Capítulo 35: Una declaración
NARRA STELLA
Así que era simplemente un contrato y un negocio en su vida.
Es un maldito.
Rangos diferentes.
Un completo ridículo.
Carlos y yo.
Imbécil.
Más ciego no puede ser, no se da cuenta que al único hombre que miro y le presto atención es a él.
Claro, pero como el señor anda atento a darle celos a una modelito que lo dejó por dinero y ambición.
Prefiero estar en un rango menor al de él, que ser una persona con dinero y sin nada en mi interior; más que ambición, orgullo y que quiere todo sin importarle los demás.
Seco mis lágrimas de manera brusca, no merecía el dolor y llanto que le estaba dando.
Es que, no sé que idea tan loca se me dio para devolverme y querer hablar con él, bendita sea la manía de estar en el momento incorrecto.
Escuché cada una de sus palabras, sin omitir ninguna de ellas.
Ese maldito sentimiento en donde el corazón se te hace trizas, el nudo de la garganta que no se pasa tan fácilmente.
Aún así, no podía dejar que quererlo; posiblemente amarlo.
Tomo mi teléfono y llamo a Carlos.
¿Quería razones para que pensara mal de mí y de la relación con Carlos? Pues se las iba a dar y con todas las ganas posibles.
–Princesa, ¿Qué hay? –Curiosea del otro lado de la línea.
–¿Sigue en pie la salida? Deseo hacerla antes de irme.
–Claro, disponible para ti en cualquier momento. –Responde.
–¿Entonces en donde nos vemos? –Pregunto.
–Paso por ti. –Propone.
–¡No! Digo que no es necesario, podemos encontrarnos en el muelle si deseas. –Pido.
Lo que menos deseaba era que Hilton me siguiera, iba a romper esa pequeña regla, una razón más para molestar un poquito a Miller.
–Claro, yo encantado. –Responde.
–Vi algunas atracciones turísticas en la playa, me gustaría probarla.
–Hasta el fin del mundo, princesa.
–¿Entonces… atracciones turísticas?
–Sin duda alguna.
–Hasta entonces. –Digo a la vez que cuelgo la llamada.
Le doy seguro a la puerta y busco entre la maleta un traje de baño, cuando veo las opciones de inmediato las ganas de querer matar a Carolina se hacen presente.
Hija de su madre.
Me decido por uno rojo que se suponía era el más prudente de todos los que había empacado Carolina, no había duda alguna que la iba a matar apenas nos fuéramos de estas islas.
Encima del traje de balo me coloco un vestido blanco algo transparente, pero que aun así se podía disimular lo que llevaba por dentro.
Solo deseaba algo y era darle a Harry una probadita de su propia medicina, nunca debió hablar o tan siquiera pensar de tal forma de mí.
Si esto era un juego, yo no pretendía perder… muchos menos dejarme humillarme de tal manera.
Unos minutos más tarde ya me encontraba cerca del muelle, para mi buena suerte me pude escabullir sin ser vista, ni por el guardaespaldas, ni por Heily o Miller.
–Hermosa como siempre. –Alaga Carlos saludándome de un beso en la mejilla.
–Gracias, tú tan caballeroso como siempre. –Contesto algo sonrojada.
–¿Por cuál atracción turística deseas comenzar? –Pregunta ofreciéndome su brazo.
–Cualquiera, menos de alturas; las detesto. –Contesto.
–Bien, entonces primero daremos un paseo por el alrededor en la lancha a motor. Luego, podemos comer algo y seguir. –Opina.
–Me parece perfecto. –Digo con una sonrisa.
Hablábamos de cosas triviales mientras esperábamos dicha lancha, yo sostenía mis sandalias en una mano para no mojarlas.
–Según he podido ver, tienes una relación bastante cercana a tú jefe ¿o me equivoco? –Comenta.
–Si, supongo que los años trabajando juntos. –Excuso.
Mi mirada va dirigida a la mano izquierda, más precisamente el dedo anular en donde ya no se encontraba la argolla del matrimonio, me la había quitado antes de salir con Carlos, al igual que el anillo de compromiso.
–¿Te encuentras bien? –Curiosea con un tono de voz preocupado sacándome de mis pensamientos.
–Si, lo siento… me distraje por unos segundos. –Vuelvo a excusar.
–Mira lo que viene allá. –Dice de manera entusiasmada señalando la lancha.
–Por fin. –Expreso algo desesperada debido a la espera.
[…]
–¿Qué tal? –Pregunta mi acompañante acomodando su cabeza en mi hombro.
–Cada vez me sorprende más este lugar. –Confieso sin dejar de mirar las hermosas playas, al igual que algunos animales que se hallaban por allí.
–Ya tomé varias fotos, será fantástico recrearlas en un cuadro para mi próxima exhibición. “La belleza de las aguas” ¿Qué te parece? –Pregunta haciendo que de mi boca salga una sonrisa.
–Se escucha hermoso. –Confieso.
–Aunque aún me falta la fotografía más importante. –Informa haciendo que lo mire de manera expectante.
–¿Y cuál es? –Curioseo.
–Esa me toca tomarla cuando acabe el paseo.
–¿Por qué?
–Ya entenderás, no te preocupes.
–Odio cuando me dejas con la duda. –Me quejo.
–Solo faltan unos minutos, no te preocupes. –Intenta calmarme.
El paseo de una hora por fin había culminado, en parte quería más de ello, pero no era posible; aun así, estaba conforme.
–Quédate quieta. –Pide mi acompañante.
–¿Por qué? –Pregunto terminando de bajarme de la lancha.
–Mira el cielo. –Vuelve a pedir.
Levanto mi cabeza levemente y miro el paisaje; no había nada.
–¿Qué pasa? –Curioseo sin entender. –No se ve absolutamente nada.
–Yo vi mucho.
–¿Pero que viste? –Insisto.
–Acabo de tomar la foto que culminará la exhibición. –Explica.