La prueba

6: Pubertad

Año 2077:

—Mamá ya te dije que no —le supliqué por tercera vez.

Mi madre insistía, colocando un paquete de condones en mi bolsa. Y es que desde que me llegó la menstruación, ellos estaban preocupados.

—Solo llévatelos —Me indicó de nuevo, metiéndolos a mi bolsa.

—Chad y yo no pensamos en eso, somos amigos, compañeros —bufé, de nuevo.

Chad ya tenía quince, y yo todavía catorce.

—Ya lo sé, hija, pero yo también estuve en esa edad.

Mi madre no tenía arrugas todavía, su cabello estaba dorado mucho más claro que el mío, y mi padre ya tenía el cabello gris. Ambos siempre vestían de blanco, y yo no sabía por qué motivo.

—Está bien, mamá —la abracé y besé su frente, mi padre también me abrazó.

—Yo sigo pensando que debes golpearlo si quiere insinuarse de otra forma —comentó él, haciendo un gesto extraño.

—Lo haré, papá —me reí.

El timbre sonó, y todos debíamos ir a nuestra celda.

De la segunda prueba solo habíamos quedado ciento cincuenta. Y a pesar del tiempo yo seguía intrigada con el rayo del comandante, porque eso era. Quería saber su significado.

Cuando el guardia me abrió mi puerta metálica, dejé mi bolsa en la mesilla de la entrada, Chad no estaba en su cama, y quizá estaba en el baño.

—Chad —caminé a la puerta del baño—, ya llegué —y la abrí un poco.

Me arrepentí de inmediato; el abrió los ojos de prisa, cerrando la puerta.

Me reí, sintiendo los colores subir al rostro. Chad se estaba masturbando.

—Perdón —le dije, con la risa atorada en mi garganta.

—¡Se toca antes, Mery! —gritó del otro lado, seguro, muerto de la vergüenza.

La carcajada salió sin avisar y reí fuerte.

—En serio, perdón —hablé entre la risa—, ¡Jamás imaginé que eso era lo que estabas haciendo!

Mi padre me habló de eso, pasaba en los chicos a temprana edad, y la verdad no me era extraño. Mi padre decía que era normal, en ambos sexos, entonces por qué Chad se sentía tan apenado.

...

Llevaba horas ahí, y no salía.

—Ya Chad —le dije frente a la puerta—, debo usar el baño.

La manija se giró, y este salió, con las mejillas rojas.

Me reí.

—¿Estabas terminando? —bromeé, y este me golpeó el hombro.

—Calla Mery —refunfuñó, tirándose sobre la alfombra.

Fui a la mesa, y le di algunas revistas que mi madre le había mandado.

—¿Qué más te han dado? —preguntó, acercándose a mi bolsa.

La cerré cuando le puso la mano encima.

—Nada —dije de inmediato, quitando la bolsa de la mesilla.

Levantó las manos.

—De acuerdo.

Hice bola la bolsa y la escondí debajo de mi colchón. No quería que se sintiese mal por lo que mis padres pensaban.

Al llegar la noche, Chad se recostó en su cama, después de ducharse.

—Vamos Chad, ya dije que lo siento —hablé desde mi cama—, no te enojes conmigo.

Él no se movió, y se cubrió con sus cobijas.

—Ya lo sé, pero ya no me siento cómodo durmiendo contigo —habló.

—¿A qué te refieres? —inquirí, ofendida—, en serio lo siento.

—Ya sé, te creo —lo vi que levantó un poco su cabeza—, pero, quiero un poco de espacio.

No le dije nada, él cada vez se comportaba más extraño, apenas y me miraba a la cara.

...

La hora de comer se había vuelto distinta, la mayoría ya convivía con otros compañeros. Y Chad, era muy popular.

Conforme pasaban los años los tratos se hacían mejor, y aunque asesinasen a los que no pasaban las pruebas, quizá nos querían recompensar antes de matarnos.

—Chad es el compañero más guapo en todos los secundarios —me dijo una chica a mi lado; miré a Chad de reojo, que hablaba con los chicos de su lado—, que suerte que te haya tocado.

No le dije nada, continuó comiendo.

—Viendo que tú eres fea —comunicó.

No sentía que debía responderle, cada quien tenía su forma de vernos. Y ella, me veía fea.

—Escuché que arriba no aceptan feos, quizá la siguiente prueba es sobre ello —prosiguió con sus comentarios.

Bufé, levantándome de mi lugar, para volver a mi habitación.

No tenía espejos, solo me había visto en uno cuando nos arreglaban para alguna prueba; y tampoco era vanidosa, mi madre me regalaba cosas para el cabello, y maquillaje, pero nunca lo había llegado a usar.

Realmente no me importaba que fuese fea, pero aceptaba que me afectaba un poco en mi autoestima.

—Ojalá la prueba no trate de eso —murmuré, pensando tontamente.

Me recargué en mi almohada, mirando la ciudad desde mi ventana, pensando en qué se sentiría que el viento tocase tu piel, el sol. Las personas que pasaban a diario bajo el edificio parecían felices; los veía saludarse, compartir palabras.

Tenía unas ganas enormes de poder vivir afuera, ser como todos ellos.

La puerta de metal chirrió cuando Chad la abrió, y me miró desde la entrada.

—¿Por qué te has ido sin terminar de comer? —inquirió, sentándose en su cama, tomando una revista de las que mi mamá le regalaba.

La mayoría era de robótica, la vida de afuera y deportes.

Vi su perfil, su nariz recta, su mandíbula fuerte y los rizos perfectamente formados en su frente. Nunca lo había visto de otra forma, Chad siempre fue mi compañero y ya, me gustaban sus pecas, sus rizos y sus ojos marrones con pestañas enchinadas.

Pero noté que la chica tenía razón en una cosa, Chad sí era guapo.

—¿Cuánto tiempo vas a estar tan raro? —pregunté, caminando a su lado, para sentarme al borde de su cama.

—No sé a qué te refieres —musitó, sin mirarme.

Tomé la revista con una mano, bajándola para encararlo.

—Ya te pedí disculpas de mil maneras, pero desde aquel día, ni siquiera me miras —continué.

Chad me miró, pensativo. No dijo nada, solo me observó durante un largo tiempo.

—Ambos estamos atravesando la pubertad —Le expliqué—, es normal que te sientas así, y hagas esas cosas. Pero no te alejes de mí.




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