La propuesta del Sr. Miller.

Capítulo 61: Complicidad

"No cuenta como infierno si te gusta el ardor de las llamas"

La primera luz del día se filtra tímidamente entre las cortinas, acariciando mi piel con un resplandor cálido. Abro lentamente los ojos y lo primero que siento es un abrazo: su brazo rodeando mi cintura, firme.

El vestido rojo yacía en el suelo, abandonado, testigo mudo de todo lo que había pasado horas antes.

Lo miro en silencio. Su rostro estaba relajado, mucho más joven, más humano que cuando se mostraba duro frente a los demás. Una sonrisa suave me nace sin permiso. Anoche me había perdido en él, y ahora, al verlo dormir, entiendo que lo haría mil veces más para mi perdición.

Su respiración cambia, sus pestañas tiemblan apenas y entonces abre los ojos. Esa mirada me atrapa como siempre, intensa, posesiva.

—Buenos días —murmura con voz grave, la que siempre me hace estremecer.

—Buenos días —respondo, apenas en un susurro.

Él se incorpora un poco y me acaricia el rostro, apartando un mechón de cabello. Yo cierro los ojos ante este roce, dejándome mimar.

Sus labios buscan los míos, primero con timidez, como si quisiera confirmar que seguía siendo bienvenido allí. Lo beso despacio, sin prisa, disfrutando la suavidad de su boca, saboreando la calma después de la tormenta. Nada de lo que había afuera importaba: ni la exposición, ni los periodistas, ni las miradas, ni todo el lío que nos esperaba.

Él recorre mi espalda baja con la yema de sus dedos, deteniéndose justo donde estaba la frase.

—Es hermoso —murmura —Como no me había dado cuenta antes.

Me sonrojo al sentir su mirada fija en mi piel. Sabía a qué se refería: en tinta fina y delicada, estaba escrita una palabra: “Ramé”.

—Porque estaba muy bien oculto—respondo y efectivamente, estaba bien oculto. En la parte más baja de mi espalda.

—¿Qué significa? —pregunta, inclinándose para rozar la tinta con un beso.

—Es balinés. Significa algo que es caótico y hermoso al mismo tiempo —explico.

—La definición perfecta para Stella Corney —ríe.

—Aunque no lo creas este tatuaje casi me cuesta la vida —dramatizo y suelta una carcajada.

—¿Por qué?

—Digamos que este fue el regalo de Carolina por mi cumpleaños número dieciocho. Al principio dije que no pero luego lo pensé y la idea me gustó —recuerdo —Pero, mi madre no me iba a dejar hacerlo ni loca. Así que lo hice a escondidas de ella.

—Que mal, señora Miller —se burla dejando un beso en mi boca.

Muerdo mi labio y continúo —En verano, fuimos de vacaciones y de alguna manera no supe ocultarlo bien con el vestido de baño. Entonces se dio cuenta y gracias a mi padre, Mónica no me acabó viva sino usted no tuviera esposa en este momento señor Miller.

—Que pesadilla —sonríe —Entonces por eso no me di cuenta cuando estábamos en Maldivas.

—Exactamente, aprendí a mantenerlo bajo secreto.

—Hasta ahora —recalca.

—Gran forma de descubrirlo, señor Miller —rio.

—Gran forma de mostrarlo, señora Miller —continua.

Entonces caigo en cuenta, finalmente, el apellido caía oficialmente sobre mi para toda la sociedad.

Harry se distancia un poco y lo observo buscar algo en la mesita de noche que está al lado de la cama.

Saca el estuche negro en donde se hayan el par de joyas.

—¿Me permite, señora? —pide mi mano y la extiendo.

Pone la joya dorada en mi dedo anular, en donde lo acompaña el anillo de compromiso.

—El término de señora me parece totalmente innecesario —me quejo.

—Te acostumbrarás, nena —dice poniéndose el anillo también.

De repente, el timbre del departamento comienza a sonar de forma insistente. Primero una vez, luego otra, hasta convertirse en un repiqueteo desesperado.

Me sobresalto, aferrada a la sábana a mi pecho.

—¿Quién…? —comienzo a decir, pero Harry ya se había levantado con gesto tenso.

Camina hacia el panel de seguridad junto a la puerta, presiona un botón y la pantalla muestra la imagen del pasillo. Ahí estaba ella: Catalina Williams, recargada contra la pared, con el maquillaje corrido y la mirada extraviada. Golpeando el timbre como si el mundo se le fuera en ello.

—No puede ser —maldice amarrando la bata en su cuerpo.

Me tiró de golpe a la cama, justamente lo que faltaba a mi mañana. Tan bien que marchaba todo.

El timbre seguía sonando, ruedo los ojos con evidente molestia y él lo nota.

—Se cansará y se irá —dice.

—No, no lo hará. Se quedará ahí hasta que le abras o armara un escándalo para hablar contigo. Es mejor que vayas y le abras esa puerta a ver qué quiere —hablo.

—Acompáñame —pide.

Suelto una risa sarcástica —No, gracias. Tuve suficiente con lidiarla ayer, además ella quiere hablar es contigo no conmigo.

—Stella —su tono iba a subir a reproche.

—No, Harry. Ve tú —mi tono era seco.

—No te pongas así —dice y se sienta en la cama a mi lado.

—Me voy a poner peor si ese timbre sigue sonando —digo con evidente fastidio.

—Nena —levanto la mirada para verlo a los ojos.

—Ve.

Se inclina y me besa, me es inevitable no corresponderle y seguirle. El beso que comienza suave se convierte en algo urgido.

Baja a mi cuello y deja pequeños besos a su paso, disfrutaría aún más la situación si el timbre no siguiera tan insistente.

Se separa de mi y vuelvo a la realidad.

—No demoro —asegura.

—Vale, asegúrate de seguir con vida.

Suelta una carcajada —Esta mal, pero dudo que al punto de querer matarme —habla —Ah por cierto, también me encanta ese “tatuaje” en tu cuello, lástima que sea temporal.

¿Tatuaje en mi cuello? Mierda.

Menudo cabrón.

Le tiro una de las almohadas pero es demasiado tarde, ya ha salido de la habitación.

Me levanto de la cama enseguida, me pongo una de sus batas y camino al baño.

Observo mi rostro en el espejo, y si, la cara de recién follada se nota. Pero más se nota con el chupetón que hay en mi cuello.




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