá,  extrañaba Bolivia.

En especial su comida, ya me dio hambre.

—Abuelita —se acerco Athena a nosotras pero ignorandome olímpicamente, hizo como si sólo existiría mi madre— Ven, juguemo en el columpio, ¿si?

La vi hacer un puchero que convenció a mi Martha.

—Pequeña manipuladora, Egan les enseña malas mañas.

—¿Te fue eso? ¿un mostito? —preguntó Athena con indiferencia mirando al lado contrario donde me encontraba.

Egan, te voy a matar rubiecillo.

¡Oh! Así que tiene que ver con esto, la famosa ley del hielo.

Me acerco a los columpios donde juegan Atesh y Alev que no se dan cuenta que estoy cerca de ellos o es que sólo deciden ignorarme.

—¿Puedo jugar ustedes mi pequeños?

—Debediamos pedi fumigación para los mostitos. —comento Alev a su hermano sin dejar de jugar sobre la arena.

—Si, le dile al abuelo. —confirma Atesh.

Con hijos así uno no necesita tener a enemigos.

—Bien siendo así me voy por un delicioso helado de chocolate.

Me alejo lentamente de ellos mirando de reojo sus acciones y los veo discutir muy secretamente, hasta que al final quedan en algo y no se mueven de su lugar.

Soy su madre, pequeños traidores ¿qué buscan?

Suspiro resignada al intentar que me hablen por ahora, ya verán más tarde trillizos hijos de Hades, es sábado y la mansión D'Alessandro lo sabe, la casa está llena con toda la familia.

—¿Y Egan? —es lo primero que pregunto al ver llegar a mi tía con su esposo, el señor Black.

—Hola pequeña castaña también te extrañe —pellizca mis mejillas y hago una mueca.

—No soy pequeña y hola tía querida, hermosa, preciosa, bonita —la abrazo besando su mejilla— ¿dónde está el guapo de mi primo?

—Esta recién llegando al aeropuerto.

—Gracias —sonrio besando una vez más su mejilla, saludo a mi tío y a Nate hermano menor de Egan.

—Prepárate primita, yo que tu agarro un bate para dejar a mi hermano sin descendencia —me lo dice tan serio y con el porte de un chico de negocios que me da miedo— Es broma, sólo relajate y prepárate.

Otra vez esa palabra.

Pasa su brazo por mi hombro sin dejar de reír, lo miro mal pero el pellizca mi cachete adolorido como si estuviese tratando con Athena, alejo su mano de mi mejilla de un manotazo.

—¿Qué sabes? —digo enarcando una ceja.

—Muchas cosas, cosas que no te incumben —revuelve mi cabello y sale corriendo en dirección a la cocina, donde ni lo podré tocar ya que estará mi mamá, mi Martha y mi tía.

Decido también ir a la cocina para ayudar a preparar el almuerzo y olvidar las tontas cosas que me dice un chico de veintiún años con complejo de niño.

Desde hace media hora estoy en la cocina y los chismes no han dejado este lugar la verdad es muy divertido, escucho cada una de las anécdotas de Jason, Caos, Nate, Egan y Hades.
Cuento con un arma muy importante para tener a esos hombres en mis manos.




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