La prueba

8: Lealtad

...

Ya estaba dicho, la prueba sería en cualquier momento o cualquier día.

Todos ya teníamos quince años. Y en cuanto el mes de diciembre llegase a su fin, la prueba daría inicio.

Me gustaba ver la ciudad llena de luces navideñas. Quería saber cómo se sentía la nieve, la festividad, y el hogar. Mis padres de regalo navideño me habían dado un suéter con colores pintorescos, porque en mi habitación hacía un poco de frio.

A Chad también le habían mandado uno, pero teníamos meses sin dirigirnos una sola palabra, y no le entregaba nada de lo que mis padres le mandaban, y les decía que él lo aceptaba bien.

Ya no sabía cómo acercarme a él, ni sabía cómo hablarle.

Chad estaba muy enojado, con todo.

Y su rechazo era lo que ahora mismo me daba más miedo.

Me senté en mi cama, viendo las masas fuera, celebrando un nuevo año con fuegos artificiales. Observé a las personas abrazarse, gritar y emocionarse.

Quería saber por qué salían a la calle a celebrar un año nuevo, por qué les daba tanta felicidad.

Miré de reojo a Chad que miraba disimuladamente los fuegos artificiales desde su cama.

Nosotros no sentíamos emoción por un nuevo año, sabíamos que las pruebas seguían, y que, si no pasábamos una, moriríamos en cualquier momento.

Los gritos siguieron en la madrugada, casi hasta el amanecer, y no pude pegar el ojo mucho tiempo.

Cuando desperté Chad ya no estaba en su cama, y creí que se había adelantado al desayuno. Ya no me extrañaba, él parecía estar solo, y yo ser un fantasma que puede ver, pero también ignorar fácilmente.

Entré al cuarto de baño a asearme, me puse ropa limpia y cepillé mi cabello por mucho tiempo; no tenía apetito, y no quería ver a Lynn, ni a los demás, ni siquiera a Chad.

La puerta de metal sonó con fuerza cuando un guardia entró. Me asusté, caminando lentamente hacia atrás, cuando lo vi que se dirigía hacía a mí.

—¿Qué ocurre? —pregunté asustada.

Pero no respondió, me tomó de los brazos para esposarme de la espalda. Me sacó con brutalidad, lastimándome cada que me jalaba con fuerza para dar una vuelta.

Bajamos a un cuarto oscuro, y por un momento sentí que quería aprovecharse de mí, y mi corazón comenzó a latir con fuerza.

Estaba dispuesta a golpearlo como pudiese para que no me tocase.

—Tú debes de saber la verdad —comenzó el hombre, y con su mano levantó mi rostro tomándolo de la barbilla—, sabemos que Chad robó los suministros extra de comida.

Mi mente se llenó de incertidumbre, ¿Chad? ¿robando comida?

—Has cometido tanto que ya nos colmó la paciencia —prosiguió, soltando mi rostro con brusquedad—, y si nos verificas lo que decimos, tendremos que asesinarlo.

La presión me atacó, un dolor me perforó la cabeza y un hueco se plantó en mi estómago.

—Encontramos todo en su habitación —me hizo un gesto de obviedad—, solo dime que tú no sabías nada y solo él saldrá dañado.

Yo no sabía nada, y dudaba que Chad haya robado comida; Chad era de todo, menos rufián.

—Chad no lo hizo —dije, sin temblar un poco—, fui yo.

Era mi primer delito, obviamente me golpearía, pero era preferible, no quería que asesinaran a Chad.

—¡No mientas! —gritó, escupiéndome en el rostro.

Cerré los ojos por la fuerza de su voz y el impacto de sus movimientos.

—¡Fui yo! —grité más fuerte, sintiendo el desgarré en mi garganta.

El guardia me miró, me retó con sus ojos; pero no me permití mirar a otro lado, debía sostener la mentira.

Me tomó del cabello, por detrás de mi nuca.

—¿Sabes en lo que te has metido? —inquirió, acercándose a mí.

Pasé saliva.

Me levantó, dándome la vuelta; y el miedo se adueñó de mí.

Iba a abusar de mí.

Respiré profundo, mordiéndome el labio para no gritar.

Pero la sorpresa llegó cuando sentí que me quitó las esposas de las muñecas.

Caí al suelo, por la fragilidad que presentaban mis piernas. Me di la vuelta con rapidez y lo miré desde arriba.

—Has pasado la prueba —lo dijo, con tanta tranquilidad que todo mi cuerpo se suavizó.

—¿Qué? —inquirí, con el labio tembloroso.

—Superaste la prueba tres.

Todo me volvió a la normalidad, menos mi cabeza. Me dolía, en serio había creído que me harían daño; tendría que ser más fuerte, dejar de sentirme cobarde.

—Mañana es la transferencia, debes empacar todo lo que necesites —Avisó el guardia, dejándome dentro de mi habitación—, No sé si tu compañero pasó la prueba de la lealtad.

¿Lealtad?

Asentí, y este se fue.

Me recosté en mi cama, tratando de sentirme mejor; el susto realmente me había hecho daño.

...

Después de un par de horas entró Chad, con un golpe en la mejilla y el labio roto. Lo miré, y cuando él levantó la mirada, corrió a mí, y me abrazó.

Por un instante me sentí rara, tenía mucho sin sentir su contacto, su olor, su calor.

Me miré el rostro y buscó, quizá, algún golpe.

—Creí que te habían hecho daño —murmuró, y volvió a abrazarme.

—Estoy bien —dije, todavía sin corresponder su abrazo.

Se separó un poco, mirándome directamente a los ojos, un buen rato.

—Perdóname —susurró, acariciando mi mejilla con sus dedos—, he sido un imbécil.

—Más que eso —admití, esta vez, abrazándolo yo.

Y después de tanto, Chad y yo volvimos a dormir como antes.

...

Estaba agradecida de que esta vez sí nos permitiesen empacar. Saqué todos los regalos de Chad y se los entregué, y caminamos agarrados de la mano, hasta donde la misma presidenta nos escoltó a los cien restantes a nuestro nuevo hogar.

El asombro fue nato cuando todos vimos el lugar.

Una ciudad cerrada, pequeña, con pequeñas casas hechas de madera.

—Hemos seleccionado cinco por casa —señaló la presidenta, señalando con sus largas usas rojas—, dos parejas de compañeros, y los que, desgraciadamente se quedaron sin uno.




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