La propuesta del Sr. Miller.

Capitulo 59: Propuesta aceptada o Intención rechazada

Domingo, 5:48 am.

El zumbido constante del motor de la caminadora es lo único que rompe el silencio espeso de la madrugada.

Siento el aire frío colarse por la puerta entreabierta, pegándose a mi piel sudada como si intentara despertarme del todo. Pero ya estoy despierto. Llevo treinta minutos aquí y cada gota que resbala por mi frente es un recordatorio de por qué lo hago. No es solo por salud. Es por control.

Mis pasos golpean la banda con ritmo firme, regular. Izquierdo, derecho, izquierdo, derecho. Mi respiración pesada, medida. La pantalla frente a mí marca la velocidad, el tiempo y las calorías quemadas. Datos fríos, sí, pero satisfactorios. Me gusta verlos subir.

El ritmo de mis pasos empieza a ralentizarse. Bajo la velocidad de la máquina hasta que solo camino. Me seco el sudor con la toalla colgada en la agarradera y dejo que mis pulmones se acostumbren a un respiro más pausado. Justo en ese momento, escucho el chirrido suave de la puerta terminar de abrirse.

Levanto la vista y ahí está.

Heily. Cabello recogido en una coleta desordenada, sudadera tres tallas más grande y una expresión entre sueño y fastidio. Arrastra los pies como si el suelo le debiera algo. Sé que me quiere matar.

—¿Estás vivo o sólo estás fingiendo que esto es saludable? —me lanza sin saludar, con ese tono sarcástico que ha perfeccionado cada vez más.

—Estoy entrenando mi paciencia —le respondo, sonriendo mientras me bajo de la máquina—. ¿Tú qué haces aquí tan temprano?

—Tú me dijiste que viniera. ¿O ya se te olvidó tú gran idea para el día de hoy? —se cruza de brazos—. Esta cara no se levanta a las cinco por voluntad propia, ¿sabes? Además, prometiste un lindo vestido para tu hermana.

—Cierto. Lo olvidé —confieso, aunque no del todo—. Pero me alegra que vinieras. Aprovechas y le preparas algo a tu lindo hermano de desayunar.

Me mira con poca gracia. Suelto a reír.

Apago la máquina.

—Ni se te ocurra —me señala con el dedo cuando estoy a punto de abrazarla.

Salimos del gimnasio yo aún con el sudor pegado al cuerpo y la respiración algo agitada. El ascensor nos espera justo al fondo del pasillo.

—¿Stella se encuentra acá? —pregunta mi hermana mientras subimos— No la vi llegar a la casa.

—Sí. Sigue dormida. —respondo sin mirarla—. Tuvo un día pesado.

—Lidiándote a ti, quien no—bromea.

—¿Segura que quieres el vestido? —pregunto, dejando escapar una risa seca.

Ella me lanza una mirada de esas que ya conozco: mitad juicio, mitad asesinato.

Las puertas del ascensor se abren y salimos directamente al pasillo del apartamento. Abro la puerta con cuidado, sin hacer ruido, y le hago una seña para que entre en silencio. La luz cálida del amanecer se cuela por las ventanas de la sala. Todo está tranquilo.

—¿Seguro que no nos va a oír? —susurra mientras se sienta en uno de los muebles.

—Esperemos que si —respondo.

Camino hasta el estudio. Paso entre los estantes hasta llegar a mi escritorio, más preciso al cajón que requiero. Lo abro y saco la memoria USB. Blanca, sin marcas.

—Aquí está. —Regreso con ella y se la entrego en la palma de la mano, cerrándole los dedos suavemente alrededor—. Todo está aquí. Esta completamente adecuada y lista. Tienes que estar donde te dije a las 9:15 PM exacta. Nada antes. Nada después.

—¿Y tú? —pregunta.

—Yo voy a estar pendiente de Stella, no la puedo perder de vista con los periodistas que van a haber —respondo.

—¿Ya viste el vídeo?

Ladeo la cabeza de un lado a otro negando.

—Tengo la curiosidad a tope, pero prefiero esperar.

—¿Y si algo sale mal? ¿Seguro que todo ya está coordinado Harry?

—No puede salir mal. —respondo sin titubear—. Tiene que estar perfectamente ejecutado. No hay margen. Lo sabes, Ily.

—Lo sé. —responde con una pequeña sonrisa —Entonces a las 9:15. Sin fallos.

—Sin fallos. Por cierto, nadie puede saber de esto —le digo en voz baja, casi un susurro—. Ni una palabra fuera de aquí, ¿entendido?

Ella asiente levantándose lista para guardar la USB, pero no alcanzamos ni a respirar cuando escuchamos pasos bajando las escaleras.

—¿Qué no se puede saber? —pregunta la voz familiar, cálida, pero con ese filo suave de curiosidad que Stella Corney sabe usar como una daga de terciopelo.

Mi hermana y yo nos congelamos por un segundo. Ella guarda la memoria en el bolsillo trasero de su sudadera tan rápido como si fuera un reflejo.

—¿Todo bien? —dice mi flamante esposa, con el cabello alborotado y envuelta en la misma pijama rosada de anoche, bajando un par de escalones más—. Los escuché mientras venía.

Mi hermana reacciona más rápido de lo que creí posible. Se pone recta y sonríe como si hubiera ganado un premio.

—¡Te estábamos por despertar! —dice con una voz demasiado animada para la hora—. Harry quería sorprenderte con el desayuno, pero como se vuelve inútil cuando yo vengo, me pidió ayuda. Y juró que no te dijera nada.

Stella entrecierra los ojos, dudando, mientras me mira. Sé que no se cree ni media palabra.

—¿En serio? ¿Desayuno? —ríe.

—Sí. —tomo aire y asiento pasando el brazo por los hombros de Heily como si todo fuera parte del plan—. Pensé que sería buena idea. Algo tranquilo… después de todo.

Ella sonríe apenas, ladeando la cabeza.

—¿Después de todo qué? —Pregunta mi hermana confundida.

—Stella tuvo un día pesado ayer —excuso sin entrar en detalles.

—Bueno, pero llegó su cuñada favorita. Futura chef de la familia, así que todo tranquilo —alardea mientras se acerca a saludarla de abrazo.

—Heily, odias madrugar. Sea cual sea la razón por la que estés aquí, ojo —le advierte.

—Ey, ey. Tenía que madrugar porque mi querido hermano me prometio un hermoso vestido y tenía que venir antes de que se fuera a trabajar. Porque después no tiene tiempo para mí —la observo. Como se le dan las mentiras lo más de bien.




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