La propuesta

Capítulo 3

Colette miraba fijamente al techo tumbada sobre la cama. Su cuerpo formaba una estrella con brazos y piernas extendidas mientras su mente revivía los eventos de la noche anterior. Un intachable Schubert había doblado las reglas para ayudarla y, la cereza del pastel, había accedido a asistir a su fiesta de cumpleaños. Extasiada no alcanzaba a describir su estado de ánimo.

En un humor marcadamente distinto, Sabrina caminaba de un lado al otro de la habitación. Sus níveas manos estrujaban el cordón de su bata de dormir. Su cabello negro caía lacio sobre su espalda, ni siquiera se había dado a la tarea de cepillarlo, estaba consumida por su dilema, no tenía cabeza para pensar en su apariencia física.

—Basta, Sabrina, acabarás mareándote —dijo Colette sin despegar la vista del techo.

—Es que no me puedo estar quieta. No entiendo cómo puedes tú. Mis padres se van a decepcionar mucho si les digo, pero, ¿cómo guardar un secreto así? Era claro que el señorito Schubert sabía que nos remordería la consciencia y acabaríamos confesando. Fue muy astuto.

—Habla por ti, yo no pienso abrir la boca y, por favor, ya para de llamarlo así, ¡es Quentin! ¡Quentin! Tú misma lo escuchaste, solíamos hacer pasteles de lodo en el jardín de su madre, la formalidad sale sobrando.

—No es así. En ese entonces éramos unas niñas y él un adolescente, pero ahora ya todos somos adultos y es necesario que nos tratemos como tales. Él es el señorito Schubert, tú la señorita Gil y yo la señorita Columbo. Ha sido así cada vez que nos vemos en eventos oficiales y es como debe seguir. Ni creas que me hizo gracia que él usara nuestros nombres de pila. Me sorprendió que se tomara esas confianzas.

Colette se sentó sobre la cama y recargo los antebrazos en sus piernas.

—Porque él, a diferencia tuya, reconoce lo estrecho de nuestra relación. Delante de nuestros padres tal vez sea distinto, pero no tenemos que tratarnos con tanta distancia en privado. No sé qué te escandaliza, así es como nos tratamos con Devon y André.

—El caso de ellos es distinto. André y Devon son de nuestra edad, fuimos niños juntos. Los hermanos Schubert eran mayores, nunca se unían a nuestros juegos. Además, los Schubert siempre han sido más… más… bueno, tú ya sabes la fama que tienen.

—¿De apretados? —dijo Colette, haciendo sonrojar a su amiga—. Reputación merecida, pero también son excelentes personas.

—Jamás he dicho lo contrario. Los Schubert me agradan, pero también es cierto que infunden más respeto que cualquier otra familia del reino. Se manejan con una dignidad encomiable.

—Lo sé, de niña, le tenía pavor al señor Schubert, me daban ganas de llorar cada que tenía que saludarlo. Aún ahora, su presencia me causa cierta ansiedad, como si de forma inconsciente temiera ponerme en ridículo delante de él.

—Creo a muchos nos ocurre igual, es el hombre más adusto que existe.

—Espero que el tiempo me ayude a tomarle confianza —dijo Colette más para sí misma que para su amiga.

Sabrina hizo un alto en seco y se giró hacia la cama.

—¿Por qué querrías tomarle confianza a ese señor? —inquirió con las cejas juntas.

Colette se mordió la lengua, sin animarse a confesar que deseaba convertirlo en su suegro.

¿Sería indecoroso hablar de sus sentimientos con tanta apertura? Si la relación no fructificaba según sus deseos, iba a quedar como una tonta delante de su amiga, pero, tras lo ocurrido anoche, ¿cómo dudar que iba a florecer un romance entre ellos que duraría toda la vida?

Colette suspiró, Sabrina bien había dicho que ya eran adultas y hablar de matrimonio no debía ser censurable.

—La realidad es que Quentin me agrada —confesó con la espalda erguida y la barbilla en alto—. Me agrada desde que éramos niñas. Recuerdo que mientras hacíamos pasteles de lodo en su casa, yo imaginaba que los hacía para él porque era mi esposo.

—Colette, pero él tendría unos 12 o 13 años en ese momento. ¿Cómo iba a ser tu esposo? —preguntó Sabrina con expresión de espanto.

—Era solo un sueño infantil, pero mis sentimientos por él nunca se fueron. Al contrario, crecieron a la par que yo lo hice y ahora de adulta estoy determinada a cumplir ese sueño.

—¿Deseas hacerle pasteles de verdad, siendo él tu esposo de verdad? Colette, la cocina se te da fatal. Tú madre ha querido enseñarte y no das una.

Colette chasqueó la lengua ante el recordatorio.

—Olvida los pasteles, lo que deseo es pasar mi vida a su lado. Considero que haríamos una magnífica pareja.

Sabrina pestañeó despacio, sin atreverse a confirmar o negar lo afirmado por Colette.

—¿Tienes algún motivo para suponer que él te corresponde? —preguntó con cautela tras una pausa significativa.

—¡Dímelo tú! Estabas ahí anoche, viste lo bueno que fue con nosotras. Es claro que fue un modo de dejarme saber que no le soy indiferente —exclamó Colette en tono de obviedad.

Sabrina no fue capaz de contenerse. Abrió los ojos de par en par horrorizada.

—Colette, por la magia del rey Esteldor, ¿de qué narices hablas? No puedes creer que aquello fue una señal de algo. Él tuvo una gentileza con nosotras, pero no creo prudente que le atribuyas un trasfondo romántico a sus acciones. A fin de cuentas, accedió a perdonarnos a las dos, no hizo distinción alguna. A mi parecer, lo de ayer no fue más que un acto de amabilidad con dos conocidas que sabe son señoritas respetables.




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.