La prueba

Capítulo 3: La primera prueba

MERY

 

 

Yo era de diciembre, seguro sería de las últimas, pero Chad era de enero. Los primeros cinco pasaron sin problemas, y aunque salían pálidos, todos se sentaban de nuevo, sin decir nada.

      —He escuchado que está prueba casi todos la pasan —Me avisó Chad, sonriéndome.

Era cierto, viviendo en las celdas éramos más fuertes, eso decía mi madre. Que algunos de los segundos enfermasen era demasiado raro, porque al estar en ese estado, nuestro cuerpo creaba otro tipo de protección, una más resistente.

      —Seis —hablaron, Chad se puso de pie, y sentí el espacio inmenso cuando soltó mi mano.

Se acomodó la camisa que le quedaba un poco grande, y cuando caminó a donde estaban los doctores, me sonrió, marcando su hoyuelo derecho. Sentí incertidumbre, del simple hecho de imaginar que no pasase algunas de las pruebas me aterraba incluso más de lo que pasaría si yo no las pasaba.

      —Siete —llamaron, y mi corazón me golpeó con fuerza el pecho.

Chad no había salido, y estaba tentada a preguntar por él.

 

Me mordí el interior de mi boca, haciéndome daño, ya iban más de la mitad y Chad no salía.

     —Doscientos —mencionaron, y justo seguía después.

Me puse de rodillas, esperando ser llamada. La niña que entró salió, sobando el piquete que supuse le dieron en el brazo.

     —Doscientos uno —Y me puse de pie dando un salto, caminando rápidamente hasta donde me escanearían el código en mi cuello por atrás.

El doctor me tomó del brazo, dirigiéndome por los pasillos hasta llegar a una habitación, y cuando entré, lo primero que visualizaron mis ojos fue a Chad, en una cama, inconsciente. Me tembló el labio inferior, y no quité mis ojos de él.

La enfermera me sentó en una silla, y cerraron la puerta.

      —Te daré algunos piquetitos, no te preocupes, no dolerá —Su voz era amable.

      —¿Qué le ocurrió a ese chico? —Señalé a Chad, ya no podía aguantar más la incertidumbre.

La enfermera se dio la vuelta, mirándolo con una sonrisa.

      —Algunos les da inseguridad las agujas —Me avisó, preparando mi aguja—, él solo la miró, y cayó al suelo —Se encogió de hombros, tomando asiento al frente de mí.

      —Pero… ¿estará bien?

      —Claro, a todos nos da miedo algo —colocó un trozo de algodón con alcohol en mi ante brazo, buscando una vena—, ya le he hecho los estudios, solo falta el de vista, pero espero no tarde mucho en despertar.

Llevaba medio día ahí tirado.

El pinchazo me tomó desprevenida y chillé un poco cuando el ardor me recorrió el cuerpo. Dos tubitos fueron llenados con mi sangre. Tomó pruebas de mi saliva, mis reflejos, y lo bien que veía las letras. Y Chad seguía tumbado, como un muerto.

      —¿Eso perjudica a su prueba? —inquirí antes de salir de la habitación.

La enfermera negó, colocando todo con mi número.

      —No, el temer no es malo —Fue su respuesta, y aunque no estaba tranquila del todo, salí del lugar.

Solo quedaban seis números más, y solo esperaba ver a Chad antes de que diesen los resultados.

 Estaba cansada, todos lo estábamos, y también hambrientos. Llevábamos dos horas esperando los resultados después de que el último número salió del laboratorio.

Chad salió, despeinado y desorbitado. Una horda de risas en susurros ocasionó, todos lo habían visto desmayado.

Lo tomé de la mano, ayudándole a sentarse.

      —Jamás imaginé que eso me pasaría —Me dijo, acomodando su camisa por segunda ocasión.

Me reí, viendo la forma en la que ponía en orden sus rizos.

     —Pero que gran siesta te disté —revelé.

Él sonrió.

Los doctores salieron, y detrás los guardias.

    —Tenemos los resultados —avisó el doctor.

Un hombre regordete, que parecía tener cabello falso, tomó un papel en sus manos.

     —Solo cinco no pasaron la prueba —dictó cuando abrió el papel.

Sentí como todos a mi alrededor se estremecieron, todos nos pusimos de pie, y apreté la mano de Chad más que nunca.

     —Cinco, cuarenta y uno, cincuenta y seis, ciento ocho y ciento noventa y cinco —Los guardias se acercaron para escanear a los niños con dichos números, y cuando se los llevaron, dejaron compañeros gritando a los que se llevaban.

Sentí que respiré mejor. Habíamos pasado la prueba y los gritos de los niños que se habían llevado no dejaron de escucharse hasta que nos llevaron de ahí.

Volvimos al salón principal, ahí seguían los padres. Pude ver de lejos a los míos, que se abrazaron cuando me vieron salir. Pero también noté la tristeza de los otros, cuando sus hijos no salieron.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.