La propuesta

Capítulo 5

La fila de carruajes llegaba más allá de donde terminaba la propiedad de los Gil. Colette miraba fascinada desde la ventana de su recámara cómo los invitados se precipitaban al interior de su hogar para dar inicio a la celebración. El señor Botas ronroneaba alegremente en sus brazos, restregando su carita bigotuda contra el pecho de Colette.

—Aléjate de la ventana o alguien te verá —le aconsejó Sabrina mientras contemplaba su pálido semblante en el espejo del tocador—. Y suelta a ese gato o te llenará de pelos el vestido.

—Solo quiero ver quién llegó puntual —se justificó ella antes de depositar al señor Botas delicadamente sobre una silla—. Vas a ver que Ruth se demora, siempre lo hace.

—No creo que te importe Ruth; como a mí, ella no te simpatiza demasiado. Casi puedo asegurar que a quien buscas es a cierto caballero de cabello castaño y porte varonil, hijo de un prominente servidor del reino…

El inesperado cojín que golpeó a Sabrina a media cara le impidió continuar.

—¡Oh, calla, insensata! Mi madre puede andar por el pasillo y va a escucharte.

—¿Y qué con eso? ¿No llevas días presumiendo que ya sabes quien prometió pedirte tres bailes? Tus padres van a notarlo cuando des vueltas y vueltas en la pista de baile con él.

Colette sonrió nada más de imaginarlo.

—Lo sé, pero prefiero que ellos crean que fue algo que se dio en el momento —explicó en tanto que caminaba hacia Sabrina. El señor Botas la siguió tratando de enterrar sus garritas en los pliegues de su falda, pero se espantó cuando ella alzó el cojín que había lanzado a Sabrina del suelo—. Mis padres piensan que soy impulsiva, no quiero que crean que… —bajó la voz al mínimo humanamente posible—… Quentin… —y volvió a su volumen normal—… me sacó a bailar porque yo lo presioné para que lo hiciera.

—Pero eso fue exactamente lo que hiciste —señaló Sabrina—. Lo comprometiste a tres bailes y él, como el caballero que es, no tuvo más remedio que acceder.

La boca de Colette formó una O grande e indignada.

—¡Hablas sin saber! Él estuvo más que conforme con bailar conmigo, es más, me atrevo a decir que compartía mi entusiasmo e incluso lo superaba.

La mirada de incredulidad que Sabrina le dedicó duró menos que un pestañeo. ¿Qué caso tenía hacer sentir mal a su amiga el día de su cumpleaños? Si Colette deseaba construir castillos en el aire, ella no era quien para derribarlos.

Sabrina conocía a la perfección la tendencia de Colette para exagerar y ver las cosas a su modo, y también conocía lo suficiente a la familia Schubert para saber que no existía pareja más dispar que Quentin y Colette. Sin embargo, nada ganaba con señalarlo, el tiempo le enseñaría a Colette que ese hombre no era para ella y a Sabrina solo le correspondía ser un apoyo para cuando ese momento llegara.

—Espero que todo salga como lo deseas —dijo en lugar de lo que realmente deseaba decir.

La expresión de Colette cambió al instante. Su mueca fue sustituida por una sonrisa luminosa.

—Gracias, es muy amable de tu parte decirlo. Oh, Sabrina, tengo el presentimiento de que esta noche marcará el resto de mi vida —expresó desbordante de anhelo.

—¿A qué te refieres? —inquirió Sabrina dando un respingo.

Colette lanzó el cojín hacia la silla de donde lo había tomado y luego se acercó más a su amiga, encorvando los hombros con secretismo.

—Si todo sale como planeo, hoy Quentin me dará mi primer beso y de ahí será cuestión de días para que nos comprometamos —le confió con la mirada risueña y una voz que era apenas un susurro.

Las buenas intenciones de Sabrina salieron por la ventana. Su rostro la traicionó antes de que pronunciara ni media sílaba. Ojos como platos, mandíbula por el suelo. A Colette le recordó a esas ancianas puritanas que iban a la Fuente Carmina a juzgar a los jóvenes que paseaban tomados de la mano.

—Basta, Sabrina, ¿por qué me miras así?

—¿Y cómo quieres que te mire si decides decir tales disparates? —preguntó Sabrina de vuelta—. ¿Besar a Quentin? ¿Perdiste el juicio?

—¡Baja la voz! —la reprendió Colette antes de mirar sobre su hombro hacia la puerta entreabierta. Por suerte, ninguno de sus padres estaba por ahí—. ¿Cuál es el disparate? Me gusta y tengo todos los motivos para sospechar que yo le gusto a él.

—¿Todos los motivos? —soltó Sabrina en un aliento. Luego torció los labios—. Creo que te estás precipitando.

—¿Por qué…?

—¿Cuánto planeas hacer esperar a los invitados, cielo?

La voz del comandante Gil detrás de ellas fue más terrorífico que el rugido de un león. Ambas se giraron pálidas y a punto de desvanecerse. Por una fracción de segundo, todo quedó suspendido. Afortunadamente, el comandante no parecía haber escuchado ni una palabra de la conversación de las jóvenes.

—Oh, papá, llama a la puerta primero —suspiró Colette.

—Lo siento, la puerta no estaba del todo cerrada y asumí… tienes razón, seguido se me olvida que hace tiempo que dejaste de ser una niña y que necesitas privacidad —se disculpó el comandante con una de esas expresiones melancólicas que ponen los padres al notar el precipitado paso de los años.




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