La prueba

10: La fogata

...

Después de saber que el aire de aquí no era real; me sentía cada vez más decepcionada.

Esta noche habían hecho que el aire sintético saliese frío.

Rick estaba avivando la llama para poder encender bien la fogata.

—¿Alguna vez sentiste algo por Rick? —le pregunté a Yami, que estaba a mi lado bebiendo agua ardiente.

Pareció pensarlo, quizá divagando en sus recuerdos.

—Es mi compañero, lo amo demasiado —dijo, mirando a Rick—, pero si hablas de enamoramiento, no, la verdad siempre hemos sido solo amigos.

Miré a Chad, mientras levantaba a una chica y la giraba entre risas.

"Hemos sido solo amigos"

También Chad y yo, él siempre era mi protector; como un hermano mayor.

Cuando la llama estaba lista, Devon me estiró los malvaviscos, ya listos en una varita, como en los cuentos. Eran deliciosos cuando se inflaban por la temperatura del fuego.

Los demás secundarios no disfrutaban tanto eso como yo, ellos preferían beber y reír hasta perderse.

Por lo menos el fuego sí era real.

—¿Quieres otro? —inquirió Devon, sacando otro de la bolsa de su chamarra.

Lo tomé, sonriéndole.

Yami llegó, tambaleante mientras se sentaba a mi lado.

—Estoy un poco mareada, soy una mala bebedora —anunció, estirándome su botellón.

Le di un trago grande, y sentí como quemó mi garganta.

Yami lo tomó y lo jaló.

—Oye, despacio, no es agua —se burló de la expresión de mi rostro.

Tosí un poco e hice una mueca de asco.

—Sabe horrible —me quejé.

—Creo que no es el sabor, sino lo que te hace sentir —aclaró, dando un trago.

Seguían avivando la fogata, Devon charlaba con otros secundarios; mientras Rick bailaba alrededor con chicas. Chad estaba de coqueto en la esquina, en donde el fuego no alcanzaba a alumbrar mucho.

—No me digas que tú sí llegaste a enamorarte de tu compañero —susurró Yami; le quité el botellón, dando otro sorbo igual de grande que el anterior.

El sabor comenzó a ser diferente mientras más bebía.

—Es complicado —contesté, picoteando la arena sintética.

—Si Chad fuese mi compañero también me hubiese sido inevitable no enamorarme —bromeó, levantándose, y dejándome su botellón.

Todas hablaban de Chad solo por su belleza, sí, era un chico muy guapo y conforme maduraba, más guapo se volvía. Pero yo me fijaba más allá; era un chico bueno, y siempre protector, él era capaz de perder por quien quería.

Me empiné el botellón, bebiendo como si se tratase de agua; el ardor se disminuyó, y cuando la última gota cayó sobre mi lengua, un mareo impresionante me atacó.

—Rayos —murmuré en lo bajo.

Me puse de pie, y tambaleante comencé a abandonar el lugar.

Todos estaba en la fogata, y caminar a casa me era un poco complicado porque la oscuridad era asombrosa.

Tropecé entre las rocas falsas.

Chasqueé la lengua, riendo de mi misma.

—Soy patética —dije en voz alta.

—Un poco —escuché la voz de mi compañero, y sentí sus fuertes brazos levantarme—, Mery, ¿Cuánto has bebido?

La falta de luz no me dejaba enfocar bien su rostro, pero reconocía su olor, y el tono de su voz.

—Un botellón —contesté sin saber que lo hice correctamente.

Me levantó en sus brazos, y parecía que me habían sedado, los ojos ya no me respondían bien, solo sentía el movimiento y el aire en mi rostro por la caminata.

Me recargué en el pecho de Chad.

La luz me lastimó cuando llegamos a casa; sentí que me dejó suavemente en la cama y quitó mis zapatos.

—¿Cómo te sientes? —preguntó, e intentando abrir los ojos pude visualizar su rostro de preocupación frente al mío.

—Nada bien —mencioné.

Sus dedos quitaron el exceso de cabello en mi rostro, y su tacto se sentía suave.

—Te traeré un poco de agua.

Tomé su mano cuando se levantó, y lo detuve.

—No te vayas —susurré, jalándolo un poco—, recuéstate a mi lado, como en los viejos tiempos.

Me moví como pude, haciendo un hueco en la cama, que era muy estrecha. Chad se recostó y me permitió recargarme en su pecho. Su olor era reconfortante, y como la noche era fría, su calidez me ayudaba.

—Oh Mery, no debiste beber todo el botellón —lo escuché entre sueños, cuando los ojos ya no se sostenían solos.

—Yami dijo que me haría sentir mejor —murmuré como pude.

Aprecié su risa, y el movimiento de su cuerpo cuando rio.

—Pero no así —lo escuché nuevamente.

—Quería olvidarme de que estoy enamorada de ti...

Después de eso, no escuché nada más.

...

El dolor de cabeza me invadió cuando despegué los parpados; las náuseas me atacaron en cuanto me intenté sentar.

¿Qué diablos había bebido?

Las camas estaban vacías, solo yo estaba dentro de la casa; y no recordaba cómo había llegado a mi cama anoche.

Yami me había mentido, no me sentía nada bien.

La luz me hizo daño y me cubrí con la almohada; quería morirme.

—Debes comer algo para sentirte mejor —escuché, quité la almohada y Chad estaba parado frente a mí, con una charola de comida.

—¿Qué diablos pasó? —le pregunté, tratando de sentarme, pero el olor de la comida de dio asco.

—Bebiste demasiado, Mery —sonrió, dándome un vaso con agua—, para no estar acostumbrada a ello, fue demasiado —aclaró.

Tomé un trozo de pan e intenté comerlo.

—¿Tú me trajiste a casa? —pregunté, masticando el pan con asco.

Asintió, haciéndome beber más agua.

—¿No recuerdas nada? —quiso saber, pero negué, mordiendo un poco de fruta.

—Recuerdo cuando hablé con Yami y como empiné el botellón en mi boca, y lo demás es borroso —aclaré.

Confirmó, peinando mi cabello hacia atrás. Me miró como si quisiera que le dijera algo.

—¿Hice algo ridículo? —pregunté, ampliando mis ojos imaginando lo peor.




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